SENDERO TRANSPERSONAL

INTEGRANDO PSICOLOGIAS DE ORIENTE Y OCCIDENTE

Bienvenidos al blog!

La Psicología Transpersonal o Integral, es un enfoque terapéutico que apunta a que el ser humano alcance niveles óptimos de salud psicológica, dándole importancia a la expansión de la conciencia.

Se trata de un acompañamiento terapéutico para que la persona aprenda a observar sus patrones mentales, sus creencias, que son la causa del malestar, que aprenda a desidentificarse de sus contenidos mentales, a trabajar con sus emociones saludablemente, que aprenda a hacerse responsable de sí misma, de sus relaciones, de sus experiencias, sin culpabilizar al entorno, a la vida por lo que le sucede, comprendiendo que la adversidad, es una oportunidad de cambio y desarrollo personal.

Capacita al paciente para que aprenda a satisfacer de una manera saludable sus necesidades a todos los niveles: físico, emocional, mental, espiritual, aprendiendo a conectar con la dimensión trascendental; todo ello conlleva a una integración de su personalidad y a alcanzar niveles superiores de salud psicológica, para luego poder trascenderla y conectar con la esencia.

Se toman en cuenta los problemas, dolencias particulares que empujan a la persona a una consulta y se las trabaja e integra, pero el enfoque principal de la Terapia Transpersonal, que la hace diferente y más abarcativa que otras terapias psicológicas (integra psicologías de oriente y occidente) es el de capacitar a la persona para que aprenda a conectar con sus propios recursos internos y permita desplegarse sin temores al proceso de crecimiento natural.

La terapia utiliza diferentes técnicas que se adaptan a las necesidades del paciente y a su estado de consciencia, integrando los niveles físico, mental y emocional (ego) y luego trascendiéndolo hacia los valores superiores, como la compasión, el amor a los demás seres vivos, el sentido de la propia vida, el desarrollo de la creatividad, etc., favoreciendo cambios en su nivel evolutivo.

domingo, 14 de enero de 2024

Regular las emociones

 

Regular las emociones es el próximo paso en la evolución humana.  

Instituto HeartMath


Hasta ahora, parecía que la relación con nuestras emociones podía establecerse únicamente a través de la expresión o de la represión; la expresión -si es inconsciente y reactiva- puede dañar a los demás, y la represión me hace daño a mí mismo.

Ahora bien, podemos aprender a expresar sin volcar nuestra energía en los demás, haciéndola consciente y haciéndonos responsables, o bien podemos aprender a “transmutar”; entre la expresión y la represión aparece la posibilidad de la transmutación

La “madurez emocional” es un proceso, y todo comienza por la toma de conciencia de nuestras emociones.


“Despertar a las emociones significa sentirlas, nada más y nada menos.” 
Jack Kornfield



Mientras nuestras emociones fluyan, podemos trabajar con ellas. En el momento en el que las interpretamos con historia, haciéndolas significar algo, las congelamos y se convierten en roca dura que bloquea nuestra fuerza vital.

Si estuviésemos dispuestos a sumergirnos en nuestros sentimientos dolorosos, el proceso sanador comenzaría automáticamente. Las emociones no son energías fijas, se transforman de manera natural y continua de una a otra.

Si evitamos sentirlas, paramos el proceso de transmutación y la energía se estanca en nosotros. Las emociones no siempre se transforman rápidamente de una a otra (aunque, de hecho, una persona emocionalmente sana puede desplegar una gran gama de emociones en un período muy corto de tiempo). La única manera en la que se transforman es con aceptación incondicional.

Debemos querer quedarnos con nuestro dolor, enfado, tristeza, etc., tanto como dure la sensación corporal.

Simplemente acepta todo lo que ocurra. Permite que cada experiencia sea lo que tenga que ser, libre de juicio y totalmente transparente.



Gestionar las emociones desde la Atención Plena

1. Parar, respirar.

Parar, llevar nuestra atención a ese movimiento emocional que emerge. Respirar profundamente. Nuestra respiración abre el espacio, ofrece nuestra disponibilidad. Posamos la atención en la respiración y en aquellas zonas del cuerpo donde la emoción se refleje. Respiramos la emoción.


2. Hacernos responsables.

Hacerse responsable es asumir cada emoción que vivimos como algo íntimo. Cada emoción surge de nuestro interior y nadie puede procesarla por nosotros. La emoción ya está presente en mí, no me es ajena. En realidad, nadie “me hace” nada, sólo “me lo mueve”. El otro solo despierta lo que habita en mí, el otro es el “despertador”.

Si no me hago responsable de mi estado interior, entonces hago responsable al otro, y entonces es cuando me convierto en su esclavo. Si mi estado interior está a merced de fuerzas ajenas a mi propio ser, también sitúo fuera de mí la libertad y el poder de transformarlo.


3. Presencia en la emoción.

Tomamos conciencia de todos los aspectos de la emoción que estamos viviendo. Nos permitimos sentirla plenamente, vivirla de manera directa, sin discurso intelectual, sin narraciones (recordamos que para que la emoción pueda ser trasformada ha de estar exenta de todo juico). Todo comienza por aprender a reconocer nuestras emociones.

A veces, éstas se presentan de manera muy difusa, muy abstracta. Podemos comenzar por lo más básico: esta emoción ¿me expande o me contrae, me abre o me cierra?
Después, podemos tratar de nombrar la emoción, el mismo hecho nombrarla nos facilita reconocerla, objetivarla. 
¿De qué emoción se trata? ¿Es ira, miedo, alegría, tristeza, etc.?

También podemos sentir donde se refleja en el cuerpo, podemos incluso percibir su forma, su temperatura, su densidad…

Y también podemos “darle voz”: si la emoción pudiera hablar, ¿qué diría? ¿Qué expresaría? ¿Qué es lo que está pidiendo? ¿Qué necesidad manifiesta? ¿Qué nos impulsa a hacer?

Tras reconocerla podemos abrirnos a su motivación profunda, aquello que en realidad le está confiriendo su energía.
 ¿De dónde proviene, qué la genera, con qué me conecta? ¿Existe otra emoción detrás de la emoción?

Observamos sin juzgar todo el proceso psicofísico que desencadena la experiencia emocional que estamos viviendo.


4. Aceptación y autocompasión.

Sea cual sea la experiencia que estamos viviendo, la aceptamos incondicionalmente. Permitimos que la emoción se exprese con libertad y absoluta legitimidad, abrimos el espacio necesario para que todo su potencial se despliegue y evolucione en nuestro interior sin restricciones.

Y si duele, nos damos cariño… Liberamos el amor y nos procuramos esa ternura capaz de aliviar el dolor que sentimos.

Thich Nhat Hanh (monje vietnamita) utiliza la imagen de una madre que consuela al niño que llora, acunándolo en sus brazos. La madre somos nosotros y el niño es la emoción que abrazamos. La madre comprende al niño, acepta lo que le pasa y lo consuela dándole su cariño. Así, el niño se calma. Esta imagen refleja maravillosamente lo que significa “darse cariño” ante una emoción dolorosa.


5. Soltar la emoción.

Suavemente, dejamos que la energía de la emoción siga su curso naturalmente, que se atenúe, hasta que se desvanezca.

Recordar que yo soy el espacio, no la emoción, propicia este flujo natural de la energía. La respiración puede ensanchar tanto nuestro espacio interior que lo que inicialmente aparecía como un torrente desbordado se convierta en un riachuelo que atraviesa el amplio valle de la consciencia. La emoción como una pompa de jabón en nuestra espaciosidad inmensurable.


6. Actuar o no actuar. 

Todo termina en seguir “la necesidad del instante”. Según sean las circunstancias, actuaremos o lo dejaremos estar. La misma inteligencia del corazón nos ofrecerá la “solución”.

“Si logramos la transformación y encauzamiento de la energía de las emociones, seremos capaces de articular una respuesta integradora y apropiada a la situación que las originó.” Vicente Simón



miércoles, 10 de enero de 2024

El dolor y el tiempo (Jeff Foster)

 

A menudo, el dolor va acompañado de una reacción mental estresante, nerviosa, a veces llena de ansiedad y de miedo..., de una avalancha de relatos sobre lo que ocurrirá o no ocurrirá en el futuro.

Siento dolor (o miedo o tristeza o cualquier sentimiento desagradable) justo ahora, pero estoy preocupado por cuánto durará, por cuándo terminará o si terminará algún día, por cuánto puede intensificarse.

¿Durará este dolor el resto de mi vida?

¿Se mantendrá como es ahora, o se hará más agudo?

¿Qué pasa si se vuelve insoportable?

¿Qué pasa si acaba matándome?

¿Qué pasa si...?

Se diría que la mente siempre quiere hacer que todo parezca peor de lo que es en realidad. Si te fijas, verás que tu relato de la realidad es siempre mucho peor que la realidad en sí.

En la realidad, jamás vas a tener que enfrentarte más que a este momento de dolor. Solo a este momento. Solo a lo que está sucediendo ahora mismo.

En el relato, tienes que enfrentarte al dolor en el tiempo. En el relato, ¡tienes que enfrentarte a todo el pasado y el futuro del dolor! Puedes incluso convencerte a ti mismo de que tienes que enfrentarte a toda una vida de dolor, lo cual suena demasiado insoportable incluso como pensamiento; es, literalmente, la idea que la mente tiene del infierno.

Pero, en la realidad, la vida siempre es clemente contigo: solo te da este momento, y nunca tienes la experiencia real de una vida de dolor. En la realidad, no existen los conceptos de «siempre», «para siempre» o «sin fin». El infierno es producto del pensamiento, nada más.

Piensa en cuando vas sentado en un avión durante una fuerte turbulencia. Tienes una intensa reacción de estrés, si empiezas a imaginar que la turbulencia podría ser excesiva y hacer que el avión se estrellara. El pensamiento es inigualable contando relatos de catástrofes futuras, pero ¿cuál es la realidad de la situación?

El avión atraviesa una zona de viento muy fuerte, y los vaivenes te sacuden de un lado a otro. Esa es la realidad: los bandazos del avión te zarandean en el asiento, ahora mismo. Eso es lo único que está sucediendo. Pero el pensamiento vive en el tiempo, y por tanto dice: «Bueno, en este momento todo parece estar bien, pero en el próximo momento nada estará bien. Ahora mismo la situación es tolerable y estoy vivo, pero solo dentro de un momento se volverá intolerable y moriré. La turbulencia va a empeorar cada vez más».

Y como reacción a este relato, pueden aparecer un sentimiento de náusea en el estómago, una falta de aire, presión en el pecho y en la garganta, y palpitaciones. No lo olvides, el cuerpo no conoce la diferencia entre el peligro real y el imaginario. Surge un miedo terrible, como si las cosas fueran a ponerse mucho peor. El cuerpo se prepara para enfrentarse o huir, o, si considero de verdad la posibilidad de que el avión se estrelle, se prepara para la muerte.

Así que ahí estás, sentado en el avión preparándote para la muerte, mientras el piloto tranquilamente guía el avión. Se ha encontrado con turbulencias como esta cientos de veces, y para él no es nada. La verdadera turbulencia está en tu pensamiento.

En tu imaginación, vas a bordo de un avión que ya se ha estrellado! En tu imaginación, ya estás experimentando lo inevitable.

Podrías decir: «Ya, pero es posible que un avión se estrelle, así que no estoy completamente loco».

A lo que yo te respondería: «Sí, pero el avión no se ha estrellado todavía». Mientras pienses que podría ocurrir, es que no ha ocurrido. En este momento, tu miedo más espantoso todavía no se ha hecho realidad. Y en este, tampoco. Ni en este.

De hecho, nunca, jamás llegamos a vivir ese momento tan insoportable del que la mente está tan aterrada. Solo existe el miedo de un momento insoportable; el momento en sí nunca llega.

Si las cosas fueran verdaderamente insoportables, si el dolor fuera de verdad demasiado intenso para el cuerpo, si la ira o el miedo fueran de verdad a superarte, si el pesar fuera realmente a hacerte pedazos, el cuerpo se quedaría inconsciente.

Mientras permanezcas consciente, soportas lo que quiera que esté sucediendo, aunque pienses o sientas que es insoportable. No existe el dolor insoportable.

Como la propia consciencia que eres, si está sucediendo, si aparece en la experiencia presente, lo estás soportando, lo mismo que el océano soporta cualquier ola, incluso aunque la ola se sienta insoportable en el momento.

Puedes sentir que algo es insoportable, que vas a morir, que no eres capaz de aguantar; puedes sentirte totalmente desbordado, impotente y sin esperanza, pero no puedes ser ese algo insoportable. Como espacio abierto, nunca puedes ser el desesperado, el impotente, el desbordado, pues lo que eres es pura capacidad incluso para el sentimiento aparentemente más sobrecogedor.

Puedes sentir que eres incapaz de aguantar, pero lo que eres aguanta siempre, en este momento...; y solo existe este momento.

Puedes sentir que estás a punto de morir, pero lo que eres está muy vivo.

Como percepción consciente, ya toleras lo que está ocurriendo...; de lo contrario, no estaría ocurriendo. Si fuera de verdad insoportable, si la vida fuera de verdad incapaz de soportar lo que está sucediendo, tú no estarías aquí para saberlo.

Darnos cuenta de esto puede quitarnos el miedo básico a la vida. Nunca alcanzamos el momento insoportable, lo mismo que la ola nunca llega realmente a la playa. En cuanto llega a la playa, deja de ser ola.

Por eso nadie ha experimentado nunca la muerte. La muerte no es una experiencia que «tú» puedas tener; la ola no puede experimentar su propia ausencia. En última instancia, no hay nada que temer..., incluso aunque aparezca un miedo atroz.

«No voy a salir de esta», «No puedo con ello», «Es demasiado para mí», «Me va a matar» son meras expresiones de miedo, expresiones apasionadas de un miedo que no se ha aceptado profundamente.

«Es insoportable» no significa literalmente que no seas capaz de soportarlo; no significa literalmente que lo que eres es «alguien incapaz de soportar esto».

Te sientes incapaz de soportarlo, pero ese miedo no te puede definir. La verdad es que ya lo estás soportando, en este momento. Y en este momento, que estás soportando, hay un miedo terrible a que no lo puedas soportar, a que no tengas las fuerzas necesarias; hay un sentimiento de ser demasiado débil para poder con ello. No pasa nada: en la más profunda aceptación, se permite que aparezcan todas estas olas. El dolor y el sentimiento de no ser capaz de soportarlo se aceptan, aquí, totalmente. Y ya estás soportándolos ambos a la perfección... Eso no es tan insoportable, ¿no?

Al final, nunca tienes que hacer frente a nada que no puedas soportar. La vida no va a darte nada con lo que no puedas —y esto incluye el sentimiento de que no puedes con la vida—, puesto que eres la vida, y la vida no está contra ti.

Recuerda que, si una ola aparece en la experiencia presente, quien realmente eres ya le ha dado su asentimiento; por eso está aquí.

Nunca tienes que hacer frente a nada a lo que no se le haya permitido entrar. Nunca tienes que hacer frente a lo inaceptable. Nunca tienes que soportar nada que sea realmente insoportable.

Solo cuando empiezas a comparar este momento con el momento siguiente, con un momento futuro, aparece el sufrimiento: «Este momento lo estoy soportando, pero no seré capaz de soportar el próximo. Dentro de lo que cabe, este momento está bien, pero no ocurrirá lo mismo con el próximo.

Ahora mismo, la turbulencia no es un problema serio, pero dentro de un momento lo será». Hacemos así que la turbulencia presente signifique muchísimo más de lo que realmente significa.

Es posible que la turbulencia empeore, pero sin el relato de que es insoportable, sin el relato de este momento comparado con el momento siguiente o con el anterior, seguirá presente la aceptación más profunda. La más profunda aceptación no desaparece nunca, ocurra lo que ocurra. Lo que eres está presente siempre. Incluso en medio de tus miedos más terribles, esa aceptación profunda seguirá existiendo, abierta a que la descubras.

En la realidad, siempre es este momento. El futuro nunca llega realmente, ¿verdad? El futuro solo existe como relato..., y como tu reacción a ese relato que surge ahora. Cuando llegue ese momento tan temido, será de hecho el «ahora», el momento presente. La experiencia que sea tendrá lugar en este espacio, el espacio que está aquí ahora mismo, y, dado que soy este espacio, sé que nada de lo que la vida ponga en mi camino me destruirá.

Así que dejemos que llegue la turbulencia. No sé cuándo llegará, y no estoy diciendo que quiero que llegue, pero si llega, ¡que llegue!, y cuando me encuentre frente a frente con ella, seguiré sabiendo que soy el espacio plenamente abierto en el que la vida sucede.

Lo que soy es la calma que hay en el ojo del huracán. No estoy en guerra con el huracán. Soy el espacio abierto en el que se permite que el huracán vaya y venga. No tengo miedo del huracán, y no porque me crea fuerte y valiente, sino porque sé que la tormenta soy yo mismo y que, en el nivel más profundo, no representa un peligro para mi vida. Así que, si viene, que venga. De modo que ya no tengo necesidad de estar preparado para luchar contra lo que haya de venir; puedo relajarme ante la vida y dejarla que se desarrolle, incluso aunque ese desarrollo traiga dolor.

Como espacio en el que ese dolor se manifiesta, soy más grande que el dolor, soy más vasto que ningún miedo; soy tan abierto y espacioso que la vida toda —cada pensamiento, sonido, sentimiento y sensación— tiene un lugar aquí.

De hecho, prepararse para combatir el dolor suele en realidad amplificarlo. Cuando, para evitar sentir dolor en el presente, me anticipo al dolor futuro, lo que hago es tensar el cuerpo entero, y esto provoca que cualquier dolor duela más. Intentar evadirnos del dolor lo exagera.

Cuando nos relajamos en él, en vez de hacer acopio de fuerzas para combatirlo, cuando encontramos la aceptación más profunda en medio del dolor, en vez de considerarlo un enemigo, descubrimos que la sanación está siempre muy cerca.

Podemos seguir haciendo todo lo posible por sanar físicamente, pero, la verdadera sanación no guarda ninguna relación con el cuerpo.

El cuerpo se zarandea en el asiento, y lo que tú eres es el espacio en mitad de la turbulencia, el océano en calma en mitad de la furia de la tormenta, ya completo, siempre sanado.