Puede hacerlo básicamente a través de tres caminos:
- El camino de la acción, cuando actuamos, cuando tenemos la libertad para hacerlo, en la dirección de nuestros intereses, valores y propósitos.
- El camino de la contemplación: a veces podemos estar privado de hacer algo, por ejemplo en un campo de concentración, pero podemos retirarnos a un lugar interno que nos convierta en testigos de la realidad, en un gran ojo observador que a modo de espejo refleja toda la belleza del mundo y toda la fealdad, aunque bello y feo sean términos irrelevantes para el espejo.
- El tercer camino es el del sufrimiento asumido: en circunstancias irreversiblemente calamitosas, podemos encontrar un sentido y un progreso interior en la entrega sin reservas al sufrimiento, en su asunción como parte de nuestro camino. Como lo llamo Gurdjieff, “el dolor consciente”, aquel a que abrimos la llave de paso en lugar de tratar de mantenerla artificialmente cerrada, lo cual lo convierte en una vía de progreso y maduración existencial y espiritual.
Tratar de evitar el sufrimiento inevitable, solo trae una mayor dosis del mismo.
La realidad es una, pero nuestra manera de abordarla y vivirla es personal y singular. Somos libres de tomar una posición u otra, libres de darle un sentido, libres de mantener nuestra dignidad en todo momento.
La libertad va junto con la responsabilidad, en la que formulamos nuestra respuesta y nuestros actos creativos a la realidad.
Al asumir nuestra cuota de libertad y de responsabilidad en cómo vivimos lo que la vida nos impone, nos hacemos discípulos de la realidad. Así aprendemos a tensar o destensar las velas de nuestra nave, nos bregamos en mantener firme los palos mayores de nuestra columna vertebral, oteamos con finura el horizonte para ver cómo llegar a casa.
¿Que sabemos en realidad sobre aquello que resulta mejor o peor, si vivir o morir, ganar o perder, sanar o enfermar, sonreír o llorar?
¿Qué sabemos acerca si una vida es mejor que otra, si un recorrido largo es mejor que uno corto, si un cuerpo es mejor o peor que otro?
En parte vivimos en el misterio, en el enigma del porqué de las cosas y de los destinos asignados.
Dichosos los que se encuentran en paz consigo mismos. Felices los que han dejado de pelear contra sí mismo, contra algunas partes internas o algunos yoes inoportunos, que se les presentaban en ocasiones como huéspedes molestos, de improviso y sin invitación, irrumpiendo sin contemplaciones en sus escenarios de vida, en forma de celos, envidias, rencores, quejas, gritos, violencias, etc.
Bienaventurados, pues, los que ya no necesitan rechazar a ninguno de sus aspectos internos, nada de lo que les constituye, ni siquiera lo que sienten como molesto, inadecuado, desagradable, o lo que resulta difícil de soportar en algún momento.
Han trabajado en ellos mismos, se han afanado en comprender y han integrado lo aparentemente rechazable. Lo que parecía oscuro y plomizo lo hicieron refulgir como aprovechable y dorado, se sometieron al reto de la alquimia interior y fueron transformados: lo aparentemente negativo se convirtió en recursos para la gracia de su aceptación, la gran llave maestra.
Han logrado algo importante y además muy popular: la tan preciada autoestima. La autoestima, bien entendida es amar lo que somos tal y como somos a cada momento, con lo que emerge en nuestro cuerpo, en nuestros sentimientos, pensamientos, sueños, conductas, anhelos y recuerdos. Autoestima es amar y abrazar lo que cada momento trae y regala a nuestra experiencia.
Es amarnos dándole un buen lugar en el corazón a todo lo que nos conforma. Incorporar esa actitud a cada instante de nuestra experiencia como un código de respeto a uno mismo.
Para ello, conviene comenzar a soltar el ideal que nos gustaría encarnar. No se trata de amar al personaje perfecto que imaginan que deberían ser en lugar de lo que son.
Gran parte del dolor del mundo consiste en pretender ser o tener algo distinto de lo que somos o tenemos.
Es cierto que el cerebro necesita tener visiones de futuro, pensar en el mañana, tener claridad sobre la persona en que deseamos convertirnos y lo que deseamos vivir, para atraerlo, para avistar las señales en el camino que nos indican que estamos cerca o lejos de ello, para que se pueda cumplir. Eso se llama construir futuro, enseñarle al cerebro el lugar hacia el que queremos ir, formular objetivos, lanzarle nuestros anhelos más queridos.
Es correcto y necesario. Pero una cosa es crear futuro con nuestros pensamientos y otra huir de un presente insoportable que no logramos apreciar.
Amarse a uno mismo es apreciar cada instante con lo que contiene, sea lo que sea, incluyendo los recuerdos y las imágenes por la imagen idealizada que tienes de tí mismo, perdiendo la oportunidad de asumirte con todo lo que fue y sentir tu dignidad, incluso y fantasías del futuro. Querernos en cada momento porque solo existe el momento, el ahora.
Hay personas que quieren a quien deberían haber sido, no al que fueron, quisieran un pasado sin errores por la imagen idealizada que cultivan para ellos mismos, perdiendo la oportunidad de asumirse con todo lo que fue y sentir su dignidad, incluso en la culpa por lo que hicieron mal, por sus errores o por el daño que hicieron. Pierden la oportunidad de aprender, no incorporan en sí mismos lo difícil, lo niegan como los niños que dicen “yo no fui” y pretenden inocencia. Se desconectan de su fuerza y de su centro. Así no funciona.
Todo es ahora, incluso el pasado y el futuro existen como creaciones de nuestro pensamiento actual, la mente crea la idea del tiempo, así es más fácil gestionar con éxito la realidad práctica, los requerimientos profesionales, relacionales, cotidianos. Pero la felicidad es amor natural al presente. El presente tiene la cualidad de ser, en él lo que es, es, y el amor tiene la función de reconocer lo que es. Amor es el reconocimiento de la realidad.
Lo que si funciona es responsabilizarse de lo que uno vive y experimenta a cada momento y aprende a hacerse espacio, a observarlo y vivirlo con benevolencia, por difícil que sea, a sacarle partido. Lo que funciona es asumirse, o sea aceptarse y quererse.
La autoestima no mira el personaje ideal que fantaseamos, mira al ser real que somos.
No soy perfecto, pero soy real. Lo único que podemos amar es el ser real que somos.
Solo podemos amar lo imperfecto. B. Hellinger.
Esto es un canto a la realidad de lo humano, su propia imperfección. La esencia de lo humano la encontramos, por supuesto, en lo sublime, pero también en lo aparentemente burdo o negativo.
Quizá ya somos perfectos en nuestra imperfección, en nuestros defectos, en nuestras maneras torpes en nuestros instintos, en nuestro inconsciente…. la clave es mirar de frente, tomar conciencia y darles lugar. Sin identificaciones, no hay sufrimiento.
Joan Garriga
www.centroelim.org