SENDERO TRANSPERSONAL

INTEGRANDO PSICOLOGIAS DE ORIENTE Y OCCIDENTE

Bienvenidos al blog!

La Psicología Transpersonal o Integral, es un enfoque terapéutico que apunta a que el ser humano alcance niveles óptimos de salud psicológica, dándole importancia a la expansión de la conciencia.

Se trata de un acompañamiento terapéutico para que la persona aprenda a observar sus patrones mentales, sus creencias, que son la causa del malestar, que aprenda a desidentificarse de sus contenidos mentales, a trabajar con sus emociones saludablemente, que aprenda a hacerse responsable de sí misma, de sus relaciones, de sus experiencias, sin culpabilizar al entorno, a la vida por lo que le sucede, comprendiendo que la adversidad, es una oportunidad de cambio y desarrollo personal.

Capacita al paciente para que aprenda a satisfacer de una manera saludable sus necesidades a todos los niveles: físico, emocional, mental, espiritual, aprendiendo a conectar con la dimensión trascendental; todo ello conlleva a una integración de su personalidad y a alcanzar niveles superiores de salud psicológica, para luego poder trascenderla y conectar con la esencia.

Se toman en cuenta los problemas, dolencias particulares que empujan a la persona a una consulta y se las trabaja e integra, pero el enfoque principal de la Terapia Transpersonal, que la hace diferente y más abarcativa que otras terapias psicológicas (integra psicologías de oriente y occidente) es el de capacitar a la persona para que aprenda a conectar con sus propios recursos internos y permita desplegarse sin temores al proceso de crecimiento natural.

La terapia utiliza diferentes técnicas que se adaptan a las necesidades del paciente y a su estado de consciencia, integrando los niveles físico, mental y emocional (ego) y luego trascendiéndolo hacia los valores superiores, como la compasión, el amor a los demás seres vivos, el sentido de la propia vida, el desarrollo de la creatividad, etc., favoreciendo cambios en su nivel evolutivo.

martes, 28 de enero de 2014

No eres tú, soy yo

 
 Ensayo de Viktor Frankl, Neurólogo, psiquiatra, Escritor, sobreviviente del holocausto y es el fundador de la disciplina que conocemos hoy como logoterapia.

No eres Tú, soy Yo...

¿Quién te hace sufrir? ¿Quién te rompe el corazón? ¿Quién te lastima? ¿Quién te roba la felicidad o te quita la tranquilidad? ¿Quién controla tu vida?...

¿Tus padres? ¿Tu pareja? ¿Un antiguo amor? ¿Tu suegra? ¿Tu jefe?...

Podrías armar toda una lista de sospechosos o culpables. Probablemente sea lo más fácil. De hecho sólo es cuestión de pensar un poco e ir nombrando a todas aquellas personas que no te han dado lo que te mereces, te han tratado mal o simplemente se han ido de tu vida, dejándote un profundo dolor que hasta el día de hoy no entiendes.

 Pero ¿sabes? No necesitas buscar nombres. La respuesta es más sencilla de lo que parece, y es que nadie te hace sufrir, te rompe el corazón, te daña o te quita la paz. Nadie tiene la capacidad al menos que tú le permitas, le abras la puerta y le entregues el control de tu vida.

Llegar a pensar con ese nivel de conciencia puede ser un gran reto, pero no es tan complicado como parece. Se vuelve mucho más sencillo cuando comprendemos que lo que está en juego es nuestra propia felicidad. Y definitivamente el peor lugar para colocarla es en la mente del otro, en sus pensamientos, comentarios o decisiones.

Cada día estoy más convencido de que el hombre sufre no por lo que le pasa, sino por lo que interpreta. Muchas veces sufrimos por tratar de darle respuesta a preguntas que taladran nuestra mente como: ¿Por qué no me llamó? ¿No piensa buscarme? ¿Por qué no me dijo lo que yo quería escuchar? ¿Por qué hizo lo que más me molesta? ¿Por qué se me quedó viendo feo? y muchas otras que por razones de espacio voy a omitir.

No se sufre por la acción de la otra persona, sino por lo que sentimos, pensamos e interpretamos de lo que hizo, por consecuencia directa de haberle dado el control a alguien ajeno a nosotros.

Si lo quisieras ver de forma más gráfica, es como si nos estuviéramos haciendo vudú voluntariamente, clavándonos las agujas cada vez que un tercero hace o deja de hacer algo que nos incomoda.
Lo más curioso e injusto del asunto es que la gran mayoría de las personas que nos "lastimaron", siguen sus vidas como si nada hubiera pasado; algunas inclusive ni se llegan a enterar de todo el teatro que estás viviendo en tu mente.

Un claro ejemplo de la enorme dependencia que podemos llegar a tener con otra persona es cuando hace algunos años alguien me dijo:
 "Necesito que Enrique me diga que me quiere aunque yo sepa que es mentira. Sólo quiero escucharlo de su boca y que me visite de vez en cuando aunque yo sé que tiene otra familia; te lo prometo que ya con eso puedo ser feliz y me conformo, pero si no lo hace... siento que me muero".

¡Wow! Yo me quedé de a cuatro ¿Realmente esa será la auténtica felicidad? ¿No será un martirio constante que alguien se la pase decidiendo nuestro estado de ánimo y bienestar? Querer obligar a otra persona a sentir lo que no siente... ¿no será un calvario voluntario para nosotros?

No podemos pasarnos la vida cediendo el poder a alguien más, porque terminamos dependiendo de elecciones de otros, convertidos en marionetas de sus pensamientos y acciones.

Las frases que normalmente se dicen los enamorados como: "Mi amor, me haces tan feliz", "Sin ti me muero", "No puedo pasar la vida sin ti", son completamente irreales y falsas. No porque esté en contra del amor, al contrario, me considero una persona bastante apasionada y romántica, sino porque realmente ninguna otra persona (hasta donde yo tengo entendido) tiene la capacidad de entrar en tu mente, modificar tus procesos bioquímicos y hacerte feliz o hacer que tu corazón deje de latir.

Definitivamente nadie puede decidir por nosotros. Nadie puede obligarnos a sentir o a hacer algo que no queremos, tenemos que vivir en libertad. No podemos estar donde no nos necesiten ni donde no quieran nuestra compañía. No podemos entregar el control de nuestra existencia, para que otros escriban nuestra historia. Tal vez tampoco podamos controlar lo que pasa, pero sí decidir cómo reaccionar e interpretar aquello que nos sucede.

La siguiente vez que pienses que alguien te lastima, te hace sufrir o controla tu vida, recuerda: No es él, no es ella...ERES TÚ quien lo permite y está en tus manos volver a recuperar el control.

"Al hombre se le puede arrebatar todo, salvo una cosa: La última de las libertades humanas: la elección de la actitud personal que debe adoptar frente al destino para decidir su propio camino".

Viktor Frankl

domingo, 26 de enero de 2014

El niño interno en la relación de pareja


Los problemas de pareja son problemas personales que se expresan en la relación, y es en el vínculo amoroso donde emergen,  dado que estando con otro salen a la luz aspectos de uno que estaban en la sombra. La neurosis de uno se engancha con la del otro.

La idea principal  es plantearse:
Si te molesta esta situación, ¿qué cuestión personal se refleja en el conflicto? Ya que “una piedra nunca te irrita a menos que esté en tu camino".
Lo que sucede es que:
“Proyecto en el otro las partes de mi que más rechazo.
"Cuando me doy cuenta de cómo me molesta esto en el otro, investigo cómo me molesta en mí mismo".
"Si pienso que yo no tengo nada de eso que me molesta del otro, el trabajo es darme cuenta de qué pongo yo de lo que tengo; porque si no pusiera de lo mío no me molestaría".

 Jung lo denomina “sombra”. Proyecto mi sombra en mi compañero y al verla en él, la descubro. Entonces, tengo dos posibilidades: Intentar destruir la temida amenaza destruyéndolo a él o aceptar la oportunidad de integrarme con mi sombra y terminar para siempre con su amenaza.
Sin duda, esto último, cambia totalmente la visión y  comprensión de los problemas de pareja, puesto que dejo de culpar al otro por lo que hace y comienzo  a ver qué estoy poniendo yo en este particular conflicto.
 En vez de utilizar mi energía para cambiar al otro, la utilizo para observarme. Y a partir de allí hablar de mí, de lo que yo necesito, de lo que a mí me pasa con las actitudes que él tiene.
Esto es mucho más fácil de escuchar para la otra persona.

La llave es estar siempre conectada con lo que me está pasando y no hablar del otro. En todo caso, si no me agrada lo que sucede ¿qué otra cosa podría hacer yo para generar algo que me guste más?
Puedo quedarme llorando y quejándome, puedo buscar otro marido, o puedo ver cómo estar lo mejor posible con el que quiero y estoy.
Puedo usar el conflicto para encontrarle una salida creativa, para ver qué puedo desarrollar de mí misma, con qué puntos ciegos me estoy enganchando.

No se trata de esperar que no haya conflictos, sino de verlos como una oportunidad para desarrollarme.
Y si bien es cierto que una de las dificultades es lo proyectado, la otra es la dificultad para darnos cuenta de que es lo que verdaderamente necesitamos.
Generalmente, cuando no obtenemos lo que creemos necesitar, nos resulta más fácil reaccionar, antes que procurarnos aquello que nos falta, aunque muchas veces estemos pidiendo cosas equivocadas.
Por ejemplo, puedo hacer un escándalo porque llegaste tarde. Así, la discusión se centra en esa pelea aparente. Pero no se trata de eso, sino de ver qué es lo que te estoy pidiendo a través de la puntualidad. Si me enojo porque llegás tarde, quizás lo que necesite no se resuelva con que llegues temprano.
Habría que ver qué es lo que me afecta tanto, qué interpretación hago de tu llegada tarde, qué es lo que necesito de vos, qué te estoy pidiendo a través del reclamo de puntualidad... ¿Que me demuestres que te importo?, ¿que me valores?, ¿que me consideres? ¿De qué estoy hablando cuando reacciono? Hace falta una observación profunda y sin juicio para ver que carencias inconscientes hacen que reaccione de esa manera tan “arcaica” que en realidad proviene de los primeros años de vida, de  las conductas aprendidas para defendernos de las heridas que padecimos en la infancia.

John Bradshaw llama a este recuerdo de la herida primigenia "el niño herido". Es este niño herido que llevamos dentro el que nos hace actuar así. Los dolores que no pudimos expresar en nuestra infancia los cargamos como una mochila, y se expresan con nuestras reacciones antes de que nos demos cuenta. Estas reacciones son las que nos causan más problemas en las relaciones íntimas, y claro, a la otra persona, le parecen irracionales, y exageradas.
Cuando estamos en una relación, los enojos y dolores no resueltos en el pasado los actuamos en el presente con el otro a través de nuestras reacciones. Por lo general, estos viejos dolores no aparecen hasta que nos ponemos en pareja,  y suponemos que es nuestro compañero el que los causa. Habitualmente no ocurre al principio, sino en la medida que nos vamos sintiendo verdaderamente unidos con el otro.

En muchos casos de separación el problema no se encuentra en la relación de uno con el otro, sino en asuntos no resueltos de uno de ellos (o de los dos) con su propio pasado.
Hasta que no me ocupe de este niño herido él seguirá reaccionando y empeorando mis relaciones íntimas.
Y el único que puede escucharlo soy yo mismo, cuando me ocupo de su tristeza, de su enojo. Entonces el niño no va a reaccionar, porque está contenido.
Algunas de estas heridas no las podemos descubrir en soledad, necesitamos de alguien que nos ayude a encontrar y nos permita sentir lo que sentimos sin descalificamos. El niño herido necesita validación de su dolor, sólo después, puede expresarlo y atravesarlo.
El dolor es un proceso que ocurre a través del shock, la tristeza, la soledad, la herida, el enojo, la rabia, el remordimiento.
Para llegar al punto del dolor es fundamental salirse de culpar al otro y observar qué me pasa a mí con mis reacciones.
Cuando establecemos una pareja hacemos un pacto inconsciente en el cual, por ejemplo, yo espero que vos seas el padre que no me va a abandonar y vos esperás que yo sea la madre que te va a aceptar incondicionalmente como sos. Y cuando esto no ocurre, porque es imposible que el otro cure mis heridas, empiezo a culparte.

Hay personas que pueden ser brillantes en el nivel adulto, pero cuando vuelven a la intimidad de sus relaciones más comprometidas no son más que niños infinitamente necesitados que reaccionan frente a la falta de cariño, de atención o de reconocimiento.
Muchas veces los adultos no se ponen de acuerdo porque en realidad cada uno está expresando a su niño herido, como en su infancia reclamándole a su mamá o a su papá diferentes cosas, y el otro no puede dar porque también está pidiendo lo suyo.

Como dice Welwood, “podemos aprender a aprovechar cada dificultad que encontramos en el camino para ahondar más, para conectarnos con más profundidad; no sólo con nuestra pareja, sino también con nuestra propia condición de estar vivos."
Nunca como ahora las relaciones íntimas nos habían llamado a enfrentarnos a nosotros mismos y a los demás con tanta sinceridad y conciencia. Hoy mantener una conexión viva con una pareja íntima nos pone frente al desafío de liberarnos de viejos hábitos y puntos débiles, y desarrollar todo nuestro poder; sensibilidad y profundidad como seres humanos.

En el pasado, quien deseaba explorar los misterios mas profundos de la vida se recluía en un monasterio o llevaba una vida ermitaña; en la actualidad, las relaciones íntimas se han convertido, para muchos de nosotros, en la nueva tierra indómita que nos coloca cara a cara con todos nuestros dioses y demonios.
Como ya no podemos contar con las relaciones personales como fuentes predecibles de comodidad y seguridad, ellas nos sitúan ante una nueva encrucijada, en la que debemos hacer una elección crucial.
Podemos luchar para aferrarnos a fantasías y fórmulas viejas y obsoletas, aunque no se correspondan con la realidad ni nos conduzcan a ningún lugar; o por el contrario, podemos aprender a tomar las dificultades en nuestras relaciones como oportunidades para despertar y sacar a la luz nuestras mejores cualidades humanas: el darse cuenta, la compasión, el humor; la sabiduría y la valerosa dedicación a la verdad.
Si elegimos esto último, la relación se convierte en un camino capaz de profundizar nuestra conexión con nosotros mismos y con las personas que amamos, y de expandir nuestro sentido de lo que SOMOS ……
  Los que emprendemos este viaje tenemos que aprender algo nuevo: cómo permitir que el compromiso evolucione de modo natural, con muchos vaivenes, avances y retrocesos.
Por tanto, la incertidumbre con respecto a nuestra capacidad de enfrentar todos los desafíos que se presenten no es un problema, es parte del camino mismo.

SENTIR EL DOLOR PARA DESCUBRIR MIS NECESIDADES

Cuando queremos algo y no lo tenemos, es necesario sentir el dolor, este me permite encontrar mis verdaderas necesidades, y así podré   satisfacerlas. Porque si nos resistimos a sentirnos vulnerables, cada vez nos endurecemos más y nos alejamos de la posibilidad de dejarnos sentir lo que necesitamos, y cerramos también nuestra capacidad de recibir.
Esta estrategia de no sentir nos puede haber  servido durante la infancia. Quizás haya sido más que inteligente no sentir una necesidad que en realidad no podíamos satisfacer, pero de grandes podemos darnos nosotros mismos lo que necesitamos, o buscar las personas adecuadas a quienes pedírselo. Ya no dependemos de nuestros padres. Somos vulnerables pero no frágiles.
No hay intimidad con estrategias, con ellas no vamos a sentir; cumpliremos con nuestras metas, o sentiremos el placer de dominar al otro, o de conquistarlo, o lograremos que otro nos mire; pero eso no tiene nada que ver con el verdadero encuentro, con la intimidad, con el amor.

La idea es darnos en nuestra relación el espacio para el dolor y la confusión que aparecen cuando desarmamos nuestra estrategia antifrustración. Este es el camino del encuentro con otro ser humano.
A partir de las frustraciones inherentes a la educación solemos creer que no somos valiosos o queribles tal como somos, y entonces nos vemos empujados a crear una identidad a la medida de aquellos por los que nos sentimos rechazados, nuestros padres.
Esta identidad no alcanza para el aplauso, así que creamos una segunda identidad compensatoria, que dará lugar a una tercera, y a una cuarta, y a todas las necesarias hasta llegar a la que reciba la aprobación de los educadores, pensando que así vamos a lograr que nos quieran.
Invento una identidad querible sobre la base de creer que mi ser, tal como es en realidad, no es querible.

Entonces, cuando estamos en una relación íntima, el deseo que tenemos es que nuestro compañero confirme nuestra identidad compensatoria y, por otro lado, tenemos miedo de que nuestra identidad deficiente sea vista, que el otro se dé cuenta de que no somos como nos mostramos y por lo tanto, quizás, que no somos merecedores de su amor.

La clave consiste en animarnos a sacarnos de encima nuestra supuesta identidad, instalarnos en el mundo sin tener la exigencia de responder a ella, descubriéndonos todo el tiempo y observando qué nos sale.
La identidad es algo que nos inventamos y nos hace sufrir, porque nos exige responder de acuerdo con ella.
Buscamos la intensidad del encuentro pero cuando llega nos asustamos, nos desestabilizamos. Y sin embargo es muy difícil no ansiarlo, porque intuimos que no hay nada más saludable que un encuentro auténtico, sin máscaras, sin engaños, actualizado y sin expectativas. Pero también intuimos que el riesgo de sufrir tiene un precio muy alto.
Nos da tanto miedo entregarnos, fundirnos en el otro, que sólo podemos hacerlo parcialmente. El intento de protección contra los dos grandes monstruos: el rechazo y el abandono.

Es muy duro desear a alguien y que no esté. Tal vez el trabajo consista en perderle el miedo a la entrega. Es  increíble el miedo a la entrega, cómo reaccionamos para no encontrarnos. Cómo armamos líos y creamos distancia. Cómo nos confundimos y confundimos a los demás. Generalmente hablamos de mecanismos inconscientes.
Para evitar sentir el  dolor del desencuentro,  frenamos a veces la espontaneidad, buscamos vidas seguras encerradas en nuestra vieja personalidad calentita y estructurada.
Y no es que esté mal, tampoco podemos vivir en carne viva. Pero este encierro se vuelve tarde o temprano, aburrido y angustiante.

Es un “misterio”, hay personas que me llevan a abrirme y otras que me llevan a  cerrarme. ¿Qué pasa allí?
Uno es quien decide abrirse o no con determinada persona en tal o cual momento.
Siempre está rondando el miedo a la entrega, a sufrir, a desestabilizamos, a perder todo lo que fuimos logrando con la construcción de nuestra identidad.
Es  interesante el tema de la química con el otro, tal vez porque ahí está el misterio.
A veces, podemos mirar a una persona  y rechazarla, y sin embargo, en un instante o dos, al cambiar de mirada, sorprendernos amándola.

Esta es la paradoja del vínculo amoroso:                                   
Todo el tiempo somos otro, y la otra persona,  también es “otro”.
La propuesta es aceptar esto y ver qué día se da el encuentro y qué día no se da, aceptar estas idas y vueltas de la relación como algo que es así, sin esperar otra cosa. No exigirnos sentir siempre lo mismo. Admitir con gusto el movimiento de las emociones y, por supuesto, aceptar que el otro también tenga esta conducta.
Siempre que una relación es real se está creando y recreando de momento a momento.
Esta dinámica de lo real también opera sobre la personalidad.
Me refiero al ‘ser” en pareja y al “ser’ de cada uno. La personalidad es un vehículo para “descubrir” al Ser, nuestra Esencia.
Es importante tomar conciencia de que somos el Ser y no solo la posición con la que nos identificamos.
La mente tiene esta capacidad de definirnos de cierta manera, como si al ser de tal o cual forma no pudiéramos ser de ninguna otra.
Este es el mecanismo que nos impide ser completos.
Damos por sentado que somos el yo que nuestra mente ha construido, y no advertimos que ese yo es algo que se formó en el pasado, que tiene sus raíces allí y que su lealtad está dirigida a cosas que ocurrieron entonces, hechos y recuerdos más o menos distorsionados que estamos sosteniendo y tratando de mantener o de ocultar. 

En consecuencia, no podemos estar totalmente presentes, porque estamos atados a las cosas del pasado que nos determinaron a crear nuestra identidad. El yo estructurado es una resistencia a la Presencia incondicional.

El trabajo consiste en cambiar nuestra lealtad al yo construido, el yo habitual, hacia nuestra verdadera naturaleza, que está por afuera de las barreras de nuestro yo construido.
Salirnos de nuestra personalidad, para dejar que pierda fuerza, para agradecerle que nos haya ayudado a sobrevivir hasta ahora, pero aceptar que ya no nos sirve.
Nos da miedo y es muy difícil meternos en los lugares oscuros de nuestro ser y abandonar nuestra vieja y conocida identidad.
El hecho de dar y recibir amor se convierte en una tarea muy ardua si no estoy decidido a dejar mi vieja estructura.
 De distintas maneras, todos buscamos querer y ser queridos, aceptados, considerados, etc.

No se trata de librarnos de nuestro yo construido, ni de romperlo, ni siquiera es cuestión de criticarlo o condenarlo de ninguna manera. Hacer esto sería un error. Porque es un paso en el camino, tuvo y sigue teniendo una función. Más bien se trata de trascender la personalidad.

Las diferencias entre la estructura y la Esencia a veces no son tan rígidas, pero siempre son importantes:

  • La estructura (personalidad) está basada en el pasado, la Esencia es siempre presente.
  • La estructura es reactiva, en cambio la Esencia es abierta y no reactiva.
  • La estructura está relacionada con tratar de hacer, con el esfuerzo; por el contrario, la Esencia es sin esfuerzo, es no hacer.
  • La estructura está siempre mirando algo, queriendo algo, necesitando algo…. La Esencia está llena, no necesita nada.
  • La estructura está mimando afuera, la Esencia se asienta en sí misma.

Welwood nos anima a salirnos de la idea de un yo estructurado. El propone directamente que nos conectemos con el vacío en vez de esforzarnos en llenarlo con una falsa identidad.
Pero esa sensación de vacío es vivida como la gran amenaza a nuestra estructura. De hecho, todo el proyecto de identidad es una defensa para no sentirla.
La mente no puede agarrar el vacío, la mente crea las historias sobre el vacío, como si fuera un agujero negro. El yo construye una barrera y todo lo que está afuera aparece como potencialmente peligroso.
El YO estructurado transforma esa conducta evitativa en una necesidad vital, consiguiendo que la vida acabe girando permanentemente alrededor del peligro que implica el vacío.
Estamos mucho más vivos cuando nos animamos a darnos cuenta de que no estamos necesariamente obligados a saber todo el tiempo quiénes creemos que somos, y que no tenemos por qué asegurar exactamente y al detalle qué se puede esperar de nosotros.
Darnos cuenta de que sí podemos lanzarnos a la experiencia de lo que deviene sin encadenarnos a un yo que nos limite a unas pocas respuestas conocidas.

          Fuente:  “Amarse con los ojos abiertos” J. Bucay y S. Salinas



sábado, 18 de enero de 2014

Las cuatro Leyes de la Espiritualidad


"En la INDIA se enseñan las "Cuatro Leyes de la Espiritualidad"

La primera dice: "La persona que llega es la persona correcta", es decir que nadie llega a nuestras vidas por casualidad, todas las personas que nos rodean, que interactúan con nosotros, están allí por algo, para hacernos aprender y avanzar en cada situación.

La segunda ley dice: "Lo que sucede es la única cosa que podía haber sucedido". Nada, pero nada, absolutamente nada de lo que nos sucede en nuestras vidas podría haber sido de otra manera. Ni siquiera el detalle más insignificante. No existe el: "si hubiera hecho tal cosa hubiera sucedido tal otra...". No. Lo que pasó fue lo único que pudo haber pasado, y tuvo que haber sido así para que aprendamos esa lección y sigamos adelante. Todas y cada una de las situaciones que nos suceden en nuestras vidas son perfectas, aunque nuestra mente y nuestro ego se resistan y no quieran aceptarlo.

La tercera dice: "En cualquier momento que comience es el momento correcto". Todo comienza en el momento indicado, ni antes, ni después. Cuando estamos preparados para que algo nuevo empiece en nuestras vidas, es allí cuando comenzará.

Y la cuarta: "Cuando algo termina, termina". Simplemente así. Si algo terminó en nuestras vidas, es para nuestra evolución, por lo tanto es mejor dejarlo, seguir adelante y avanzar ya enriquecidos con esa experiencia.

Creo que no es casual que estén leyendo esto, si este texto llegó a nuestras vidas hoy; es porque estamos preparados para entender que ningún copo de nieve cae alguna vez en el lugar equivocado".

viernes, 27 de diciembre de 2013

Ecuanimidad


Desapego es soltar lo viejo sin que lo nuevo haya llegado aún.
Nisargadatta

Nos encontramos en crisis cuando sentimos caducados nuestros modelos mentales y todavía no tenemos claro cómo serán los nuevos. El programa de pensamiento que hace años resolvió nuestra vida y que, incluso, fue bienvenido en su instalación y puesta en marcha, también tiene su momento de caducidad y decadencia. Cuando un modelo de vida llega a su declive, comenzamos a experimentar un “vivir de manera plana”, sin el chispazo de creatividad y sin ese sentir de que todo encaja. Atravesar este espacio de tránsito entre el final de lo viejo y el comienzo de lo nuevo, es tarea delicada. Son momentos de confusión que, a menudo, remueven emociones dolorosas, antiguas y tapadas. Y sucede que ante la muerte del viejo programa y la emergencia de lo nuevo, lo que realmente alumbra el túnel de acceso, es poner conciencia y respirar el dolor almacenado de las viejas sombras que enturbian nuestra calma.

En tales momentos, soltar es una idea clave. Dejar partir y caminar muy atentos por el filo de la navaja. Son tiempos en los que el cada día tan sólo da oxígeno para el momento inmediato y para resolver las pequeñas cosas. Sucede que tan sólo el hecho de darse cuenta de lo que pasa, ofrece claves para acelerar agonías y levantar la cortina de unas pupilas que todavía tenemos medio cerradas. Son tiempos de avanzar casi a oscuras, atentos a cada paso que, por pequeño que sea, disuelve ansiedades y pincha memorias virtuales y pasadas.

La libertad, tal vez, no está en romper relaciones con ésta o aquélla persona que nos incomoda. La libertad comienza por soltar dentro de uno mismo, y más tarde, cuando logramos que la conducta de dicha persona no nos afecte, todo cambia, ella sola se retira, se muere o simplemente la trasladan a otra tierra. La naturaleza es sabia y cuando toca renovar las hojas del otoño, soplan suaves brisas que las separan de las ramas. La vida entonces se renueva y la mirada se ensancha. Para desapegar los hilos dependientes que un día hemos tejido con otras personas y convertirlos en relación independiente y sana, pasaremos por soltar dependencias y fluir por al abismo del presente, atestiguando lo que pasa.

La libertad comienza por observar a la mente que piensa, experimentando que el veedor no es lo visto y que la identidad Real del sí mismo no es la mente que piensa, sino más bien la consciencia-testigo que la observa. Recuerde que el ojo no se ve a sí mismo, y si el yo es capaz de darse cuenta del pensamiento, es que el pensamiento no es el yo, sino del yo, de la misma forma que lo pueda ser “mi” chaqueta. Para despegarnos de la mente egoica, primero hay que abrir ese Ojo que ve el propio discurrir de las ideas y atestiguar el proceso que éstas siguen cuando brotan y se asocian.

Como dijo el sabio: Ábranse a lo nuevo, amigos, y detengan las suposiciones que, en realidad, no son más que proyecciones de memorias pasadas. Tal vez nos aguardan experiencias que creíamos deseables pero todavía imposibles, vivencias que para llegar, tan sólo requieren que ustedes se suelten y se abran. Permitan entrar al destino que, cada día, co-creamos con nuestros pensamientos e intuiciones abiertas. Déjense abrazar por La Presencia, y hoy, en algún minuto de la jornada, levanten el corazón al cielo y respiren confianza.


En realidad, lo viejo se desprende mientras lo nuevo avanza. La eternidad aguarda para hacernos libres del tiempo, para recobrar la Unidad perdida y observar la sonrisa del alma.

                                                                     Inteligencia del Alma- José María Doria


jueves, 31 de octubre de 2013

El virus de la víctima


La adicción al sufrimiento

  Jugar el papel de víctima es parte de un modelo cultural muy viejo, tan antiguo como nuestra civilización. Encontramos este patrón en toda la historia de la humanidad.
  En la actualidad, está en los libros que leemos, en la TV que miramos, en las noticias de los periódicos, en las religiones, en la política nacional, en las relaciones diplomáticas internacionales, en las escuelas, en las relaciones de pareja, en la familia, en las amistades, etcétera.
  Estamos tan acostumbrados a ese papel, que se ha vuelto adictivo. En verdad, es una adicción socialmente aceptada que crea muchísima miseria física, mental y emocional. Ser víctima es un juego cultural que se ha cobrado y sigue cobrándose muchas bajas entre nosotros.

  Una persona que juega el papel de víctima es alguien que sufre por diferentes razones y variadas causas. Puede ser que sufra por necesidades básicas no satisfechas, molestias físicas, enfermedades, falta de energía, cansancio, impotencia, desesperanza, indiferencia, falta de reconocimiento, confusión, traición, abuso físico, emocional o sexual, manipulación, explotación, opresión, abandono, persecución, entre otras cosas.

  La resonancia que se activa cuando nos sentimos víctimas genera en nosotros pensamientos y comportamientos inconscientes, y sin darnos cuenta nos encontramos, interior o exteriormente, quejándonos, culpándonos a nosotros mismos o a los demás, o a la vida, o a Dios. Ese estado de queja crónico genera contracciones internas que impiden que energías esenciales fluyan como debieran y drenan nuestra fuerza vital. Esto nos debilita enormemente.

  Según la ley de atracción y sus principios, cuando emitimos la resonancia de “la víctima”, atraemos situaciones y personas que nos van a hacer sufrir. Por otro lado, no nos es posible extraerle “el jugo” a la experiencia que estamos viviendo y nos vamos a ver repitiéndola infinidad de veces y de diferentes maneras.
  El “virus” de la víctima nos hace percibirnos a nosotros mismos como un ente separado del todo, que tiene que estar constantemente defendiéndose o atacando.

  Este “virus” también crea una resonancia de miedo crónico y da lugar a un círculo vicioso:
Cuanto más miedo siento, más separación experimento; o cuanta más separación siento, más solo estoy;
cuanto más solo me siento, más me tengo que proteger de lo que me puedan hacer o de lo que me pueda pasar;
cuanto más me tengo que proteger y defender, más encuentro la culpa en el otro;
cuanto más acuso y culpo al otro, más separado me siento;
cuanto más separado me siento, más miedo siento.
Y se cierra así este círculo vicioso, al volverse a la causa-raíz del sufrimiento humano.

Cómo detectar si estás jugando el rol de víctima

Cuando jugamos el papel de víctima:
  • Reaccionamos a todo inconscientemente.
  • Nuestra mente crea constantes situaciones de ansiedad o preocupación.
  • Pensamos, interpretamos y analizamos (interna o externamente).
  • Negamos lo que sentimos (“No hay problema”, “Está todo bien”).
  • Suprimimos nuestras emociones (creando rigidez, contracturas, tensiones o enfermedades).
  • Somos adictos al “drama” y a las situaciones o personas que lo crean.
  • Usamos mucho las expresiones “debería” o “no debería”.
  • Nos quejamos acerca de nosotros mismos o de los demás.
  • Juzgamos, criticamos, acusamos y culpamos a quien sea (interior o exteriormente).
  • Repetimos una y otra vez, en nuestra mente, situaciones pasadas.
  • Nos es difícil perdonar. Guardamos resentimientos muy viejos.
  • Nos queremos vengar y “cobrar lo que nos deben”.
  • Recurrimos a nuestro doloroso pasado para actuar o tomar decisiones en el presente.
  • Tememos el futuro por lo que nos pueda traer.
  • Ensayamos lo que vamos a decir o hacer, una y otra vez.
  • No nos damos cuenta de que hay un momento presente. Lo ignoramos absolutamente.
Ahora escribe con cuál o cuáles de estos rasgos te sientes más identificado:
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El antídoto para este virus es:

El modelo de autorresponsabilidad
  El modelo de autorresponsabilidad es opuesto al papel de la víctima, implica honrar la vida y está conectado con el cuerpo de luz (tu esencia).
¿Cómo se logra?

Reconociendo:
“Estoy asustado”, “Estoy enojado”, “Estoy triste”, “Estoy excitado”, “Estoy entusiasmado”, “Me siento atraído por...”.

Localizando:
Notando en qué parte del cuerpo está exactamente esa sensación.

Permitiendo:
Moviendo, sacudiendo, estirando, haciendo sonidos…

Intensificando:
Amplificando al máximo lo que siento.

Respirando.

                                                                              Luis Diaz
                                                                  La memoria de las células 


martes, 10 de septiembre de 2013

ALGUNAS RAZONES DEL DESENCUENTRO EN LA PAREJA


  

  • FUNCIONAMIENTO DE LOS HEMISFERIOS CEREBRALES
  Saber sobre los hemisferios izquierdo y derecho del cerebro ayudará a entender y aceptar que desde diversos aspectos, algunos meros determinantes biológicos, SOMOS diferentes.

  Es sabido que la mayoría de las mujeres tienen preponderancia a la mirada holística y los hombres a la mirada focalizada.

  La mirada masculina tiene que ver con la actitud de dividir, analizar, focalizar, cambiar, en fin, con lo activo, que los neurobiólogos suelen identificar con la función del hemicerebro izquierdo (el dominante). 

  La mirada femenina, en cambio, tiene más que ver con la conciencia de unidad, la capacidad receptiva, de espera, con la predisposición para entablar relaciones, soñar y crear (funciones aparentemente de jerarquía para el hemicerebro derecho).

  En La Enfermedad como Camino, refiriéndose al cerebro, Dethlefsen y Dahlke dicen: “Uno y otro hemisferio se diferencian claramente por sus funciones, su capacidad y sus respectivas responsabilidades."

  El hemisferio izquierdo podría denominarse el hemisferio verbal, pues es el encargado de la lógica y la estructura del lenguaje, de la lectura y la escritura; descifra analítica y racionalmente todos los estímulos de esta área, es decir que piensa en forma digital. 

  El hemisferio izquierdo es también el encargado del cálculo y la numeración. La noción del tiempo se alberga asimismo en el hemisferio izquierdo.

  En el hemisferio derecho encontramos todas las facultades opuestas: en lugar de capacidad analítica, la visión de conjunto de ideas, funciones y estructuras complejas.

  Esta mitad cerebral permite concebir un todo partiendo de una pequeña parte. Al parecer, debemos también al hemisferio cerebral derecho la facultad de concepciones y estructuraciones de elementos lógicos que no existen en la realidad. Aquí reside también el pensamiento analógico y el arte para utilizar los símbolos. El hemisferio derecho genera también las fantasías y los sueños de la imaginación y desconoce la noción del tiempo que posee el hemisferio izquierdo.”

  Creo que es evidente que en las mujeres parece predominar el hemisferio derecho y en los hombres el izquierdo.

Norberto Levy dice:

“Así como existe una relación de pareja con otro ser humano, existe una relación de pareja interior entre los aspectos femeninos y masculinos de la propia individualidad”.

  Todos estamos constituidos como polaridades. Tenemos aspectos masculinos y femeninos, activos y pasivos, débiles y fuertes. El asunto es que si nos identificamos culturalmente con uno solo de estos aspectos polares proyectaremos el otro en el afuera.

  La confusión que se da habitualmente es creer que mi pareja es la causa de mi conflicto, sin darme cuenta de que es un conflicto interno entre dos aspectos polares que vengo acarreando, sin hacerlo consciente.

  Es la misma energía que uso en pelearme con mi pareja la que necesito para descubrir qué me pasa a mí con el asunto.

  Muchas dificultades que tienen las parejas estan en última instancia ligadas a la no aceptación de la diferencia de miradas entre el hombre y la mujer.

  Uno no puede dejar de preguntarse ¿Cómo se armonizan dos personas que viven en mundos diferentes? ¿Cómo se pueden comunicar un hombre y una mujer si están en diferentes frecuencias?

Respuesta: Sólo si pueden abandonar la idea de que hay un único punto de vista.

  Es nefasto creer que el mío es el único lugar de análisis, aunque es peor aún dejarme convencer de que el tuyo es lugar de la mirada privilegiada.

  Es imprescindible incorporar las dos maneras de estar en el mundo, para integrase como personas y con el otro.

  Respeto mi identidad y mi forma de ser en el mundo y, a partir de allí, doy y reclamo respeto.

  El problema en el contacto es que, si no tengo la flexibilidad de ir de un nivel a otro, cuando estoy instalada en uno de ellos tiendo a repudiar a mi compañero.

  Si me lanzo a la aventura de entender tu cabeza incorporo cosas nuevas pero sobre todo te incorporo a vos.

  El desafío de la pareja pasa por abrirse a una forma diferente de estar en el mundo e integrarla en mí mismo. Abrirse a un pensamiento nuevo, a una manera diferente de encarar la vida. El amor empieza cuando descubro al otro. Ya no es una idea de lo que debería ser, es alguien nuevo que me sorprende con su originalidad.

  Allí comienza el amor, con la sorpresa, con el descubrimiento, abrirse al amor es abrirse a lo nuevo... Amar es abrirse a lo real.

  Hay dos maneras de estar en el mundo: una seria, desde la conciencia focalizada, y otra difusa, abarcativa.

  La primera tiene que ver con la lógica y es la mirada analítica.

  La segunda tiene que ver con percibir el mundo holísticamente, como una totalidad, e incluye las emociones y las vivencias; es la mirada experiencial.

  Cuando dos personas tratan de comunicarse y una está hablando desde la lógica y la otra desde lo que le pasa, el encuentro es imposible. Es como intentar una comunicación desde dos idiomas distintos, un choque de paradigmas. 

  Es fundamental darnos cuenta desde dónde me está hablando el otro. Cómo es la manera del otro de pensarse, de pensarme, de pensar lo que nos pasa.

  Si yo estoy acostumbrado a ver las cosas desde mi conciencia difusa o desde mi intuición, querer encontrarme en armonía con otro que mira la vida desde la coherencia es, en principio, una pretensión de posibilidad casi nula.

  La propuesta es que yo me abra a entender otra manera de ver las cosas, y entonces no sólo podré encontrarme con el otro, sino que incorporaré para mí mismo esa otra manera de estar en el mundo.

  Si una pareja plantea un problema y él lo ve desde la lógica y ella desde lo que siente, es muy difícil que se entiendan si antes no perciben y aceptan como punto de partida estas diferencias.

  Afortunadamente, en la actualidad hay un cambio: las mujeres están ocupándose de desarrollar el lado masculino y los hombres el femenino.

  Si yo acepto y respeto tu mirada y la voy integrando con la mía, eso es crecimiento para mi; si la rechazo tratando de convencerte de lo que pienso, me quedo solo e igual a mi mismo.

  Sin embargo, esto es lo que hacemos: tratar de que el otro haga las cosas como a nosotros nos parece, sin detenernos a pensar que el otro puede darnos una opción mejor, diferente, nueva.

  •  DIFICULTAD DE ESTAR PRESENTES
  Con respecto a las otras actitudes que impiden el encuentro, Castillejo habla de la dificultad para estar presentes. Si nos escondemos detrás de disfraces, no podemos tener contacto con nadie, pues nadie puede conectar verdaderamente con un personaje.

  Otra forma de no estar es el autoengaño; las personas no se dan cuenta de lo que les pasa, pero casi siempre tienen una explicación coherente de su sufrimiento, un libreto que justifica todo lo que les pasa pero que realmente no tiene nada que ver con su verdadero dolor. ¿Cómo podría alguien ayudarme o entenderme, si yo mismo estoy confundido respecto a lo que me lastima o a lo que necesito?

  •  DIFICUTAD PARA LA ESCUCHA
  El tercer tema es la dificultad para escuchar. Esperar con más o menos paciencia a que el otro termine de hablar sólo para poder decir lo que ya estábamos pensando, no necesariamente es dialogar, sino muchas veces la mezcla y superposición de dos monólogos... En estos casos las personas no se conectan para nada con lo que el otro dice, no se escuchan porque cada uno ya decidió que tiene la razón y, por lo tanto, lo único que están dispuestos a hacer es esperar que sea su turno para poder argumentar y demostrarlo.

                                                                                                                 Jorge Bucay