SENDERO TRANSPERSONAL

INTEGRANDO PSICOLOGIAS DE ORIENTE Y OCCIDENTE

Bienvenidos al blog!

La Psicología Transpersonal o Integral, es un enfoque terapéutico que apunta a que el ser humano alcance niveles óptimos de salud psicológica, dándole importancia a la expansión de la conciencia.

Se trata de un acompañamiento terapéutico para que la persona aprenda a observar sus patrones mentales, sus creencias, que son la causa del malestar, que aprenda a desidentificarse de sus contenidos mentales, a trabajar con sus emociones saludablemente, que aprenda a hacerse responsable de sí misma, de sus relaciones, de sus experiencias, sin culpabilizar al entorno, a la vida por lo que le sucede, comprendiendo que la adversidad, es una oportunidad de cambio y desarrollo personal.

Capacita al paciente para que aprenda a satisfacer de una manera saludable sus necesidades a todos los niveles: físico, emocional, mental, espiritual, aprendiendo a conectar con la dimensión trascendental; todo ello conlleva a una integración de su personalidad y a alcanzar niveles superiores de salud psicológica, para luego poder trascenderla y conectar con la esencia.

Se toman en cuenta los problemas, dolencias particulares que empujan a la persona a una consulta y se las trabaja e integra, pero el enfoque principal de la Terapia Transpersonal, que la hace diferente y más abarcativa que otras terapias psicológicas (integra psicologías de oriente y occidente) es el de capacitar a la persona para que aprenda a conectar con sus propios recursos internos y permita desplegarse sin temores al proceso de crecimiento natural.

La terapia utiliza diferentes técnicas que se adaptan a las necesidades del paciente y a su estado de consciencia, integrando los niveles físico, mental y emocional (ego) y luego trascendiéndolo hacia los valores superiores, como la compasión, el amor a los demás seres vivos, el sentido de la propia vida, el desarrollo de la creatividad, etc., favoreciendo cambios en su nivel evolutivo.

lunes, 25 de mayo de 2020

Las Relaciones de Pareja


Cuando pasa el período del enamoramiento, uno de los aspectos esenciales de empezar a ver al otro tan alejado de nuestro ideal y distante de lo que fue nuestra imagen inicial, es nuestra propia incapacidad de aceptar en nosotros algo de aquello que criticamos. 

En el corto tiempo del enamoramiento, no logramos aceptar ni reconocer el aspecto que nos molesta del otro, en nosotros, ese rasgo de carácter que negamos aun en su más mínima expresión, y que nos ha permitido extrapolar en sentido opuesto. Somos unos auténticos desconocidos para nosotros mismos. 

El “Yo Idealizado” lo hemos construido especialmente negándonos o no dejando surgir en nosotros aspectos rechazados. Gastamos una gran cantidad de energía en mantener una “autoimagen idealizada”, libre de esos “defectos” que el otro muestra abiertamente. 

Lo que ocurre durante el enamoramiento, es que dejamos de pelear con nosotros mismos por un tiempo. Todo aquello que rechazábamos y no queríamos admitir, está en un contexto diferente y no solo es aceptable, sino querible y a veces hasta lo admiramos. 

Cuando este camino se bloquea, la admiración se transforma en envidia, en comparación, etc. y ese es un tema básico para explorar en una pareja: que estoy reflejando inconscientemente afuera que no puedo ver en mí. 

Al principio, el “espejo”, nos devuelve una imagen querible de nosotros, que no es perfecta, pero si verdadera. Es en el amor donde trascendemos nuestro ego. 

Cuando empiezan las críticas y las descalificaciones y empezamos a cultivar el desamor, el espejo nos muestra lo peor de nosotros, justamente aquello con lo que nos peleamos interna e inconscientemente, y por lo que nos odiamos o rechazamos a nosotros mismos y al espejo. 

El verdadero que algún día fuimos aparece como una fantasía, pero nunca estuvimos tan cerca de la verdad como entonces. 

Es cierto que todo eso ocurre cuando se transciende el enamoramiento y llega el amor... El amor se construye entre dos y basta que uno juegue en contra, para que lo conseguido se destruya… 

En una relación elegida y adulta hay una posibilidad ilimitada de crecimiento. 

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El conflicto en las relaciones 

Cuando las personas se encuentran con dificultades en la relación, tienden a culpar a su pareja. Creen ver con claridad cuál es el cambio que necesita hacer el otro, para que la relación funcione, pero les es muy difícil ver qué es lo que ellas hacen para generar los problemas. Cuando se le pregunta a una persona sobre qué le pasa con respecto a su pareja, qué le molesta o conflictúa, suele contestar por ej. “es que él/ella es muy agresivo/a”, “es que él/ella deja todo desordenado”, y un largo etc.; es bastante difícil que la persona hable de lo que le sucede a ella ante esa actitud del otro, de lo que siente ella o lo que necesita. 

Es muy diferente encarar los conflictos que surgen en una relación con la actitud de revisar "qué me pasa a mí", que enfrentarlos con enojo pensando que el problema es que estoy con la persona inadecuada. 

Muchas parejas, terminan separándose a partir de la creencia de que con otro sería distinto y, por supuesto, se encuentran con situaciones similares, donde el cambio es sólo el interlocutor. 

Por eso, frente a los desencuentros vinculares, el primer punto es tomar conciencia de que las dificultades son parte integral del camino del amor. No podemos concebir una relación íntima sin conflictos. 

La salida sería dejar de lado la fantasía de una pareja ideal, sin conflictos, enamorados permanentemente. Tu pareja no es inadecuada, lo inadecuado es la idea de pareja perfecta. 

Sufrir porque las cosas no son como yo me las había imaginado, no sólo es inútil, sino que además es infantil. 

Se trata de empezar a pensar la pareja desde otro lugar, desde el lugar de lo posible y no de lo ideal. Para ello, hemos de tratar de ver los conflictos no solo como un camino para superar mis barreras y poder acercarme así al otro, sino también como un camino para encontrarme con mi compañero/a y un camino para producir el transformador encuentro conmigo mismo/a. 

Estar en pareja ayuda a nuestro crecimiento personal. A ser mejores personas, a conocernos más, pues la relación suma. Y aunque hay dolor con el que tendremos que enfrentarnos, es cuando lo atravesamos, que ya no somos los mismos, hemos crecido, somos más conscientes, nos sentimos más plenos. 

La pareja no nos salva de nada, no debería salvarnos de nada. Muchas personas buscan pareja como medio para resolver sus problemas, y creen que una relación íntima, los va a curar de sus angustias, de su aburrimiento, de su falta de sentido. Esperan que una pareja llene sus huecos. 

Cuando elijo a alguien como pareja con estas expectativas, termino inevitablemente odiando o rechazando a la persona que no me da lo que yo esperaba. Después quizás busque a otra, y a otra, y a otra... o tal vez decida pasarme la vida quejándome de mi suerte. 

He de resolver mi propia vida sin esperar que nadie lo haga por mí, ni intentar resolverle la vida al otro. Relacionarme con otro para poder hacer un proyecto juntos, para pasarla bien, para crecer, para divertirnos, pero no para que me resuelva la vida. 


Pensar que el amor nos salvará, que resolverá todos nuestros problemas y nos proporcionará un continuo estado de dicha o seguridad, solo nos mantiene atascados en fantasías e ilusiones y debilita el auténtico poder del amor, que es transformarnos. 

Y nada es más esclarecedor que estar con otro desde ese lugar, nada es más extraordinario que sentir la propia transformación al lado de la persona que amamos. 

En vez de buscar refugio en una relación, podríamos aceptar su poder de despertarnos en aquellas zonas en las que estamos dormidos y donde evitamos el contacto directo con la vida, para poder ponernos en movimiento hacia adelante viendo con claridad en qué aspecto debemos crecer. 

Significado de Paisaje natural - Qué es, Definición y Concepto

Para que nuestras relaciones prosperen, hemos de verlas de otra manera; como una serie de oportunidades para ampliar nuestra conciencia, descubrir una verdad más profunda y sentirnos más plenos. Y cuando me convierto en un ser completo, que no necesita de otro para sobrevivir, seguramente voy a encontrar a alguien completo con quien compartir lo que tengo y lo que él tiene. Este es, de hecho, el sentido de la pareja: no la salvación, sino el encuentro. 

Yo contigo. 

Tú conmigo. 

Yo conmigo. 

Tú contigo. 

Nosotros, con el mundo. 




Iremos explorando cómo y porqué ocurren los conflictos y como crecer en la relación de pareja, transcendiendo el ego/personalidad y conectando con el amor que somos, hacia una relación con conciencia...en el curso: 





www.centroelim.org



sábado, 23 de mayo de 2020

El dolor y el tiempo



A menudo, el dolor va acompañado de una reacción mental estresante, nerviosa, a veces llena de ansiedad y de miedo..., de una avalancha de relatos sobre lo que ocurrirá o no ocurrirá en el futuro. 

Siento dolor (o miedo o tristeza o cualquier sentimiento desagradable) justo ahora, pero estoy preocupado por cuánto durará, por cuándo terminará o si terminará algún día, por cuánto puede intensificarse. 

¿Durará este dolor el resto de mi vida? 

¿Se mantendrá como es ahora, o se hará más agudo? 

¿Qué pasa si se vuelve insoportable? 

¿Qué pasa si acaba matándome? 

¿Qué pasa si...? 

Se diría que la mente siempre quiere hacer que todo parezca peor de lo que es en realidad. Si te fijas, verás que tu relato de la realidad es siempre mucho peor que la realidad en sí. 

En la realidad, jamás vas a tener que enfrentarte más que a este momento de dolor. Solo a este momento. Solo a lo que está sucediendo ahora mismo. 

En el relato, tienes que enfrentarte al dolor en el tiempo. En el relato, ¡tienes que enfrentarte a todo el pasado y el futuro del dolor! Puedes incluso convencerte a ti mismo de que tienes que enfrentarte a toda una vida de dolor, lo cual suena demasiado insoportable incluso como pensamiento; es, literalmente, la idea que la mente tiene del infierno. 

Pero, en la realidad, la vida siempre es clemente contigo: solo te da este momento, y nunca tienes la experiencia real de una vida de dolor. En la realidad, no existen los conceptos de «siempre», «para siempre» o «sin fin». El infierno es producto del pensamiento, nada más. 

Piensa en cuando vas sentado en un avión durante una fuerte turbulencia. Tienes una intensa reacción de estrés, si empiezas a imaginar que la turbulencia podría ser excesiva y hacer que el avión se estrellara. El pensamiento es inigualable contando relatos de catástrofes futuras, pero ¿cuál es la realidad de la situación? 

El avión atraviesa una zona de viento muy fuerte, y los vaivenes te sacuden de un lado a otro. Esa es la realidad: los bandazos del avión te zarandean en el asiento, ahora mismo. Eso es lo único que está sucediendo. Pero el pensamiento vive en el tiempo, y por tanto dice: «Bueno, en este momento todo parece estar bien, pero en el próximo momento nada estará bien. Ahora mismo la situación es tolerable y estoy vivo, pero solo dentro de un momento se volverá intolerable y moriré. La turbulencia va a empeorar cada vez más». 

Y como reacción a este relato, pueden aparecer un sentimiento de náusea en el estómago, una falta de aire, presión en el pecho y en la garganta, y palpitaciones. No lo olvides, el cuerpo no conoce la diferencia entre el peligro real y el imaginario. Surge un miedo terrible, como si las cosas fueran a ponerse mucho peor. El cuerpo se prepara para enfrentarse o huir, o, si considero de verdad la posibilidad de que el avión se estrelle, se prepara para la muerte. 

Así que ahí estás, sentado en el avión preparándote para la muerte, mientras el piloto tranquilamente guía el avión. Se ha encontrado con turbulencias como esta cientos de veces, y para él no es nada. La verdadera turbulencia está en tu pensamiento. 

En tu imaginación, ¡vas a bordo de un avión que ya se ha estrellado! En tu imaginación, ya estás experimentando lo inevitable. 

Podrías decir: «Ya, pero es posible que un avión se estrelle, así que no estoy completamente loco». 

A lo que yo te respondería: «Sí, pero el avión no se ha estrellado todavía». Mientras pienses que podría ocurrir, es que no ha ocurrido. En este momento, tu miedo más espantoso todavía no se ha hecho realidad. Y en este, tampoco. Ni en este. 

De hecho, nunca, jamás llegamos a vivir ese momento tan insoportable del que la mente está tan aterrada. Solo existe el miedo de un momento insoportable; el momento en sí nunca llega. 

Si las cosas fueran verdaderamente insoportables, si el dolor fuera de verdad demasiado intenso para el cuerpo, si la ira o el miedo fueran de verdad a superarte, si el pesar fuera realmente a hacerte pedazos, el cuerpo se quedaría inconsciente. 

Mientras permanezcas consciente, soportas lo que quiera que esté sucediendo, aunque pienses o sientas que es insoportable. No existe el dolor insoportable. 

Como la propia consciencia que eres, si está sucediendo, si aparece en la experiencia presente, lo estás soportando, lo mismo que el océano soporta cualquier ola, incluso aunque la ola se sienta insoportable en el momento. 

LA TRISTEZA FUNDAMENTAL - Escribir y meditar

Puedes sentir que algo es insoportable, que vas a morir, que no eres capaz de aguantar; puedes sentirte totalmente desbordado, impotente y sin esperanza, pero no puedes ser ese algo insoportable. Como espacio abierto, nunca puedes ser el desesperado, el impotente, el desbordado, pues lo que eres es pura capacidad incluso para el sentimiento aparentemente más sobrecogedor. 

Puedes sentir que eres incapaz de aguantar, pero lo que eres aguanta siempre, en este momento...; y solo existe este momento. 

Puedes sentir que estás a punto de morir, pero lo que eres está muy vivo. 

Como percepción consciente, ya toleras lo que está ocurriendo...; de lo contrario, no estaría ocurriendo. Si fuera de verdad insoportable, si la vida fuera de verdad incapaz de soportar lo que está sucediendo, tú no estarías aquí para saberlo. 

Darnos cuenta de esto puede quitarnos el miedo básico a la vida. Nunca alcanzamos el momento insoportable, lo mismo que la ola nunca llega realmente a la playa. En cuanto llega a la playa, deja de ser ola. 

Por eso nadie ha experimentado nunca la muerte. La muerte no es una experiencia que «tú» puedas tener; la ola no puede experimentar su propia ausencia. En última instancia, no hay nada que temer..., incluso aunque aparezca un miedo atroz. 

«No voy a salir de esta», «No puedo con ello», «Es demasiado para mí», «Me va a matar» son meras expresiones de miedo, expresiones apasionadas de un miedo que no se ha aceptado profundamente. 

«Es insoportable» no significa literalmente que no seas capaz de soportarlo; no significa literalmente que lo que eres es «alguien incapaz de soportar esto». 

Te sientes incapaz de soportarlo, pero ese miedo no te puede definir. La verdad es que ya lo estás soportando, en este momento. Y en este momento, que estás soportando, hay un miedo terrible a que no lo puedas soportar, a que no tengas las fuerzas necesarias; hay un sentimiento de ser demasiado débil para poder con ello. No pasa nada: en la más profunda aceptación, se permite que aparezcan todas estas olas. El dolor y el sentimiento de no ser capaz de soportarlo se aceptan, aquí, totalmente. Y ya estás soportándolos ambos a la perfección... Eso no es tan insoportable, ¿no? 

Al final, nunca tienes que hacer frente a nada que no puedas soportar. La vida no va a darte nada con lo que no puedas —y esto incluye el sentimiento de que no puedes con la vida—, puesto que eres la vida, y la vida no está contra ti. 

Recuerda que, si una ola aparece en la experiencia presente, quien realmente eres ya le ha dado su asentimiento; por eso está aquí. 

Hermosa foto de las olas del mar bajo el cielo rosa y morado con el ...

Nunca tienes que hacer frente a nada a lo que no se le haya permitido entrar. Nunca tienes que hacer frente a lo inaceptable. Nunca tienes que soportar nada que sea realmente insoportable. 

Solo cuando empiezas a comparar este momento con el momento siguiente, con un momento futuro, aparece el sufrimiento: «Este momento lo estoy soportando, pero no seré capaz de soportar el próximo. Dentro de lo que cabe, este momento está bien, pero no ocurrirá lo mismo con el próximo. 

Ahora mismo, la turbulencia no es un problema serio, pero dentro de un momento lo será». Hacemos así que la turbulencia presente signifique muchísimo más de lo que realmente significa. 

Es posible que la turbulencia empeore, pero sin el relato de que es insoportable, sin el relato de este momento comparado con el momento siguiente o con el anterior, seguirá presente la aceptación más profunda. La más profunda aceptación no desaparece nunca, ocurra lo que ocurra. Lo que eres está presente siempre. Incluso en medio de tus miedos más terribles, esa aceptación profunda seguirá existiendo, abierta a que la descubras. 

En la realidad, siempre es este momento. El futuro nunca llega realmente, ¿verdad? El futuro solo existe como relato..., y como tu reacción a ese relato que surge ahora. Cuando llegue ese momento tan temido, será de hecho el «ahora», el momento presente. La experiencia que sea tendrá lugar en este espacio, el espacio que está aquí ahora mismo, y, dado que soy este espacio, sé que nada de lo que la vida ponga en mi camino me destruirá. 

Así que dejemos que llegue la turbulencia. No sé cuándo llegará, y no estoy diciendo que quiero que llegue, pero si llega, ¡que llegue!, y cuando me encuentre frente a frente con ella, seguiré sabiendo que soy el espacio plenamente abierto en el que la vida sucede. 

Lo que soy es la calma que hay en el ojo del huracán. No estoy en guerra con el huracán. Soy el espacio abierto en el que se permite que el huracán vaya y venga. No tengo miedo del huracán, y no porque me crea fuerte y valiente, sino porque sé que la tormenta soy yo mismo y que, en el nivel más profundo, no representa un peligro para mi vida. Así que, si viene, que venga. De modo que ya no tengo necesidad de estar preparado para luchar contra lo que haya de venir; puedo relajarme ante la vida y dejarla que se desarrolle, incluso aunque ese desarrollo traiga dolor. 

Como espacio en el que ese dolor se manifiesta, soy más grande que el dolor, soy más vasto que ningún miedo; soy tan abierto y espacioso que la vida toda —cada pensamiento, sonido, sentimiento y sensación— tiene un lugar aquí. 

De hecho, prepararse para combatir el dolor suele en realidad amplificarlo. Cuando, para evitar sentir dolor en el presente, me anticipo al dolor futuro, lo que hago es tensar el cuerpo entero, y esto provoca que cualquier dolor duela más. Intentar evadirnos del dolor lo exagera. 

Cuando nos relajamos en él, en vez de hacer acopio de fuerzas para combatirlo, cuando encontramos la aceptación más profunda en medio del dolor, en vez de considerarlo un enemigo, descubrimos que la sanación está siempre muy cerca. 

Podemos seguir haciendo todo lo posible por sanar físicamente, pero, la verdadera sanación no guarda ninguna relación con el cuerpo. 

El cuerpo se zarandea en el asiento, y lo que tú eres es el espacio en mitad de la turbulencia, el océano en calma en mitad de la furia de la tormenta, ya completo, siempre sanado. 

Jeff Foster


miércoles, 20 de mayo de 2020

Nuestra experiencia está en perfecto equilibrio


Nuestra experiencia está en perfecto equilibrio: si hay guapo, tiene que haber feo. Si hay éxito, tiene que haber fracaso. Si hay iluminado, tiene que haber no iluminado. Si hay amado, tiene que haber no amado. Así son las cosas, y no es un problema hasta que entramos en guerra con el modo en que son, hasta que nos oponemos al equilibrio de la vida. 

La belleza de la vida es que está en constante movimiento, siempre cambiando. No podemos sentir lo mismo todo el tiempo. En la experiencia presente, no hay «todo el tiempo», y tampoco hay «nunca»; solo la danza de las olas ahora. 

Cuando decimos: «Quiero ser atractivo, quiero ser guapo», lo que queremos decir es que deseamos sentimos atractivos todo el tiempo, nunca sentirnos feos. Recuerda, lo que eres no puede ser nada en particular, pero, a la vez, lo que eres es la facultad de sentir cualquier cosa ahora. 

Queremos ser algo inmutable y sólido en el tiempo y el espacio, y sin embargo, cuando observamos, vemos que nuestros sentimientos están constantemente fluctuando, cambiando, en el momento intemporal. 

La realidad es que, en cualquier momento, podemos sentirnos bellos o feos. A veces sentimos que somos un éxito, y a veces que somos un fracaso. 

A veces nos sentimos débiles, y a veces fuertes. A veces nos sentimos seguros, y a veces inseguros. 

A veces nos sentimos alegres, y a veces tristes. 

A veces sentimos que estamos a favor de algo, y a veces en contra de eso mismo. 

Así es como son las cosas, y es totalmente natural tener estos sentimientos aparentemente contradictorios uno detrás del otro, o incluso sentirlos al mismo tiempo. No nos gustan las paradojas, pero, cuando comprendes que somos en esencia criaturas paradójicas y que eso está profundamente bien, ves lo natural que es no sentir lo mismo todo el tiempo. 

En el océano que eres, el cambio, la fluctuación y la impermanencia son la manera de ser de las cosas. Al océano inmutable le encanta expresarse en forma de olas que cambian constantemente; lo que sucede es que, en nuestro empeño por ser un yo coherente, por tener un relato de quiénes somos sólido, congruente e inmutable, consideramos negativa la incoherencia y la volubilidad, e intentamos evitarlas a toda costa. 

Queremos sentirnos igual mañana que hoy. Queremos tener los mismos pensamientos y opiniones, querer las mismas cosas, albergar las mismas creencias día tras día y año tras año. 

No queremos cambiar de idea. No queremos que se nos considere personas volubles, cambiantes, con las que no se sabe a qué atenerse, incapaces de decidirse por una cosa o por otra. 

El cambio, el movimiento, el flujo son la manera de ser de todo cuanto existe, y sin embargo, nosotros deseamos ser inamovibles, llevar por bandera una imagen definida e inmutable de quiénes somos, contar un cuento coherente sobre nosotros mismos día tras día. 

Queremos ser algo, no obstante, nuestra naturaleza nos impide ser jamás «algo» fijo. Y a causa de nuestro malentendido sobre quiénes somos realmente, entramos en guerra con la integridad de la experiencia, intentando inmovilizar el flujo natural de la vida..., lo cual tiene como resultado una gran frustración y sufrimiento. 

Estamos en guerra con los opuestos; rechazamos cualquier opuesto que no se ajuste a nuestra imagen de nosotros mismos, y no nos damos cuenta de algo muy importante: de que en realidad, no hay opuestos. Los opuestos son creación de la mente. Solo la mente separa la realidad, divide en dos las experiencias y luego se lanza en pos de uno de los opuestos e intenta escapar del otro. 

He aquí algo que resulta crucial entender: en realidad, los sentimientos no tienen opuesto. La energía del cuerpo no tiene opuesto. La vida no tiene opuesto. 

¿Puede tener un opuesto el canto de un ave? En este momento, escuchando a un pájaro cantar, ¿hay algo semejante a un opuesto? Es posible que el pensamiento diga que «lo opuesto de un pájaro que canta es un pájaro que no canta», pero eso no es más que otro pensamiento, otra imagen que aparece justo ahora. ¿Tiene el auténtico pío, pío de un pájaro —escúchalo— un opuesto, en la realidad? 

¿Tiene este momento un opuesto? ¿Tiene un opuesto la presencia de la vida aquí y ahora? ¿Hay realmente algo que se oponga a ella? 

¿Tiene un opuesto la sensación? Pellízcate. Pon tu atención en las intensas sensaciones que siguen. ¿Puedes encontrar algún opuesto a esas sensaciones? Sí, claro, el pensamiento diría que «lo opuesto de este dolor es la ausencia de ese dolor», pero, de nuevo, eso no es más que otro pensamiento que aparece ahora. 

En realidad, ¿tiene la sensación presente un opuesto que puedas encontrar de verdad en la experiencia presente? 

¿Es un sentimiento abominable lo opuesto de un sentimiento hermoso, o son simplemente dos experiencias muy distintas, acompañadas de sensaciones diferentes, de sabores diferentes? 

¿Es un sentimiento alegre lo opuesto de un sentimiento triste? El pensamiento diría que lo son, pero, fuera del pensamiento, ¿encuentras algún opuesto? 

En la realidad, no existe lo opuesto de un sentimiento o una emoción. Todo sentimiento y toda emoción son una experiencia completa en sí mismos. 

La experiencia en sí no tiene opuesto. Sentirse feo no es lo opuesto de nada..., es simplemente sentirse feo. Sin calificar de «negativo» sentirse feo y de «positivo» sentirse guapo, sin convertirlos en opuestos, vemos que sentirse feo es sencillamente una experiencia que está sucediendo ahora..., nada más que una ola de experiencia, nada más que algo que pasa por nosotros. Ninguna ola es intrínsecamente mejor ni peor que cualquier otra. Es solo energía de vida con un movimiento en particular. 

Profundicemos un poco más. No solo es que la belleza no sea lo opuesto de la fealdad, sino que la fealdad es además simplemente un concepto, y, como tal, no puede capturar la auténtica experiencia del momento presente. En otras palabras, sin el relato que cuenta que lo que estoy experimentando es fealdad, ¿qué está ocurriendo aquí de hecho? 

Sin el relato de que lo que experimento en este momento es el fracaso, ¿qué hay aquí de hecho? 

Sin el relato de que lo que experimento en este instante es dolor, pesar, aburrimiento, ira, malestar, depresión, confusión, o incluso búsqueda, ¿qué hay de hecho aquí? 

Sin cualquier relato sobre lo que está sucediendo ahora, sin catalogar esta experiencia como «fracaso» y compararla con el éxito, sin calificarla de «fealdad» y compararla con la belleza, sin llamarla «ira» o «dolor» y compararla con sus opuestos conceptuales, ¿cómo sé lo que de hecho estoy sintiendo? 

Como decía antes, sin relato, no tienes forma de saber lo que estás experimentando. Sin ningún relato, sin nombrar las olas, la vida es simplemente energía en bruto, energía pura, en movimiento. Es el océano —sin nombre, y misterioso—. 

Intentamos calificar esa energía; la juzgamos, tratamos de escapar de ella, la convertimos en el negativo de un opuesto positivo, y luego buscamos lo positivo. Y sin embargo, por debajo de todo esto, ni siquiera sabemos en realidad de qué huimos. 

Llamamos a una ola «miedo», «ira», «tristeza», «aburrimiento», «pesar», «alegría» o «dolor» porque estos son los nombres y conceptos que hemos aprendido —solo por eso—, y luego o intentamos escapar de estas olas o nos aferramos a ellas. Pero quítales todos esos rótulos que les has puesto y, en realidad, ¿de qué intentas escapar, o a qué te aferras? ¿Lo sabes? 

¿Qué sucede cuando nos desprendemos de todos los rótulos, de todas las descripciones que hemos aprendido, y afrontamos la energía en bruto de la vida tal como es en este momento, sin intentar cambiarla, eludirla ni aferramos a ella? 

¿Qué ocurre cuando nos desprendemos de todas las descripciones de lo que es o no es este momento y sentimos profundamente las sensaciones presentes? 

Aquí es donde empieza la verdadera aventura de la vida. 

Cuando trasciendes el relato de lo que sientes en cualquier momento, acabas viendo que en realidad nunca has sabido realmente de qué escapabas. Y te encuentras con la energía en bruto de la vida. Estás desnudo ante la vida..., y esta es la verdadera sanación. Es el derrumbe de todas las ideas sobre cómo debería ser este momento. 

J. Foster




domingo, 10 de mayo de 2020

¿Puedo simplemente admitir lo que aparece en la experiencia presente?


La pregunta que tienes que hacerte a ti mismo es siempre: 

¿cuál es mi verdad en este momento? 

Dicho de otro modo: ¿qué pienso y siento realmente ahora mismo? 

¿Puedo simplemente admitir lo que aparece en la experiencia presente? 

¿Puedo empezar, al menos, a admitir estos pensamientos, estas sensaciones, estos sentimientos, por mucho que no los quiera admitir, por mucho que hagan peligrar la imagen que tengo de mí? 

¿Puede considerarse entonces que lo que admita ya está admitido en la experiencia presente? 

¿Es posible simplemente percibir, ahora mismo, que lo que soy ya ha dicho sí a este momento, que la aceptación que busco ya está aquí? 

Si de verdad he de aceptar este momento, como muchas enseñanzas espirituales me dicen que haga, debo aceptar todo —sencillamente todo— lo que aparece justo ahora. 

Y en ese «todo» podría estar incluida cualquier resistencia a aceptar o no aceptación que aparezca justo ahora. 

La aceptación no tiene por qué ir acompañada de una sensación bonita o tener una apariencia agradable. La verdadera aceptación va más allá de todas las ideas que tengamos sobre la apariencia que debería tener. 

La verdadera aceptación es lo que eres en esencia; es eso que permite que este momento sea exactamente como es. Lo que eres acepta incluso lo inaceptable. Es una aceptación radical. 

Admitir lo que aparece en la experiencia presente —es decir, percibir simplemente y sin ningún esfuerzo que estos pensamientos, estas sensaciones, estos sentimientos están presentes aquí y ahora— es percibir que lo que eres ya ha admitido estos pensamientos, sentimientos y sensaciones aquí, en este momento, incluso aunque no quieras admitirlos porque ponen en peligro una imagen de ti. 

Así que, en este momento, ¿cuál es mi verdad? 

Mi verdad es que no puedo aceptar este momento. Lo admito, aunque haga peligrar la imagen que tengo de mí mismo. Pienso que debería ser capaz de aceptarlo; sé que las enseñanzas espirituales me dicen que lo acepte, pero mi verdad, en este momento, es que no lo puedo aceptar. Eso es lo que es. Debo decir la verdad. Debo admitir que no lo acepto. 

En este momento, soy incapaz de aceptar a mi marido, a mi esposa, a mi amigo, a mi jefe, a mi madre, a mi padre, a mi gurú. En este momento, soy incapaz de aceptar su comportamiento, lo que me han dicho, lo que me han hecho. En este momento, soy incapaz de aceptarlos como son. 

Quizá mañana pueda hacerlo. Quizá el año que viene. Quizá nunca. No lo sé. Lo único que sé es que, ahora mismo, no los puedo aceptar. Admito la verdad acerca de este momento. Admito lo que es. 

La verdadera libertad llega cuando me doy cuenta de que esa imposibilidad mía de aceptarlos en el presente es totalmente aceptable para la vida, en este momento. Admito que no los puedo aceptar (o que no puedo aceptar el dolor, el miedo, la tristeza, la ira, el aburrimiento o lo que quiera que aparezca ahora) y descubro que mi falta de aceptación esta ya admitida en la experiencia presente. Es lo que es, y la vida lo acoge en este momento. 

Esa es la verdadera aceptación que he estado buscando..., una aceptación que es más profunda que ninguna otra que tú pudieras ofrecerme, más profunda que ninguna otra que pudiera encontrar en el mundo del tiempo y el espacio. 

Cuando dejo de buscar tu aceptación, ¿qué miedo puedo tener a ser sincera contigo? No voy a perder la aceptación. Incluso aunque rechaces lo que digo, incluso aunque no estés en condiciones de escucharlo ahora mismo, incluso aunque discrepes totalmente, no voy a perder esta aceptación. Esta aceptación seguirá estando aquí incluso aunque sienta que me rechazas de la manera que sea. Me sostiene, siempre, aun en medio del conflicto. 

Y, una vez que he reconocido que lo que soy ha aceptado totalmente mi verdad, en esta admisión total de la experiencia presente ahora soy libre de decírtela a ti sin miedo. Mi verdad tal vez te resulte difícil de escuchar, pero es mi verdad, y no puedo disculparme por ella. Esta profunda aceptación no está bajo mi control. 

Una vez que ves lo que está sucediendo en tu experiencia, una vez que ves la búsqueda que está teniendo lugar y eres sincero contigo mismo acerca de ella, la comunicación fluye, sin esfuerzo. Ya no hay necesidad alguna de buscar la manera de comunicarse. Comunicarse es ahora tan sencillo como decir lo que ves; es decir la verdad sobre lo que realmente está ocurriendo desde tu perspectiva, en tu experiencia..., sin ninguna expectativa. 

¿Podría haber algo más simple? La comunicación clara y sincera fluye con naturalidad cuando descubrimos la profunda aceptación de la experiencia presente. 

Cuando nos desprendemos de todas las ideas sobre el aspecto exterior que debería tener este momento o cómo debería hacer que nos sintiéramos, somos libres de admitir la verdad. Es la verdad la que nos libera de la carga de vivir respondiendo a una imagen.

Jeff Foster





jueves, 7 de mayo de 2020

Aceptación


“Señor/Dios/Universo, concédeme serenidad para aceptar todo aquello que no puedo cambiar, fortaleza para cambiar lo que si puedo y sabiduría para discernir la diferencia.”    


Hay cosas en la vida sobre las que nunca tienes control. Tal vez las situaciones provocadas por la evolución del grupo, por la naturaleza y por tus experiencias pasadas ya estén escritas, dispuestas por el Espíritu con un propósito mayor en mente que no vas a lograr entender en esta vida. 

Quizá no esté en este momento el comprender por qué suceden ciertas cosas, pero puedes aceptar el misterio y trabajar con lo que esos sucesos y tus circunstancias actuales te pueden enseñar. Y de última, también puedes aceptar el no poder aceptar en este momento lo que te está sucediendo, pues la aceptación es un proceso de comprensión profunda, no puedes aceptar lo que no comprendes y eso te genera sufrimiento, por la interpretación que haces de lo que acontece, que genera un diálogo interno que moviliza las emociones de enojo, rabia, impotencia, tristeza, desesperanza, angustia, temor, miedo, etc., al no poder aceptar. 

Rechazamos lo que no nos agrada, en vez de utilizar lo que nos sucede como una oportunidad para aprender. 

No aceptamos la realidad y tratamos de impedir la experiencia de los demás pretendiendo que se comporten como nosotros queremos para sentir nuestro bienestar… 


¿Cuando estas sufriendo que síntomas tienes? 

La única causa del sufrimiento es la incapacidad de aceptar lo que sucede. 


Cada vez que te encuentres sufriendo, puedes preguntarte:


 ¿que es lo que no estoy aceptando? 


Entonces si el no aceptar lo que me sucede es lo que me genera el sufrimiento, la pregunta oportuna sería:

 ¿Cómo puedo aprender a aceptar eso? 


Y la respuesta es conociendo que hay leyes que rigen el universo, que todo tiene un propósito para nuestra evolución, que infringimos las leyes universales muchas veces de manera inconsciente, por desconocimiento, por ignorarlas, sin embargo siempre están operando para mantener el equilibrio del universo. 

Entonces: 

la causa del sufrimiento es la incapacidad de aceptar lo que sucede porque no lo comprendo. 




¿Como reconocer algunas formas de la no aceptación? (G. Schmedlin)


- Rechazo a la vida: no estoy aceptando la oportunidad de aprendizaje que ofrecen las dificultades. 

- Sobreprotección: no acepto la experiencia de destino y de misión que cada persona trae. 

- Perfeccionismo: no acepto que existen diferentes formas de organización y manejo. 

- Preocupación: no acepto que puedo perder algo que ya no necesito para mi evolución. 

- Fanatismo: no acepto que hay otras formas, caminos, creencias, opciones diferentes a las mías. 

- Mal genio: no acepto lo que otros hacen o dicen o lo que está sucediendo. 

- Ganas de condenar: no acepto actitudes y comportamientos diferentes a los míos. 

- Rebeldía: no acepto la necesidad de adaptarme al medio que me correspondió. 

- Angustia: no acepto que perdiendo algo, puedo vivir de otra manera. 

- Tristeza: no acepto la experiencia y comportamientos de otros. 

- Ganas de criticar: no acepto las ideas costumbres y decisiones de los demás. 

- Rencor: no acepto que los demás no tienen la culpa de mis propias experiencias. 

- Ganas de juzgar: no acepto que cada quien hace lo correspondiente con lo que sabe. 

- Apegos: no acepto que nada ni nadie me pertenece y siempre tengo todo lo necesario. 

- Estrés: no acepto que las cosas puedan salir de otra manera y solo doy lo que puedo. 

- Miedo: no acepto la posibilidad de perder lo que tengo o de no lograr lo que quiero. 

- Celos: no acepto que no soy dueño de nadie y que solo el amor puede unirnos. 

- Culpa: no acepto que yo no tengo la culpa de las experiencias de los demás. 

- Enfermedad: no acepto que el problema no está en mi cuerpo sino en mi mente. 


PARA  VER  LA  REALIDAD  NECESITO  VERLA  NEUTRA. 


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SÓLO ENFRENTAMOS SITUACIONES QUE NO HEMOS 

 NI COMPRENDIDO NI ACEPTADO PREVIAMENTE. 




¿Cómo sabes que ya comprendiste algo? 

- Porque lo puedes aceptar con felicidad y porque te sientes en paz. 

- aquel que comprende, acepta y obedece la voluntad del padre (las leyes universales), se libera definitivamente de todo sufrimiento, ya nada más tiene que aprender del sufrimiento. 



¿Cómo sabes que ya aceptaste algo? 

PORQUE YA NO TE SUCEDE O DESAPARECE DE TU VIDA. Ya no tienes nada más que aprender de ese suceso.




martes, 5 de mayo de 2020

Relaciones


Por qué el SOL es AMARILLO: explicación sencilla para niños

Por muy iluminado o despierto que estés, o libre de quien piensas que eres, por mucho que te aferres a la imagen de ti mismo de persona «libre de ego», «libre de búsqueda» o «totalmente liberada y en paz», en las relaciones íntimas tendrás por fuerza un encuentro cara a cara con esas olas de experiencia que no aceptas, que no amas.
Suele decirse que la relación es solo un espejo en el que te ves a ti mismo.

Incluso el individuo más «iluminado» puede seguir experimentando conflicto en sus relaciones personales más íntimas.
¿Significa esto que no está de verdad iluminado, o tal vez que debemos revisar la idea que tenemos de lo que significa estar iluminado? 
 Nada como las relaciones puede hacerte despertar a quien realmente eres, de eso no hay duda.

 Cuando nos damos cuenta de que las relaciones íntimas siempre van a hacer que afloren las olas que hemos rechazado, las olas que no amamos, una respuesta posible sería decir: «No quiero experimentar esas olas. ¡Voy a evitar por completo todo tipo de relación! Voy a hacerme asceta espiritual; me voy a ir a vivir a una cueva de algún lugar lejano y a mantenerme apartado de la gente. Voy a hacerme célibe, a reprimir los sentimientos más íntimos; voy a desconectarme del resto de la gente, porque la gente me hace sufrir, y no quiero sufrir».

 Lo que sucede es que evitar la relación se convierte en realidad en otro tipo de relación: una en la que te aíslas de los demás, probablemente porque no quieres que te hagan enfrentarte a esos aspectos de ti mismo que no has permitido y aceptado en tu vida. Pero la relación no-relación es, qué duda cabe, una relación. Es una postura que adoptas ante los demás, una manera de relacionarte con ellos que probablemente nazca del miedo al rechazo.
 Así que, al final, las relaciones no se pueden evitar. Siempre te relacionas con los demás y con el mundo, tanto si te gusta como si no. Siempre estás vinculado con todo: el sol, el mar, los árboles, el cielo, los animales, los pensamientos, los sentimientos, los sonidos, los olores, las sillas, las mesas, otras personas... Eres el mundo, y el mundo eres tú, como decía Krishnamurti. Eres la nada que permite que todo sea.

El final de la búsqueda no es un desapego frío e inhumano de la vida, de los demás, de las relaciones, aunque esta pueda ser una etapa por la que alguna gente pasa en su viaje. El final de la búsqueda es la posibilidad de tener auténticas relaciones humanas, reales, despiadadamente sinceras, porque, cuando no hay búsqueda, cuando ya no esperas que otro ser humano te complete, cuando ya no necesitas manipular a los demás en beneficio propio, cuando ya no ves separación, eres libre por fin de poder escuchar de verdad a los demás, de encontrarte de verdad con ellos exactamente donde están, de ver, oír y entender realmente quién y qué está delante de ti.

 El final de la búsqueda abre un inmenso espacio donde puedes ser de verdad honesto en tus relaciones, y ya no tienes necesidad de esconderte detrás de conceptos espirituales como «no hay un yo» o «las relaciones son una ilusión»..., ni detrás de ningún concepto. Todos los conceptos se convierten en cenizas en la hoguera de la vida real, en los altos hornos de la intimidad.

 Cuando reconoces quién eres realmente, eres libre de amar de verdad a la persona que tienes delante, sin miedo, sin tener que estar jamás a la defensiva. Descubres entonces que el amor es en verdad incondicional por naturaleza.

Todas las preciosas percepciones espirituales que tiene el buscador sobre la completitud y la no existencia son magníficas, pero si esas percepciones no se extienden hasta penetrar en las partes más íntimas de nuestra vida, si no llegan hasta lo más profundo de nuestra experiencia personal, si no conducen a la extinción de la búsqueda en todas sus manifestaciones, seguirán siendo meras palabras.

Creer que no tienes un yo o que no eres «nadie» o que todo es Unidad está muy bien, pero ¿qué sucede con esas percepciones cuando tu pareja, tu hijo, tu hija, tu madre o tu padre empiezan a llorar porque se sienten heridos por algo que acabas de decir?
¿No les haces ni caso, porque «están perdidos en un relato dualista»?
¿Les pides que te dejen solo, porque «no hay nadie aquí»?
 ¿Les dices que lo que han de hacer es iluminarse, como tú, y entonces ya no sufrirán?
 ¿Te retiras y los obligas a que se vayan a algún sitio a meditar, a indagar en sí mismos, a trabajar consigo mismos hasta que se calmen y lo vean todo con claridad?
¿Les das una conferencia sobre cómo no existe ninguna relación y si piensan lo contrario, es porque «todavía tienen un ego»?
 ¿O estás abierto —de verdad abierto— a escuchar lo que tengan que decir y a encontrar la más profunda aceptación en tu propia experiencia mientras escuchas?

Cuando ya no buscas nada de ellos, cuando no hay una imagen que defender, cuando te reconoces como espacio abierto, ¿acaso no hay espacio para escuchar sin más?
¿No hay espacio para ver el mundo a través de sus ojos, para descubrir en qué sentido lo que dicen puede ser verdad, para encontrar el lugar donde realmente la otra persona y tú veáis lo mismo?
¿Y no hay también espacio para ser de verdad sincero sobre cómo te sientes en respuesta y para permitirles dar su propia respuesta a eso, incluso aunque no sea la que tú habrías esperado..., incluso aunque dé al traste con tus sueños, tus esperanzas y tus planes, incluso aunque destruya tu preciosa imagen de ti, la que has estado protegiendo toda tu vida?
¿Es posible permanecer abierto, pase lo que pase?

J. Foster