SENDERO TRANSPERSONAL

INTEGRANDO PSICOLOGIAS DE ORIENTE Y OCCIDENTE

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La Psicología Transpersonal o Integral, es un enfoque terapéutico que apunta a que el ser humano alcance niveles óptimos de salud psicológica, dándole importancia a la expansión de la conciencia.

Se trata de un acompañamiento terapéutico para que la persona aprenda a observar sus patrones mentales, sus creencias, que son la causa del malestar, que aprenda a desidentificarse de sus contenidos mentales, a trabajar con sus emociones saludablemente, que aprenda a hacerse responsable de sí misma, de sus relaciones, de sus experiencias, sin culpabilizar al entorno, a la vida por lo que le sucede, comprendiendo que la adversidad, es una oportunidad de cambio y desarrollo personal.

Capacita al paciente para que aprenda a satisfacer de una manera saludable sus necesidades a todos los niveles: físico, emocional, mental, espiritual, aprendiendo a conectar con la dimensión trascendental; todo ello conlleva a una integración de su personalidad y a alcanzar niveles superiores de salud psicológica, para luego poder trascenderla y conectar con la esencia.

Se toman en cuenta los problemas, dolencias particulares que empujan a la persona a una consulta y se las trabaja e integra, pero el enfoque principal de la Terapia Transpersonal, que la hace diferente y más abarcativa que otras terapias psicológicas (integra psicologías de oriente y occidente) es el de capacitar a la persona para que aprenda a conectar con sus propios recursos internos y permita desplegarse sin temores al proceso de crecimiento natural.

La terapia utiliza diferentes técnicas que se adaptan a las necesidades del paciente y a su estado de consciencia, integrando los niveles físico, mental y emocional (ego) y luego trascendiéndolo hacia los valores superiores, como la compasión, el amor a los demás seres vivos, el sentido de la propia vida, el desarrollo de la creatividad, etc., favoreciendo cambios en su nivel evolutivo.

sábado, 23 de febrero de 2013

El apego emocional



El apego es adicción

  Depender de la persona que se ama es una manera de “enterrarse en vida”, un acto de “automutilación  psicológica” donde el amor propio, el autorespeto y la esencia de uno mismo son ofrendados y regalados irracionalmente. Cuando el apego está presente, entregarse, más que un acto de cariño desinteresado y generoso, es una forma de capitulación, una rendición guiada por el miedo con el fin de preservar lo bueno que ofrece la relación.
  Bajo el disfraz del amor romántico, la persona apegada comienza a sufrir una despersonalización lenta e implacable hasta convertirse en un anexo de la persona “amada”, un simple apéndice. Cuando la dependencia es mutua, el enredo es funesto y tragicómico: si uno estornuda, el otro se suena la nariz. O, en una descripción igualmente malsana si uno tiene frío, el otro se pone el abrigo.

 “Mi existencia no tiene sentido sin ella”, “Vivo por y para él”, “Ella lo es todo para mí”, “El es lo más importante de mi vida”, “No se qué haría sin ella”, “Si él me faltara, me mataría”, “Te idolatro”, “Te necesito”, en fin, la lista de este tipo de expresiones y “declaraciones de amor” es interminable y bastante conocida.

 La tradición ha pretendido inculcarnos un paradigma distorsionado y pesimista: el auténtico amor, irremediablemente, debe estar infectado de adicción. Un absoluto disparate. No importa cómo se quiera plantear, la obediencia debida, la adherencia y la subordinación que caracterizan al estilo dependiente, no son lo más recomendable.

 La epidemiología del apego es abrumante. Según los expertos, la mitad de la consulta psicológica se debe a problemas ocasionados o relacionados con dependencia patológica interpersonal. En muchos casos, pese a lo nocivo de la relación, las personas son incapaces de ponerle fin. En otros, la dificultad reside en una incompetencia total para resolver el abandono o la pérdida afectiva. Es decir: o no se resignan a la ruptura o permanecen, inexplicable y obstinadamente, en una relación que no tiene ni pies ni cabeza.

El deseo no es apego

 La apetencia por sí sola no alcanza para configurar la “enfermedad” del apego. El gusto por la droga no es lo único que define al adicto, sino su incompetencia para dejarla o tenerla bajo control. Abdicar, resignarse y desistir son palabras que el apegado desconoce. Querer algo con todas las fuerzas no es malo, convertirlo en imprescindible, sí.
 La persona apegada nunca está preparada para la pérdida, porque no concibe la vida sin su fuente de seguridad y/o placer. Lo que define el apego no es tanto el deseo como la incapacidad de renunciar a él. Si hay un síndrome de abstinencia, hay apego.
 De manera más específica, podría decirse que detrás de todo apego hay miedo, y más atrás, algún tipo de incapacidad. Por ejemplo, si soy incapaz de hacerme cargo de mí mismo, tendré temor a quedarme solo, y me apegaré a las fuentes de seguridad disponibles representadas en distintas personas. El apego es la muletilla preferida del miedo, un calmante con peligrosas contraindicaciones.

 El hecho de que desees a tu pareja, que la degustes de arriba abajo, que no veas la hora de enredarte en sus brazos, que te deleites con su presencia, su sonrisa o su más tierna estupidez, no significa que sufras de apego. El placer  de amar y ser amado es para disfrutarlo, sentirlo y saborearlo. Si tu pareja está disponible, aprovéchala hasta el cansancio; eso no es apego sino intercambio de reforzadores. Pero si el bienestar recibido se vuelve indispensable, la urgencia por verla no te deja en paz y tu mente se desgasta pensando en ella; bienvenido al mundo de los adictos afectivos.

 Recuerda: el deseo mueve al mundo y la dependencia lo frena. La idea no es reprimir las ganas naturales que surgen del amor, sino fortalecer la capacidad de soltarse cuando haya que hacerlo. Un buen sibarita jamás crea adicción.

                                           

 El desapego no es indiferencia.

  Equivocadamente, entendemos el desapego como dureza de corazón, indiferencia o insensibilidad, y eso no es así. El desapego no es desamor, sino una manera sana de relacionarse, cuyas premisas son: independencia, no posesividad y no adicción.
 La persona no apegada (emancipada) es capaz de controlar sus temores al abandono, no considera que deba destruir la propia identidad en nombre del amor, pero tampoco promociona el egoísmo y la deshonestidad.

 Desapegarse no es salir corriendo a buscar un sustituto afectivo, volverse un ser carente de toda ética o instigar la promiscuidad. La palabra libertad nos asusta y por eso la censuramos.
  Declararse afectivamente libre es promover afecto sin opresión, es distanciarse en lo perjudicial y hacer contacto en la ternura.

 El individuo que decide romper con la adicción a su pareja entiende que desligarse psicológicamente no es fomentar la frialdad afectiva, porque la relación interpersonal nos hace humanos (los sujetos “apegados al desapego” no son libres, sino esquizoides). No podemos vivir sin afecto, nadie puede hacerlo pero sí podemos amar sin esclavizarnos. Una cosa es defender el lazo afectivo y otra muy distinta ahorcarse con él. El desapego no es más que una elección que dice a gritos: el amor es ausencia de miedo.

 El apego produce  deterioro energético. Haciendo una analogía con Las enseñanzas de don Juan, de Carlos Castañeda, podríamos decir que el adicto afectivo no es precisamente “impecable” a la hora de optimizar y utilizar su energía. Es un pesimismo “guerrero”. El sobregasto de un amor dependiente tiene doble faz.

  Por un lado, el sujeto apegado hace un despliegue impresionante de recursos para retener su fuente de gratificación. Los activo-dependientes pueden volverse celosos e hipervigilantes, tener ataques de ira, desarrollar patrones obsesivos de comportamiento, agredir físicamente o llamar la atención de manera inadecuada, incluso mediante atentados contra la propia vida. Los pasivo-dependientes tienden a ser sumisos, dóciles y extremadamente obedientes para intentar ser agradables y evitar el abandono. El repertorio de estrategias retentivas, de acuerdo con el grado de desesperación e inventiva del apegado, puede ser diverso, inesperado y especialmente peligroso.

 La segunda forma de despilfarro energético no es por exceso sino por defecto. El sujeto apegado concentra toda la capacidad placentera en la persona “amada”, a expensas del resto de la humanidad. Con el tiempo esta exclusividad se va convirtiendo en fanatismo y devoción: “Mi pareja lo es todo”. El goce de la vida se reduce a una mínima expresión: la del otro. Es como tratar de comprender el mundo mirándolo a través del ojo de una cerradura, en vez de abrir la puerta de par en par.

 El apego enferma, castra, incapacita, elimina criterios, degrada y somete, deprime, genera estrés, asusta, cansa, desgasta y, finalmente, acaba con todo residuo de humanidad disponible.
 La mayoría de las personas apegadas son emocionalmente inmaduras y muy necesitadas de cuidado; por tal razón el regazo de su marido era el opiáceo donde la soledad dejaba de doler.
  La mente es así. Mientras el principio del placer y el principio de seguridad estén en juego, así sea en pequeñas dosis, uno puede apegarse a cualquier cosa, en cualquier lugar y de cualquier manera.

  De acuerdo con la historia persona afectiva, la educación recibida, los valores inculcados y las deficiencias específicas, cada cual elige su fuente de apego o cada apego lo elige a uno.
 La inmunidad a la adicción afectiva sólo puede alcanzarse cuando todos nuestros papeles estén debidamente equilibrados.   Somos mucho más que esposo/ esposa o novio/ novia.  Si vivo exclusivamente para mi pareja, si reduzco todas mis opciones de alegría y felicidad a la relación, destruyo mis posibilidades en otras áreas, las cuales también son importantes para mi crecimiento interior.  Cuando se logra la madurez afectiva, el acto de amar no es tan cautivante como para anularnos, ni tan distante como para enfriarnos.  Se obtiene un punto medio, el lugar equidistante, donde el amor existe y deja vivir.

 Una de las cosas que más interfiere con el proceso de desapego es el miedo a lo desconocido.  La persona apegada, debido a su inmadurez emocional, no suele arriesgarse porque el riesgo incomoda.  Jamás pondría en peligro su fuente de placer y seguridad.  Prefiere funcionar con la vieja premisa de los que temen los cambios: “Más vale malo conocido que bueno por conocer”.  Enfrentarse a lo nuevo, siempre asusta.
 El anclaje al pasado es la piedra angular de todo apego.  Aferrarse a la tradición genera la sensación de estar asegurado.  Todo es predecible, estable y sabemos para dónde vamos.  No hay innovaciones ni sorpresas molestas.  Rescatar las raíces y entender de dónde venimos es fundamental para cualquier ser humano, pero hacer de la costumbre una virtud es inaceptable.

 ¿Quién dijo que para establecer una relación afectiva uno debe encarcelarse?  ¿De dónde surge esa ridícula idea de que el amor implica estancamiento?  ¿Por qué algunas personas al enamorarse pierden sus intereses vitales?  ¿El amor debe ser castrante?   ¿Realmente el vínculo afectivo requiere de estos sacrificios?

 Los preceptos sociales han hecho desastres.  Amar no es anularse, sino crecer de a dos.  Un crecimiento donde las individualidades, lejos de opacarse, se destacan.  Querer a alguien no significa perder sensibilidad y volverse una marmota sin más intereses que lo mundano.
 La persona que amo es una parte importante de mi vida, pero no la única.
  Si pierdo la capacidad de escudriñar, husmear y sorprenderme por otras cosas, quedaré atrapado en la rutina.  Nadie tiene el monopolio del bienestar. Y no estoy insinuando que haya que reemplazar a la pareja o engañarla.

  Krishnamurti decía:  “Cuando se adora a un solo río, se niegan todos los demás ríos; cuando usted adora a un solo árbol o a un solo dios, entonces niega todos los árboles, todos los dioses”.

 Puedes amar profunda y respetuosamente a tu pareja y al mismo tiempo disfrutar de una tarde de sol, comer helados, salir a pasear, ir a un cine, investigar sobre tu tema preferido, asistir a conferencias y viajar; en fin, puedes seguir siendo un ser humano completo y normal.  Vincularse afectivamente no es enterrarse en vida, ni reducir tu hedonismo a una o dos horas al día.  No hablo de excluir egoístamente al otro, sino de complementarlo.  Me refiero a dispersar el placer, sin dejar de amar a la persona que amas y sin perderte a ti mismo. 

Hermann Hesse afirmaba:   “Él había  amado y se había encontrado a sí mismo.  La mayoría, en cambio, aman para perderse”.


Autonomía

 Las personas que sufren de apego afectivo son las que más bloquean la autonomía, porque sus necesidades son demasiado fuertes.  La adicción a otro ser humano es la más difícil de erradicar, y más aún cuando la motivación de fondo es la necesidad de seguridad/protección (“Más vale mal acompañado que solo”).


La autosuficiencia y la autoeficacia

 Muchas de las personas dependientes con el tiempo van configurando un cuadro de inutilidad crónica.  Una mezcolanza entre desidia y miedo a equivocarse.  De tanto pedir ayuda, pierden autoeficiencia.

 El devastador “No soy capaz” se va apoderando del adicto, hasta volverlo cada vez más incapaz de sobrellevar la vida sin supervisión.  Actividades tan sencillas como llevar el automóvil al taller, llamar a un electricista, reservar pasajes, buscar un taxi, se convierten en el peor de los problemas.   Estrés, dolor de cabeza y malestar.  La tolerancia a las dificultades se hace cada vez más baja.  Como dice el refrán: “La pereza es la madre de todos los vicios”.
  Así, lenta e incisivamente, la inseguridad frente al propio desempeño va calando y echando raíces.  Como una bola de nieve, la incapacidad arrasa con todo.  La tautología es destructora; la dependencia me vuelve inútil, la inutilidad me hace perder confianza en mí mismo.  Entonces busco depender más, lo que incrementa aún más mi sentimiento de inutilidad, y así sucesivamente.

 Si eres de aquellas personas que necesitan el visto bueno de la pareja hasta para respirar, deja a un lado el pulmón artificial y libérate.  Despréndete de esa fastidiosa incompetencia.  La independencia es el único camino para recuperar tu autoeficacia.  Sentirse incapaz es una de las sensaciones más destructivas, pero no hacer nada y resignarse a vivir como un inválido es peor.  Aunque no te agrade el esfuerzo, hacerte cargo de ti mismo hará que tu dignidad no se venga a pique.

                                             


Antídotos para el apego emocional

La autorrealización
 Se refiere a la capacidad de reconocer los talentos naturales que poseemos.  Aquellas habilidades singulares que surgen espontáneamente de nosotros, sin tanto alarde ni especializaciones.  Simplemente estuvieron ahí todo el tiempo y todavía persisten.  Vivimos con nuestras facultades a cuestas, y ni siquiera nos damos cuenta.
 La pregunta clave es: ¿Cómo saber si estamos desarrollando esos talentos?  Si las respuestas a las siguientes tres preguntas son positivas, estás bien encaminado; de no ser así, tienes algo que revisar:

a.    ¿Pagarías por hacer lo que estás haciendo?
b.    Aquellas cosas que haces bien y disfrutas al hacerlas, ¿han surgido de ti más naturalmente que por aprendizaje?
c.    Cuando estás ejecutando lo que te apasiona, ¿la gente se acerca a ti en vez de alejarse?

 Ése es el talento natural: una capacidad guiada por la pasión, que estalla desde adentro y reúne a los demás cuando aparece.  Todos la poseemos, todos podemos alcanzarla, todos estamos diseñados para desarrollar nuestra capacidad creativa, si nos dejan y tenemos el coraje para hacerlo.
 Una persona que ha encontrado su vocación y siente pasión por lo que hace, se vuelve inmune a la adicción afectiva porque su energía vital se abre a otras experiencias.  Y esto no significa incompatibilidad, sino amor a cuatro manos.  Desarrollar los talentos naturales es abrirse a otros placeres, sin desatender el vínculo afectivo.  No se abandona a la pareja, sino que se la integra, se la ama a plenitud.
 Si la vocación se lleva a feliz término, la mente se tranquiliza y las inseguridades desaparecen. Las personas autorrealizadas no son posesivas: son independientes y fomentan la honestidad interpersonal.  No necesitan tanto el apego, porque la pérdida y la terrible soledad ya no las asustan.

La trascendencia

 Creer que se está participando en un proyecto universal y aceptar la importancia de ello nos coloca, automáticamente, en el plano espiritual.  La vida evoluciona en un sentido de complejidad creciente, donde posiblemente seamos la punta de lanza de una transformación que no percibimos aún.  El gran maestro Teilhard de Chardin decía: “La creación no se ha terminado: se está llevando a cabo en este instante”.  Y si esto es así, estamos participando activamente en ella.  Trascender significa tomar conciencia (darse cuenta) de que soy; posiblemente, mucho más de lo que creo ser.

 Sentir que se está participando en un proyecto universal nos hace fuertes, nos aleja de lo mundano y cuestiona nuestra presencia en el planeta.  Los animales no saben que van a morir, nosotros sí.  Muchas personas que recurren a ayuda psicológica o psiquiátrica buscan aliviar su frustración existencial, porque se sienten vacíos y manifiestan que no encuentran un motivo de vida.
 Tener un vector orientador que nos empuje hacia un fin cósmico, a una compenetración con Dios, el universo o como queramos llamarlo, nos da un sentido vital.  No cabe duda: los ideales, cualquiera que sea su origen, nos hacen crecer.  Y no me refiero a los fanatismos religiosos y a su consecuente ignorancia, sino a la posición seria y honesta de creer en algo más.  Voltaire decía: “Si Dios no existiera, habría que inventarlo”.

 El “más allá” no es incompatible con el “más acá”.  Dios no exige tanto.  Crecer espiritualmente no es discrepante con el amor terreno, pícaro y cariñosamente contagioso que sentimos por la pareja.  Exaltar la vida interior ayuda a desprenderse de los lastres del apego, pero nada tiene que ver con desamor.


VENCIENDO EL APEGO AFECTIVO

 Muchas personas viven entrampadas en relaciones afectivas enfermizas de las cuales no pueden, o no quieren, escapar.  El miedo a perder la fuente de la seguridad y/o bienestar las mantiene atadas a una forma de tortura pseudoamorosa, de consecuencias fatales para la salud mental y física.
 Con el tiempo, estar mal se convierte en costumbre.  Es como si todo el sistema psicológico se adormeciera y comenzara a trabajar al servicio de la adicción, fortaleciéndola y evitando enfrentarla por todos los medios posibles. Lenta y silenciosamente, el amor para a ser una utopía cotidiana, un anhelo inalcanzable. Y a pesar del letargo afectivo, de los malos tratos y de la constante humillación de tener que pedir ternura, la persona apegada a una relación disfuncional se niega a la posibilidad de un amor libre y saludable; se estanca, se paraliza y se entrega a su mala suerte.

 No importa qué tipo de vínculo tengas, si realmente quieres liberarte de esa relación que no te deja ser feliz, puedes hacerlo.  No es imposible.  La casuística psicológica está llena de individuos que lograron saltar al otro lado y escapar.  Hay que empezar por cambiar las viejas costumbres adictivas y limpiar tu manera de procesar la información.  Si aprendes a ser realista en el amor, si te autorrespetas y desarrollas autocontrol, habrás empezado a gestar tu propia revolución afectiva.

 En la adicción amorosa el autoengaño puede adoptar cualquier forma.  Con tal de sujetar a la persona que se dice amar, sesgamos, negamos, justificamos, olvidamos, idealizamos, minimizamos, exageramos, decimos mentiras y cultivamos falsas ilusiones.   Hacemos cualquier cosa para alimentar la imagen romántica de nuestro sueño amoroso.  No interesa que toda la evidencia disponible esté en contra, importan un rábano las demostraciones y el cúmulo de informes contradictorios que amigos y familiares aportan: la fuente del apego es intocable y el aparente amor, inamovible.

 Conviene  partir de lo que verdaderamente es nuestra vida amorosa (realismo afectivo).  Lo que es,  y no lo que nos gustaría que fuera.  Si logramos comprender la relación en el aquí y el ahora, sin pretextos ni evasivas, podremos tomar las decisiones acertadas, generar soluciones o comenzar a despegarnos.
 Quedarte quieto y mirar la realidad afectiva en la cual estás inmerso, es lo único que debes intentar. Si logras observar las cosas como realmente son, dejando los sesgos y las mentiras a un lado, tus esquemas irracionales comenzarán a tambalear. Aunque te duela el alma y tu organismo entre en crisis de abstinencia, no hay otro camino.

 La liberación afectiva y la ruptura de los viejos patrones de adicción no toleran la anestesia, porque las grandes revoluciones siempre exigen atención despierta. Además, tal como decía Kalil Gibrán: “Si no se rompe, ¿cómo logrará abrirse tu corazón?”

                                     


AUTORRESPETO Y LA DIGNIDAD PERSONAL

 Decir que el “apego corrompe” significa bajo la abrumante urgencia afectiva somos capaces de atentar contra la propia dignidad personal. En esos momentos apremiantes, ni la moral ni los valores más apreciados parecerían ser suficientes para contener el alud. Todo vuela por los aires.  Vendemos lo que no está en venta, negociamos con el respeto y nos arrastramos más allá de lo imaginable con tal de conseguir la dosis afectiva que necesitamos.
 Umberto Eco decía ética comienza cuando los demás entran en escena. Eso es verdad. Pero la ética siempre incluye autoestima. La moral implica no hacerle a los otros lo que no me gustaría que me hicieran, o desear a los otros lo que anhelo para . “Ama a tu prójimo como a ti mismo”, lo dice todo. Es decir, de una u otra manera, siempre estoy incluido. Si no me quiero a mí mismo, no puedo amar ni respetar a los otros.

 Intenta definir los límites de la soberanía personal,  los principios y los valores me definen como humano, lo que no es negociable. Cuando esos puntos están claros, nos volvemos invencibles porque sabemos cuándo pelear y cuándo no.
 Cuando una relación anda mal, nunca hay un solo responsable. La hecatombe afectiva siempre es función de dos, quizá no en las mismas proporciones, pero cada cual aporta su cuota: unos por defecto y otros por exceso.
 En el caso del apego afectivo, cuando el vínculo se rompe el apegado suele activar su más dura autocrítica. De manera inclemente, como si le gustara sufrir, agrega más dolor al sufrimiento
 Los dos pensamientos más comunes que acompañan el abandono del apegado son: “Si la persona que amo no me quiere, no merezco el amor” o “Si la persona que dice quererme me deja, definitivamente no soy querible”. La consecuencia de ésta manera de pensar es nefasta. El comportamiento se acopla a la distorsión y el sujeto intenta confirmar, mediante distintas sanciones, que no merece el amor.


Conclusión

 Para muchos, la libertad afectiva es una forma de libertinaje que necesita mantener controlado. Como si la ausencia de dependencia fuera en sí misma peligrosa. Un amor independiente siempre incomoda. Un amor sin apegos es irreverente, fantástico, insólito, locuaz, trascendente, atrevido y envidiable.

 Amar sin apegos es amar sin miedos. Es asumir el derecho a explotar intensamente el mundo, a hacerse cargo de uno mismo y a buscar un sentido de vida. También significa tener una actitud realista frente al amor, afianzar el autorrespeto y fortalecer el autocontrol. Es disfrutar de la dupla placer/seguridad, sin volverla imprescindible. Es hacer las paces con Dios y la incertidumbre. Es tirar la certeza a la basura y dejar que el universo se haga cargo de uno. Es aprender a renunciar.

 El amor está hecho a la medida del que ama. Construimos la experiencia afectiva con lo que tenemos en nuestro interior, por eso nunca hay dos relaciones iguales. El amor es lo que somos. Si eres irresponsable, tu relación afectiva será irresponsable. Si eres deshonesto, te unirás a otra persona con mentiras. Si eres inseguro, tu vínculo afectivo será ansioso. Pero si eres libre y mentalmente sano, tu vida afectiva será plena, saludable y trascendente.
 Amar sin apegos no implica insensibilizar el amor. La pasión, la fuerza y el impacto emocional del enamoramiento nunca se merman. El desapego no amortigua el sentimiento; por el contrario, lo exalta, lo libera de sus lastres, lo suelta, lo amplifica y lo deja fluir sin restricciones.

 Empieza hoy. Acepta el riesgo de abrazar a tu pareja sin angustias. Si tienes claridad sobre lo que verdaderamente eres y hasta dónde puedes llegar, no habrá temores irracionales. Solamente los roces normales y algunos desacoples.

 La convivencia no es una panacea, pero tampoco es infelicidad total. El amor interpersonal, vivo y activo, en el cual diseñamos a cada instante nuestro ecosistema afectivo, nuestro lugar en el mundo, es la operación por la cual nos adaptamos al otro, sin dejar de ser uno. Podemos encajar sin violentarnos, sujetarnos despacio y tiernamente, como quien no quiere lastimar ni lastimarse. Y esa unión maravillosa de ser dos que parecen uno, sólo es posible hacerla con pasión y sin apegos.
                                                                          Walter Riso

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