SENDERO TRANSPERSONAL

INTEGRANDO PSICOLOGIAS DE ORIENTE Y OCCIDENTE

Bienvenidos al blog!

La Psicología Transpersonal o Integral, es un enfoque terapéutico que apunta a que el ser humano alcance niveles óptimos de salud psicológica, dándole importancia a la expansión de la conciencia.

Se trata de un acompañamiento terapéutico para que la persona aprenda a observar sus patrones mentales, sus creencias, que son la causa del malestar, que aprenda a desidentificarse de sus contenidos mentales, a trabajar con sus emociones saludablemente, que aprenda a hacerse responsable de sí misma, de sus relaciones, de sus experiencias, sin culpabilizar al entorno, a la vida por lo que le sucede, comprendiendo que la adversidad, es una oportunidad de cambio y desarrollo personal.

Capacita al paciente para que aprenda a satisfacer de una manera saludable sus necesidades a todos los niveles: físico, emocional, mental, espiritual, aprendiendo a conectar con la dimensión trascendental; todo ello conlleva a una integración de su personalidad y a alcanzar niveles superiores de salud psicológica, para luego poder trascenderla y conectar con la esencia.

Se toman en cuenta los problemas, dolencias particulares que empujan a la persona a una consulta y se las trabaja e integra, pero el enfoque principal de la Terapia Transpersonal, que la hace diferente y más abarcativa que otras terapias psicológicas (integra psicologías de oriente y occidente) es el de capacitar a la persona para que aprenda a conectar con sus propios recursos internos y permita desplegarse sin temores al proceso de crecimiento natural.

La terapia utiliza diferentes técnicas que se adaptan a las necesidades del paciente y a su estado de consciencia, integrando los niveles físico, mental y emocional (ego) y luego trascendiéndolo hacia los valores superiores, como la compasión, el amor a los demás seres vivos, el sentido de la propia vida, el desarrollo de la creatividad, etc., favoreciendo cambios en su nivel evolutivo.

viernes, 21 de junio de 2024

Método para ser felíz

 

Darte cuenta del dolor, de la aflic­ción o del desasosiego que sufres y cuál es el motivo; de dónde sale, en verdad, ese sufrimiento. Si te sientes molesto, darte cuenta en seguida de ello, y de dónde nace este malestar. (Si dices que estás molesto porque alguien se ha por­tado mal contigo, no se puede enten­der que tú te castigues porque otro se comporta mal. Tiene que haber otro motivo más personal y escondido. Ob­sérvalo.)

Darte cuenta de que el sufrimiento o las molestias se deben a tu reacción ante un hecho o una situación concreta y no a la realidad de lo que está ocu­rriendo. (Si vas a ir al campo y llueve, el enfado no está en la lluvia -que es la realidad-, sino en tu reacción por­que se han contrariado tus planes.)

Solemos echar la culpa a la realidad y no queremos darnos cuenta de que son nuestras reacciones programadas las que nos contrarían.

Tenemos unos hábitos inculcados, que funcionan como una maquinita automática: a tal pregunta, tal respuesta; a tal contrarie­dad, tal reacción. Y funcionamos como autómatas.

La cultura nos inculca unas leyes rígidas, cuya única razón es que así se ha hecho siempre. Y con esta ra­zón tan endeble somos capaces de ma­tarnos por defender: honor, patria, ban­dera, raza, familia, buenas costumbres, orden, ideales, buena fama y muchas más palabras que no encierran más que ideas sin sentido real, que nos han in­culcado como cultura. Y lo mismo ocu­rre con las ideas religiosas.

Lo importante es el ser, y no el fi­gurar. La verdad es que estamos tan metidos en esa programación que ac­tuar con claridad de percepción, desde esa cultura, casi parece un milagro, y más si pretendemos reaccionar sin dis­gusto.

Hay que despertarse antes para comprender que lo que te hace sufrir no es la vida, sino tus alucinaciones, y cuando consigues despertar y apartas los sueños, te encuentras cara a cara con tu libertad y con la verdad gozosa.

Lo cierto es que el dolor existe por­que rechazamos que lo único sustancial es el amor, la felicidad, el gozo.

Cuan­do somos capaces de encontrar el ca­mino despejado, para ese amor-felici­dad que somos, nos topamos con el dolor, que no es nada concreto ni sus­tancial por sí mismo, sino la ausencia de la percepción del amor-felicidad. Como la oscuridad, que no existe, sino que es consecuencia de la menor per­cepción de la luz.

La vida es, en sí, un puro gozo y tú eres amor-felicidad como sustancia y potencial para desarrollar. Sólo los obs­táculos de la mente te impiden disfru­tarla plenamente. Son las resistencias que pone tu programación lo que te impide ser feliz. De no tropezar con tu resistencia, ¿dónde estaría el dolor? Habría una armonía en ti, igual a la que existe en la naturaleza. Más aun, pues tú eres rey de esa naturaleza y dotado de una sensibilidad para captar la bon­dad, la felicidad y la belleza, que te hace creativo y capaz ya, no sólo de ser feliz, sino de dar amor-felicidad a ma­nos llenas.

Con sólo observar todo esto ya es­tás dando un paso para tu despertar. Todo depende de tu reacción, y ésta depende de tu programación; y si eres capaz de observar esto y comprender­lo, ya tendrás bastante.

Lo más difícil es la capacidad de ver, ver simplemente, con sinceridad, sin engañarse, porque ver significa cambio.

A. de Mello


domingo, 2 de junio de 2024

Psicología Transpersonal (psicologías de oriente y occidente)

 

Una cosa es participar en retiros y tener experiencias extraordinarias y otra muy distinta llegar a integrar las nuevas comprensiones en la vida cotidiana.

Aisladamente considerados, el trabajo psicológico y el trabajo espiritual son limitados, y el desarrollo exige su adecuada complementación.

El despertar necesita de la psicología tanto como la psicología, necesita del despertar.

Cualquier psicología del despertar realmente completa, deberá investigar la relación existente entre las dimensiones suprapersonales, personales e interpersonales.

La psicología del despertar subraya la necesidad de emprender una práctica en tres dominios diferentes, la meditación (en lo que respecta a la dimensión suprapersonal), el trabajo psicológico (como forma de explicar las relaciones personales) y la práctica de las relaciones conscientes (en cuanto a su dimensión interpersonal).

Cada una de estas prácticas tiene ramificaciones en las demás.

No basta con alcanzar determinadas comprensiones espirituales, sino que también es esencial desarticular las pautas emocionales y mentales subconscientes, ancladas en el cuerpo y en la mente que impiden la realización de una modalidad de ser más elevada y plena.

El proceso de individuación requiere un proceso de clarificación psicológica que estimule el desarrollo de un individuo auténtico que pueda encarnar y expresar en su persona, las dimensiones superiores del ser.

No sólo debemos aprender a abrirnos y entregamos a lo divino y a lo último, sino que también debemos comprender -al menos en Occidente- el modo como la maduración individual puede ayudarnos a integrar la realización espiritual en el entramado de nuestra vida personal y de nuestras relaciones interpersonales.

No sólo debemos, pues, despertar a nuestra naturaleza espiritual última, sino que también debemos crecer y convertirnos en personas maduras, plenamente desarrolladas.

La psicología occidental se ha dedicado al estudio de la mente condicionada y la ha investigado de un modo tan brillante como lo ha hecho Oriente con la conciencia incondicionada. Así es como nos ha permitido comprender, por primera vez en la historia, el funcionamiento del psiquismo individual, su proceso de desarrollo, los conflictos que le aquejan y cómo reproduce, en la vida adulta, las contradicciones internas, las pautas defensivas y la dinámica interpersonal que aprendió en los primeros años de la infancia.

Desde esta perspectiva, la curación psicológica exige la comprensión, la explicación y el trabajo con esa dinámica evolutiva.

Oriente y Occidente han dado origen a dos modalidades de psicología que se basan en métodos distintos y que apuntan en direcciones completamente diferentes.

Por su parte, las psicologías contemplativas orientales, se han basado en la práctica meditativa y enseñan el modo de alcanzar el conocimiento directo de la naturaleza esencial de la realidad que subyace más allá de nuestra mente conceptual convencional.

La psicología terapéutica occidental, por su parte, se basa en la práctica clínica y el análisis conceptual y nos permite rastrear las causas y condiciones concretas que determinan nuestra conducta, los estados de nuestra mente y la estructura global de nuestra personalidad.

Pero aunque el énfasis oriental -en la conciencia no personal y en la realización directa de la verdad y el énfasis occidental -en la psicología individual y en la comprensión conceptual puedan parecer contradictorios, también son, desde otra perspectiva, complementarios.

En última instancia, ambos enfoques resultan esenciales para una comprensión plena de los potenciales intrínsecos a la existencia humana.

El hecho es que, más allá de sus diferencias geográficas, étnicas y culturales, Oriente y Occidente representan dos facetas diferentes de nosotros mismos, cuya relación podríamos asimilar a la que existe entre la inspiración y la espiración.

En este sentido, el énfasis oriental en abandonar toda fijación a la forma, los rasgos individuales y la historia se parece a la espiración, mientras que el énfasis occidental en la forma, la individuación y la creatividad personal se asemejan a la inspiración. Y del mismo modo que la inspiración culmina en la espiración, la espiración concluye en una nueva inspiración. Se trata de dos facetas tan complementarias que resulta inconcebible separarlas ya que una, sir la otra, sólo representa la mitad de la ecuación.

Welwood John

sábado, 1 de junio de 2024

La realidad es neutra


La realidad es neutra, aproblemática y además aconseptual. Las cosas nos resultan problemáticas porque les imprimimos un sesgo conceptual, un punto de vista, y las percibimos desde un margen emocional.

Si tuviéramos la capacidad de mantenernos en la no discursiva neutralidad amorosa, en el espejo o conciencia ecuánime, simplemente seriamos discípulos de la realidad. Es obvio que desde la perspectiva de la bondad y de la ética humana tan necesarias, hay cosas completamente injustificables e injustas, en especial la violencia que impera en el mundo. O la guerra que, empapada en devociones ciegas y justificada por amores mal gestionados, se libra a diario en el seno de las familias: una danza mal acompasada que los terapeutas atestiguamos a diario.

Pero desde la perspectiva de la realidad, lo adverso y devastador no es distinto del baile alegre, o del trabajo o del respeto o del cuidado recíproco de los unos hacia los otros.

Podemos pensar o sentir la realidad como dura o adversa, pero esto no la invalida ni la hace diferente de como es. Por ejemplo, que se acabe tu relación de pareja o que te rompas una pierna son hechos, considerar estos hechos como una suerte o una desgracia es solo un pensamiento. Siempre estamos navegando en esta dialéctica: la realidad tal como decide ser, frente a las perspectivas que le imprimimos. Y toda perspectiva burlesca con los hechos que intente excluir algo o a alguien, desemboca en más problemas. Por eso, toda convicción de atesorar la verdad moral, agrede a la realidad, al pretender elevarnos por encima de ella.

La mejor perspectiva de las cosas, es la que incluye y asume la realidad tal y como fue y abre caminos de acción y de vida, no la que se desgasta gritando proclamas moralistas.

Mirar la realidad de frente, a la cara, e integrarla, y generar a partir de ahí, una perspectiva que abra caminos. Nuestras armas principales serán la fortaleza, la verdad y la fluidez emocional, que nos conducirán al asentimiento interior hacia lo que sucedió, durante ese proceso, podremos emprender las acciones adecuadas y necesarias respecto a ello.

No sorteemos la realidad a través de los conocidos mecanismos psicológicos de defensa: negar, fantasear, disfrazar, esquivar, proyectar, disociar, escindir, reprimir, anestesiar, tragar, hiperreaccionar, engañar, huir, congelar, desplazar, racionalizar o intelectualizar, desviar, introyectar, etc.; todo ello para amortiguar lo que nos duele, humilla o devasta.

Celebremos nuestra capacidad de defendernos y por el hecho de que todo ser humano, o todo ser vivo, procure preservarse en su integridad y en su dignidad en todo momento y por todos los medios a su alcance. Sin embargo, no debemos alegrarnos precisamente por nuestro también indudable talento para permanecer en la fortificación, cuando los peligros ya cesaron; esto nos perjudica, recordemos la epigénetica y la persistencia del trauma.

Al mirar la realidad de frente, cuidamos, por añadidura, de nuestros posteriores. AL unir y reconciliar nuestra alma lo que fue terrible y lesivo, dibujamos un futuro más libre.

Las dificultades y el dolor van a aparecer en algún momento, es algo inevitable, y la principal herramienta que tenemos las personas para afrontarlos, es nuestra capacidad de sostener las dificultades (y el dolor que viene con ellas) sin irnos a pique. Se llama resiliencia, término extrapolado de la física que refiere a la capacidad de los materiales a regresar a su forma original después de haber sido deformados, y que Boris Cyrulnik, psiquiatra francés de origen judío, lanzo a su exitosa circulación dentro de los territorios de la psicología profesional y popular.

Todos padecemos dolor cuando hay pérdidas, traumas o contratiempos graves. Podemos hacer el tránsito del dolor, con todo el proceso emocional y espiritual que comporta, y seguir adelante, o encerrarnos en nuestras diatribas y defensas internas y perpetuarlas.

Es cierto que el dolor tiene mala prensa, que desagrada, pero es un gran recurso sumergirse en él: tiene la potencialidad de llevarnos de la orilla de la devastación a la de la transformación, donde con suerte, llegaremos un poco más sabios.

Joan Garriga