SENDERO TRANSPERSONAL

INTEGRANDO PSICOLOGIAS DE ORIENTE Y OCCIDENTE

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La Psicología Transpersonal o Integral, es un enfoque terapéutico que apunta a que el ser humano alcance niveles óptimos de salud psicológica, dándole importancia a la expansión de la conciencia.

Se trata de un acompañamiento terapéutico para que la persona aprenda a observar sus patrones mentales, sus creencias, que son la causa del malestar, que aprenda a desidentificarse de sus contenidos mentales, a trabajar con sus emociones saludablemente, que aprenda a hacerse responsable de sí misma, de sus relaciones, de sus experiencias, sin culpabilizar al entorno, a la vida por lo que le sucede, comprendiendo que la adversidad, es una oportunidad de cambio y desarrollo personal.

Capacita al paciente para que aprenda a satisfacer de una manera saludable sus necesidades a todos los niveles: físico, emocional, mental, espiritual, aprendiendo a conectar con la dimensión trascendental; todo ello conlleva a una integración de su personalidad y a alcanzar niveles superiores de salud psicológica, para luego poder trascenderla y conectar con la esencia.

Se toman en cuenta los problemas, dolencias particulares que empujan a la persona a una consulta y se las trabaja e integra, pero el enfoque principal de la Terapia Transpersonal, que la hace diferente y más abarcativa que otras terapias psicológicas (integra psicologías de oriente y occidente) es el de capacitar a la persona para que aprenda a conectar con sus propios recursos internos y permita desplegarse sin temores al proceso de crecimiento natural.

La terapia utiliza diferentes técnicas que se adaptan a las necesidades del paciente y a su estado de consciencia, integrando los niveles físico, mental y emocional (ego) y luego trascendiéndolo hacia los valores superiores, como la compasión, el amor a los demás seres vivos, el sentido de la propia vida, el desarrollo de la creatividad, etc., favoreciendo cambios en su nivel evolutivo.

viernes, 20 de agosto de 2021

El porqué del sufrimiento emocional. La identificación.

 

En nuestra existencia, necesitamos constantemente movernos, interesarnos por las cosas, fijarnos objetivos, poner nuestra confianza en algunas personas, tener esperanzas, triunfar en distintas áreas de la vida, o sea que, tenemos la sensación que para vivir plenamente, debemos tener ilusiones, proyectos, adherirnos a ideas sobre nosotros mismos, sobre los demás y sobre la vida.

Luego la experiencia nos enseña con dolor que, con frecuencia, las cosas no salen como habíamos imaginado, soñado, previsto, que todo ese entusiasmo, ilusión y confianza, se convierten en desilusión, desengaño, frustración. Al no funcionar bien las cosas, tenemos la sensación de que nosotros tampoco funcionamos bien, que tarde o temprano llega el desengaño y entonces nos cerramos a la espontaneidad afectiva y adoptamos una actitud de desconfianza, escepticismo y encogimiento.

El principal problema es la identificación. Nos identificamos con las cosas que hacemos, con las que percibimos, con las que pensamos, sentimos y vivimos. Identificarse significa que uno confunde la propia realidad de sí mismo con la realidad de la cosa.

Nos identificamos con las cosas externas a nosotros, con las cosas que poseemos, por ejemplo, si alguien nos da un golpe en el coche, hay una reacción interna de molestia y con frecuencia se reacciona de una manera desproporcionada, como una ofensa personal. Existe en nosotros una proyección hacia nuestras cosas. Todos tenemos algún lugar donde queremos que nadie toque nada, como si fuera una extensión de uno mismo.

También hay una identificación con los fenómenos internos:

Nos identificamos con el cuerpo, la persona que, por ejemplo, tiene una idea de sí de ser muy alta, muy baja, etc., puede llegar a preocuparse tanto, como si su valor dependiera de su físico.

Nos identificamos con las sensaciones que provienen del cuerpo, ya sean de dolor o de placer; por ejemplo, si siento dolor, creo que soy todo yo ese dolor y todo lo miro y valoro en función de ese dolor.

Nos identificamos con los sentimientos, si estoy entusiasmado con algo, me creo ser todo yo el entusiasmo, y negar ese sentimiento, sería como negarme a mí.

Con las ideas ocurre algo similar, si observamos en la vida diaria, cada persona defiende sus ideas y hasta discute por ellas, no como una idea que tiene, sino como si uno fuera esa idea.

Fundamentalmente, nuestro Yo, no es ninguna de las cosas con las que nos identificamos, y esto es muy claro, muy evidente. No somos el cuerpo, que es algo que está en constante renovación. Yo soy el mismo con este cuerpo que tengo ahora, que hace años. No soy las sensaciones, porque van y vienen; tampoco soy las ideas, que cambian continuamente; y, sin embargo, siempre soy yo quien tengo ideas, sentimientos, cuerpo….

Si me observara, vería que en cada momento me adhiero a algo diferente, y el hecho de que me identifique con una cosa y luego cambie y me identifique con otra, me indica que no soy ni la una, ni la otra. Confundimos constantemente la realidad intrínseca del Yo con las cosas, con los fenómenos, con lo que vive y experimenta el yo. Esta fuerte tendencia a la identificación, nos trae serios problemas, ya que es la causa de todos los desengaños, desilusiones y preocupaciones, que provienen de una ilusión previa.

Todo lo que existe, tiene una naturaleza dinámica, está en un constante proceso de renovación, de movimiento; no hay nada estable donde podamos asirnos y vivir en completa seguridad.

La única seguridad, la hemos de encontrar en nuestro núcleo de nuestro Yo. En todo momento, yo soy el sujeto de las cosas que hago, nunca soy las cosas que hago. Hay algo en mí que es el eje central de donde surge toda la acción, la iniciativa, pero mi mente, como siempre que vivo en un nivel superficial, hace que no preste atención a esa realidad central que soy, sino que sólo me sienta Yo, me afirme, en la cosa que hago. Así, me siento Yo en el momento en que hablo, y por ello creo que soy mi inteligencia, o se me ocurre una idea, y creo que el Yo, es el hecho que los demás queden convencidos, me ayuden y estén a mi favor, etc.

Mientras confundo mi realidad con algo, dependeré de ese algo, porque me apego a eso. Lo mismo ocurre con la imagen (la idea) que tenemos de nosotros mismos, el creer que soy esa imagen hace que tienda a ver todo en función de ella.
Si podemos percibir de un modo más directo nuestra realidad intrínseca, estaremos en condiciones de desprendernos de las cosas, manejarlas de manera objetiva, tomando distancia, quedando fuera del ego.

En la medida en que podemos descubrir y vivir nuestro Yo, comenzamos a llevar las riendas de nuestras facultades, encauzar nuestras emociones, dejando de ser marionetas del mundo exterior o del interior por vivir identificados, siguiendo sus vaivenes en las distintas situaciones de nuestra vida. A. Blay



Identificación con la mente. Emociones.

Nos hacemos adictos al pensamiento, confundimos nuestra identidad con el contenido y la actividad de nuestra mente. Creemos que si dejamos de pensar, dejaríamos de ser. Nos formamos una imagen mental de nosotros mismos, un yo ilusorio, el ego, que sólo puede funcionar mediante el pensamiento constante. El ego es disfuncional, porque para él, el momento presente apenas existe.

La mente, en este estado del ego, mantiene el pasado vivo, se nutre de él y se proyecta en el futuro constantemente para buscar en él la satisfacción, la liberación: “Algún día, lograré estar en paz”, “cuando resuelva tal situación, me sentiré feliz”, et. Incluso, cuando el ego está en el presente, lo mira con la carga del pasado, el presente es un medio para un fin, ese fin está siempre en el futuro proyectado por la mente. La clave de la liberación está en el presente, pero no se encuentra mientras uno siga siendo su mente.

El predominio de la mente, es sólo una etapa más en la evolución de la consciencia. El pensamiento es sólo un aspecto menor de la consciencia, no puede existir sin ella; pero la consciencia no necesita del pensamiento, está por encima de él. El pensamiento, por sí solo, desconectado del campo de la consciencia, se convierte en algo insano, destructivo.

La mente es básicamente una computadora para sobrevivir, recoge y almacena datos, analiza información, ataca o se defiende de otras mentes, etc., pero carece de creatividad. Existe una inteligencia mucho mayor que la mente, si observamos cómo funciona el cuerpo, la naturaleza en general, nos damos cuenta de esta inteligencia que opera. Cuando la mente vuelve conectar con esa inteligencia, se convierte en una herramienta maravillosa, porque está al servicio de algo mayor que sí misma.

La mente no es sólo el pensamiento, sino también las emociones y las reacciones inconscientes, tanto mentales como emocionales. Las emociones son el reflejo de la mente en el cuerpo. Nos sentimos agredidos, el cuerpo desencadena una serie de sustancias químicas que darán lugar al enfado; si nos sentimos amenazados física o psicológicamente, el cuerpo se contrae y sentimos miedo, etc. Estos cambios bioquímicos que se producen son el producto de la emoción.

En general, no estamos conscientes de todas las pautas de pensamiento, y en ocasiones, sólo podemos traerlas a la consciencia mediante la observación de las emociones.

Cuanto más nos identificamos con el pensamiento, con lo que nos gusta o nos desagrada, con nuestros juicios y nuestras interpretaciones, más fuerte es la carga emocional, si no podemos sentir las emociones y nos desconectamos de ellas, las acabamos sintiendo a nivel físico.

Todas las emociones son ramificaciones de una emoción básica, que tiene su origen en la pérdida de consciencia de la identidad real, de la desconexión del Yo central, del ser. Se parece al miedo, a una sensación de estar bajo amenaza continua y una sensación de abandono y falta de plenitud, quizá podríamos llamarlo simplemente dolor.

Una de las principales tareas de la mente es luchar contra el dolor emocional e intentar eliminarlo, por eso su actividad incesante, pero sólo consigue calmarlo temporalmente, y cuando más lucha por liberarse del dolor, éste aumenta. La mente no puede encontrar la solución, porque ella misma es parte del problema.

Las emociones, como parte de la mente dualista, están sujetas a la ley de los opuestos, es decir, no puede haber bien sin mal. En el estado de identificación con la mente, la alegría, suele ser el lado fugaz y placentero de un ciclo que alterna entre placer y dolor. Dos caras de la misma moneda. Ese placer viene dado por algo externo y, las mismas cosas que hoy nos dan placer, mañana producirán dolor, o bien, la dicha se irá y su ausencia producirá dolor.

Durante millones de años, los seres humanos hemos estado en manos del sufrimiento por haber perdido consciencia del ser.

El dolor emocional, es inevitable mientras uno siga identificado con la mente, el ego, mientras uno siga siendo espiritualmente inconsciente. E. Tolle



La mente inconsciente.

Constantemente estoy tratando de ser más fuerte, más seguro, mejor persona, etc., retener, repetir las experiencias que me resultan agradables, y evitar todo lo que me parece desagradable, intentando no ver, no sentir, o haciendo como si no existiera lo que me hace sentir mal; así, estoy negando una parte de mis impulsos, de mis recuerdos, de mis experiencias desagradables, y, aunque las ignore con la mente, las inhiba, están ahí.

Mi vida está hecha de constantes represiones, que se acumulan, hasta que llegado un momento me ahogan. Cada vez que me adhiero a algo, es porque estoy rechazando lo opuesto; y esto es lo que crea toda esa carga enorme del inconsciente personal. Éste está formado por todo lo que no hemos aceptado vivir, está lleno de energías mentales, de afectos, de sentimientos, ideas, recuerdos, experiencias, impulsos, que por no ir a favor de lo que deseo llegar a ser , lo he cortado, negado y lo mantengo comprimido dentro (censura). Pero el que estén inhibidos dentro, no significa que desaparezcan, sino que creo una dualidad cada vez más poderosa en mí: lo que acepto y lo que rechazo.

Cuanto más cosas rechazo, dispongo de menos energía para vivir lo que acepto, para vivir libremente y con gozo el presente. El inconsciente es una especie de automotivación latente, que hace que yo vaya suprimiendo zonas de mi existencia, pero al mismo tiempo, estoy deseando una plenitud total. Vivo una contradicción.

Todas las experiencias, se presentan para ser vividas, tomando conciencia de ellas, sintiéndolas y aceptándolas hasta “digerirlas” del todo. Cuando rechazo vivir un dolor, un fracaso, un malestar… estoy yendo en contra de un proceso natural, y todo esto no aceptado, se acumula en mí, es como una “indigestión”. He de asimilar todo. 
El retener cosas, se opone al fluir natural, y hasta que no libere, no acepte, todo esto que está reprimido, iré cargando un peso que me impedirá ser libre, y si no soy libre de mi pasado, no tendrá sentido buscar afuera las situaciones que me den libertad (sean sociales, políticas, económicas, etc.), mientras lleve mi pasado a cuestas, seré un esclavo de él. 
Esta carga del inconsciente, desaparecerá cuando pueda hacerla consciente, y la acepte con todas las consecuencias; pero para ello, debo trascender la idea que tengo de mí, el ego, y permitir que aparezca la mirada limpia, inocente y sin prejuicios, sin comparaciones ni condicionamientos, aceptando todo desde la comprensión que la mente está viviendo en el error.


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El miedo como consecuencia de vivir el error.


El miedo se vive con muchos matices e intensidades, dependiendo de la personalidad; tenemos miedo a no ser comprendidos, al fracaso, a la propia debilidad, a la sociedad, etc., se vive en unos aspectos de la vida o en otros y puede llegar a convertirse en patología. Pero sea el miedo patológico o no, procede del mismo lugar. 

El miedo es como un árbol que tiene muchas ramas, y, es necesario descubrir la raíz que lo causa para diluirlo y trascenderlo, así que no conviene huir del dolor que pueda surgir al mirar lo que está funcionando mal en nosotros.

Nos rodean muchos peligros; nuestro cuerpo físico es frágil, y está expuesto constantemente a accidentes, enfermedades, catástrofes, etc. El miedo respecto a ello es justificable desde un punto de vista de identificación humano. 
No debemos confundir el instinto de supervivencia natural en cualquier forma de vida, con el miedo. Proteger el cuerpo, es un acto de inteligencia existencial que no necesita ser pensado, surge naturalmente ante un peligro real. Pero la inseguridad, la angustia que vive la persona, generalmente, no es por el temor de que algo le pueda suceder externamente, sino que se trata de un miedo interno, psicológico, que es el que más daño nos hace, el que nos paraliza e impide vivir experiencias que quedan como energías reprimidas, deseos frustrados, y luego tendrán consecuencias inevitables. Se nos hiere desde la infancia, y luego cargamos con esas heridas temiendo a que se nos vuelva a lastimar. En casi todas nuestras motivaciones, se esconde algún tipo de temor, que nos frena y condiciona a la hora de actuar. Durante miles de años, hemos tolerado el miedo como una forma de ejercer autoridad.

El miedo es la consecuencia de vivir en el error de la identificación con el cuerpo y la mente, y va asociado a un complejo de inferioridad. Nos hacemos una idea de nosotros mismos y, a todo lo que amenace la integridad física o psicológica de esa idea, de lo que creemos ser, le tenemos miedo. Tenemos miedo de hacer y de no hacer, como así también, de expresar lo que se siente y lo que se piensa por la reacción que pueda tener el entorno. Buscamos ser queridos, valorados y admirados, esta idea egocéntrica se convierte en el eje de nuestra vida y, todo lo que vivimos pasa por ese filtro dualista y egocentrado. Generamos una manera de pensarnos a nosotros mismos y esto da lugar a una forma de interpretar el entorno, y, al partir de una base errónea y parcial, lo que interpreto, juzgo, también resulta erróneo.

El miedo no es substancial en el ser humano. Las emociones, miedo, rabia, celos, envidia, agresividad, etc., no son en sí negativas; la existencia está hecha de cualidades positivas; lo que se vive como negativo, es una falta de desarrollo de lo positivo; así como la oscuridad es ausencia de luz, el miedo es la ausencia del amor, es vivir en el error. 
La identificación con el cuerpo y la mente, es el generador de todos los miedos. Creemos que la verdad es lo que aparece como forma, y nos olvidamos de la fuente de donde está surgiendo y de la substancia de la que está hecha, que es la misma que la de la fuente. Somos también cuerpo y mente, pero no como realidad absoluta, sino como realidad relativa que aparece en el espacio-tiempo y allí volverá a diluirse. El ignorar que somos la vida de donde surgen todas las formas y las sustenta, se convierte en miedo, al confundir la vida con las formas. 
Si investigo más allá de las formas, descubriré los orígenes de donde surge todo, lo que somos en última instancia, lo que no cambia. Ese darse cuenta es avanzar hacia esa verdad que nos vive, la atención en sí misma; la atención es presente, instante, sin pasado que es memoria de experiencias vividas, ni proyección de futuro que viene del pasado: es el aquí y el ahora, donde se diluyen todos los problemas que surgen de vivirse como objeto, como alguien independiente hacedor y responsable de sus actos, absorbido por el bien y por el mal, viviendo la culpa de ser menos; impidiendo vivir la verdad.

De la identificación con la forma, surge el miedo a perderla y también los apegos a todo lo que da placer, ya sean personas, situaciones, dinero, sexo, comida, posición social, etc. Si me sitúo más allá de las cosas, viviré su verdad. No es lo mismo las cosas como verdad, que la verdad de las cosas. 
Las cosas como verdad, es el error de donde surgen los deseos, el dolor, el miedo; no hay amenaza al yo real, que es de donde surgen las cosas, su vibración es la acción, el amor, la inteligencia, que las personas nos atribuimos como propias, sintiéndonos orgullosos de ello en ocasiones, y avergonzándonos en otras. Como si fuéramos algo aparte del resto del universo; cuando todo lo que sucede, es el funcionamiento de la totalidad impersonal.
 Como existencia, no somos aparte del mundo, somos el manifestador y lo manifestado, el vividor y lo vivido, el que ve y lo visto, el que ama y lo amado. En esta vivencia de unidad con todo y realidad del ser, el miedo no tiene lugar.