SENDERO TRANSPERSONAL

INTEGRANDO PSICOLOGIAS DE ORIENTE Y OCCIDENTE

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La Psicología Transpersonal o Integral, es un enfoque terapéutico que apunta a que el ser humano alcance niveles óptimos de salud psicológica, dándole importancia a la expansión de la conciencia.

Se trata de un acompañamiento terapéutico para que la persona aprenda a observar sus patrones mentales, sus creencias, que son la causa del malestar, que aprenda a desidentificarse de sus contenidos mentales, a trabajar con sus emociones saludablemente, que aprenda a hacerse responsable de sí misma, de sus relaciones, de sus experiencias, sin culpabilizar al entorno, a la vida por lo que le sucede, comprendiendo que la adversidad, es una oportunidad de cambio y desarrollo personal.

Capacita al paciente para que aprenda a satisfacer de una manera saludable sus necesidades a todos los niveles: físico, emocional, mental, espiritual, aprendiendo a conectar con la dimensión trascendental; todo ello conlleva a una integración de su personalidad y a alcanzar niveles superiores de salud psicológica, para luego poder trascenderla y conectar con la esencia.

Se toman en cuenta los problemas, dolencias particulares que empujan a la persona a una consulta y se las trabaja e integra, pero el enfoque principal de la Terapia Transpersonal, que la hace diferente y más abarcativa que otras terapias psicológicas (integra psicologías de oriente y occidente) es el de capacitar a la persona para que aprenda a conectar con sus propios recursos internos y permita desplegarse sin temores al proceso de crecimiento natural.

La terapia utiliza diferentes técnicas que se adaptan a las necesidades del paciente y a su estado de consciencia, integrando los niveles físico, mental y emocional (ego) y luego trascendiéndolo hacia los valores superiores, como la compasión, el amor a los demás seres vivos, el sentido de la propia vida, el desarrollo de la creatividad, etc., favoreciendo cambios en su nivel evolutivo.

martes, 5 de mayo de 2020

Relaciones


Por qué el SOL es AMARILLO: explicación sencilla para niños

Por muy iluminado o despierto que estés, o libre de quien piensas que eres, por mucho que te aferres a la imagen de ti mismo de persona «libre de ego», «libre de búsqueda» o «totalmente liberada y en paz», en las relaciones íntimas tendrás por fuerza un encuentro cara a cara con esas olas de experiencia que no aceptas, que no amas.
Suele decirse que la relación es solo un espejo en el que te ves a ti mismo.

Incluso el individuo más «iluminado» puede seguir experimentando conflicto en sus relaciones personales más íntimas.
¿Significa esto que no está de verdad iluminado, o tal vez que debemos revisar la idea que tenemos de lo que significa estar iluminado? 
 Nada como las relaciones puede hacerte despertar a quien realmente eres, de eso no hay duda.

 Cuando nos damos cuenta de que las relaciones íntimas siempre van a hacer que afloren las olas que hemos rechazado, las olas que no amamos, una respuesta posible sería decir: «No quiero experimentar esas olas. ¡Voy a evitar por completo todo tipo de relación! Voy a hacerme asceta espiritual; me voy a ir a vivir a una cueva de algún lugar lejano y a mantenerme apartado de la gente. Voy a hacerme célibe, a reprimir los sentimientos más íntimos; voy a desconectarme del resto de la gente, porque la gente me hace sufrir, y no quiero sufrir».

 Lo que sucede es que evitar la relación se convierte en realidad en otro tipo de relación: una en la que te aíslas de los demás, probablemente porque no quieres que te hagan enfrentarte a esos aspectos de ti mismo que no has permitido y aceptado en tu vida. Pero la relación no-relación es, qué duda cabe, una relación. Es una postura que adoptas ante los demás, una manera de relacionarte con ellos que probablemente nazca del miedo al rechazo.
 Así que, al final, las relaciones no se pueden evitar. Siempre te relacionas con los demás y con el mundo, tanto si te gusta como si no. Siempre estás vinculado con todo: el sol, el mar, los árboles, el cielo, los animales, los pensamientos, los sentimientos, los sonidos, los olores, las sillas, las mesas, otras personas... Eres el mundo, y el mundo eres tú, como decía Krishnamurti. Eres la nada que permite que todo sea.

El final de la búsqueda no es un desapego frío e inhumano de la vida, de los demás, de las relaciones, aunque esta pueda ser una etapa por la que alguna gente pasa en su viaje. El final de la búsqueda es la posibilidad de tener auténticas relaciones humanas, reales, despiadadamente sinceras, porque, cuando no hay búsqueda, cuando ya no esperas que otro ser humano te complete, cuando ya no necesitas manipular a los demás en beneficio propio, cuando ya no ves separación, eres libre por fin de poder escuchar de verdad a los demás, de encontrarte de verdad con ellos exactamente donde están, de ver, oír y entender realmente quién y qué está delante de ti.

 El final de la búsqueda abre un inmenso espacio donde puedes ser de verdad honesto en tus relaciones, y ya no tienes necesidad de esconderte detrás de conceptos espirituales como «no hay un yo» o «las relaciones son una ilusión»..., ni detrás de ningún concepto. Todos los conceptos se convierten en cenizas en la hoguera de la vida real, en los altos hornos de la intimidad.

 Cuando reconoces quién eres realmente, eres libre de amar de verdad a la persona que tienes delante, sin miedo, sin tener que estar jamás a la defensiva. Descubres entonces que el amor es en verdad incondicional por naturaleza.

Todas las preciosas percepciones espirituales que tiene el buscador sobre la completitud y la no existencia son magníficas, pero si esas percepciones no se extienden hasta penetrar en las partes más íntimas de nuestra vida, si no llegan hasta lo más profundo de nuestra experiencia personal, si no conducen a la extinción de la búsqueda en todas sus manifestaciones, seguirán siendo meras palabras.

Creer que no tienes un yo o que no eres «nadie» o que todo es Unidad está muy bien, pero ¿qué sucede con esas percepciones cuando tu pareja, tu hijo, tu hija, tu madre o tu padre empiezan a llorar porque se sienten heridos por algo que acabas de decir?
¿No les haces ni caso, porque «están perdidos en un relato dualista»?
¿Les pides que te dejen solo, porque «no hay nadie aquí»?
 ¿Les dices que lo que han de hacer es iluminarse, como tú, y entonces ya no sufrirán?
 ¿Te retiras y los obligas a que se vayan a algún sitio a meditar, a indagar en sí mismos, a trabajar consigo mismos hasta que se calmen y lo vean todo con claridad?
¿Les das una conferencia sobre cómo no existe ninguna relación y si piensan lo contrario, es porque «todavía tienen un ego»?
 ¿O estás abierto —de verdad abierto— a escuchar lo que tengan que decir y a encontrar la más profunda aceptación en tu propia experiencia mientras escuchas?

Cuando ya no buscas nada de ellos, cuando no hay una imagen que defender, cuando te reconoces como espacio abierto, ¿acaso no hay espacio para escuchar sin más?
¿No hay espacio para ver el mundo a través de sus ojos, para descubrir en qué sentido lo que dicen puede ser verdad, para encontrar el lugar donde realmente la otra persona y tú veáis lo mismo?
¿Y no hay también espacio para ser de verdad sincero sobre cómo te sientes en respuesta y para permitirles dar su propia respuesta a eso, incluso aunque no sea la que tú habrías esperado..., incluso aunque dé al traste con tus sueños, tus esperanzas y tus planes, incluso aunque destruya tu preciosa imagen de ti, la que has estado protegiendo toda tu vida?
¿Es posible permanecer abierto, pase lo que pase?

J. Foster

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