SENDERO TRANSPERSONAL

INTEGRANDO PSICOLOGIAS DE ORIENTE Y OCCIDENTE

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La Psicología Transpersonal o Integral, es un enfoque terapéutico que apunta a que el ser humano alcance niveles óptimos de salud psicológica, dándole importancia a la expansión de la conciencia.

Se trata de un acompañamiento terapéutico para que la persona aprenda a observar sus patrones mentales, sus creencias, que son la causa del malestar, que aprenda a desidentificarse de sus contenidos mentales, a trabajar con sus emociones saludablemente, que aprenda a hacerse responsable de sí misma, de sus relaciones, de sus experiencias, sin culpabilizar al entorno, a la vida por lo que le sucede, comprendiendo que la adversidad, es una oportunidad de cambio y desarrollo personal.

Capacita al paciente para que aprenda a satisfacer de una manera saludable sus necesidades a todos los niveles: físico, emocional, mental, espiritual, aprendiendo a conectar con la dimensión trascendental; todo ello conlleva a una integración de su personalidad y a alcanzar niveles superiores de salud psicológica, para luego poder trascenderla y conectar con la esencia.

Se toman en cuenta los problemas, dolencias particulares que empujan a la persona a una consulta y se las trabaja e integra, pero el enfoque principal de la Terapia Transpersonal, que la hace diferente y más abarcativa que otras terapias psicológicas (integra psicologías de oriente y occidente) es el de capacitar a la persona para que aprenda a conectar con sus propios recursos internos y permita desplegarse sin temores al proceso de crecimiento natural.

La terapia utiliza diferentes técnicas que se adaptan a las necesidades del paciente y a su estado de consciencia, integrando los niveles físico, mental y emocional (ego) y luego trascendiéndolo hacia los valores superiores, como la compasión, el amor a los demás seres vivos, el sentido de la propia vida, el desarrollo de la creatividad, etc., favoreciendo cambios en su nivel evolutivo.

sábado, 18 de febrero de 2023

El poder curativo de la presencia incondicional


"Ábrase a todas las emociones, personas y situaciones con las que se encuentre. Entonces experimentará por sí mismo las enseñanzas que nadie podrá enseñarle nunca." 
Pema Chodron


¿Cuál es la esencia de la curación psicológica, el elemento que nos permite trascender las viejas pautas autodestructivas y orientamos en una nueva dirección?

Para responder a esta pregunta deberemos comprender antes el malestar y el sufrimiento básico que se halla en la raíz de todos los problemas psicológicos, la incesante lucha que continuamente mantenemos con nuestra experiencia y las dificultades que tenemos para permitirle ser tal cual es.

¿Por qué nos incomodamos tanto con nuestra experiencia?

¿Por qué nos resulta tan difícil admitir que nuestra experiencia sea tal cual es?

¿De dónde proviene la inquietud que nos generan nuestros sentimientos y estados mentales?



El Malestar Básico

Continuamente estamos juzgando, rechazando y eludiendo aquellos aspectos de nuestra experiencia que más incomodidad, sufrimiento y ansiedad nos provocan, embarcándonos en una lucha interna que nos escinde interiormente y nos aleja de la totalidad. Esto es algo que aprendimos en nuestra más temprana infancia, cuando nuestro sistema nervioso se veía desbordado por sentimientos que no podíamos gestionar... y mucho menos todavía comprender.

Así fue como aprendimos a cerrarnos y a contraer nuestro cuerpo y nuestra mente fundiendo, por así decir, los fusibles para que nuestros circuitos internos no sufrieran un mayor daño cada vez que nos veíamos desbordados por experiencias demasiado intensas y los adultos de nuestro entorno no supieron ayudarnos. Así fue como aprendimos a protegernos... y a separamos, simultáneamente, de nuestro enojo, de nuestra necesidad de afecto, de nuestra ternura, de nuestros deseos y de nuestra sexualidad. Y así fue también como aprendimos a emitir todo tipo de juicios negativos sobre las facetas que más sufrimiento nos causaban y, al mismo tiempo, a retirar nuestra conciencia de ellos.

Por ejemplo, cuando, nuestra necesidad de amor se veía frustrada era demasiado doloroso experimentar esa necesidad. Así fue como aprendimos a cerrar nuestra conciencia para alejarnos de esa necesidad y del sufrimiento asociado que le acompañaba. Es por ello, que seguimos contrayéndonos cada vez que nos sentimos desbordados por la necesidad de amor y somos incapaces de funcionar en aquellas regiones de nuestra vida que evocan sentimientos que nunca hemos aprendido a aceptar. Y esta huida del sufrimiento primordial origina un nivel secundario de sufrimiento que restringe nuestra conciencia y nos sume en la contracción.


Crear una identidad basada en la contracción

Llega un momento en el que todas estas contracciones se articulan en un estilo global de evitación y rechazo que nos lleva a desarrollar una identidad o una visión de nosotros mismos basada en el rechazo de los aspectos dolorosos de nuestra experiencia. Si, por ejemplo, no podemos hacer frente al enfado, tratamos de convertirnos en «una buena persona», pero esa identidad siempre es parcial y limitada, y jamás recoge la totalidad de nuestra experiencia, la totalidad de lo que somos.

Se trata de una identidad basada en la identificación con los aspectos de nuestra experiencia que más nos gustan y en el rechazo de aquellos otros que nos desagradan. Y, puesto que se trata de una identidad ajena a lo que realmente somos, requiere un continuo esfuerzo para protegerla de los ataques de una realidad que amenaza con socavarla.

Es como si continuamente nos viéramos obligados a apuntalar un frágil dique para no vemos desbordados por las olas del océano que, siguiendo con esta metáfora, es como el océano, siempre dispuesto a romper nuestra visión limitada de nosotros mismos que obstaculiza su libertad de movimientos. Y esta necesidad incesante de controlar la experiencia para alejamos de todo aquello que ponga en peligro nuestra identidad, genera un tercer nivel de sufrimiento, un estado continuo de tensión y ansiedad.

Así pues, el sufrimiento psicológico está fundamentalmente compuesto de tres estratos diferentes:

- el sufrimiento básico de los sentimientos que amenazan con desbordarnos;

- la contracción corporal y mental para evitar sentir ese dolor,

- y el esfuerzo continuo por mantener y proteger una identidad basada en la evitación y el rechazo.

Una de las formas en que tratamos de mantener nuestra identidad consiste en el desarrollo de un complejo conjunto de racionalizaciones -narraciones sobre lo que somos y sobre lo que es la realidad que nos sirve para justificar la evitación y el rechazo. Estas narraciones –que no tiene por qué ser conscientes y que a menudo son como los sueños, y están compuestas de imágenes y expectativas subconscientes son interpretaciones mentales de nuestra experiencia, un modo de organizar nuestras creencias en una visión global de la realidad.

Por ejemplo, a este propósito recuerdo el caso de una mujer cuyo padre había permanecido muy distante durante su infancia, que tenía dificultades para reconocer su necesidad de contacto emocional y que justificaba su rechazo de esta necesidad con la siguiente historia: «los hombres no están emocionalmente disponibles y. puesto que una nunca puede confiar en ellos, sería estúpido que me permitiera necesitar a un hombre». Era precisamente por esto por lo que, cuando mantenía una relación, se contraía como para mantenerse alejada de su propia necesidad y no hallarse nunca en una posición vulnerable.

Pero, como resultado de todo ello, los hombres acababan abandonándola porque no podían establecer un contacto real con ella, lo cual no hacía sino reforzar su guión vital de que «con los hombres no se puede contar». Y es que las historias acaban convirtiéndose en una suerte de “profecías autocumplidas”.

Una historia crea una realidad que, a su vez, refuerza la historia, ocasionando así un círculo vicioso que nos encierra cada vez más en un falso yo y en una visión distorsionada de la realidad.


¿Por qué malgastamos tanta energía en mantener un falso yo que nos aleja de la totalidad de nuestro ser?

A pesar del sufrimiento que ocasiona, la imagen que tenemos de nosotros mismos se mantiene porque al menos, nos proporciona una sensación de que «yo soy esto». Es cierto que este ego falso genera una tensión y una escisión interna, pero también lo que es, al menos, nos proporciona una cierta ilusión de estabilidad y permanencia en medio de la incertidumbre y del flujo de la existencia. Y, aun en el caso de que su historia sea «yo no soy nada, ni nadie» eso, al menos, es algo y, en consecuencia, nos proporciona una cierta seguridad.




La presencia incondicional y la curación

Si pudiéramos identificamos completamente con el falso yo, no nos causaría tanto sufrimiento, porque simplemente sería lo que somos. El sufrimiento se deriva de un estrato internamente más profundo que se siente limitado por esta identidad y sufre cuando no estamos completamente vivos.

Esa inteligencia más profunda que se oculta en nuestro interior sufre cuando se siente atrapada en una intrincada red de historias, creencias, guiones y conductas que la mantiene alejada de su naturaleza esencial. Y es que, cuando no realizamos todas nuestras posibilidades expansivas, nos vemos abocados al sufrimiento.

El primero y más difícil de los pasos del proceso de curación consiste en darse cuenta de la desconexión de nuestro ser más profundo y del sufrimiento que de ello se deriva. En ese mismo dolor se asienta nuestra curación. Es por esto por lo que, cuando nos alejamos de él, no hacemos más que agregar un nuevo eslabón a la cadena de la contracción y el rechazo en los que se asienta nuestro malestar.

En cambio, cuando nos abrimos a esta herida volvemos a establecer contacto con aquellos aspectos de nuestra experiencia de los que nos habíamos alejado. Por tanto, el primer paso de la curación consiste en reconocer nuestro malestar.

Obviamente, no resulta tan sencillo admitir nuestro dolor y nuestra desconexión de nosotros mismos ya que, apenas empezamos a mirarla, aparece una historia, una creencia, un pensamiento o una fantasía que cumple con una función distractiva. En cuanto nos preguntamos «¿qué es esto?» o «¿por qué me siento tan mal?», nuestra mente se pone inmediatamente en marcha y dice: «Ah, ya sé. Esto es x o esto es y. Estoy identificado con mi madre. Éste es mi complejo de inferioridad. No es nada importante, nada que merezca mi atención. Todo el mundo tiene problemas».

Sin embargo, todas esas historias, constituyen un obstáculo para la curación, porque nos mantienen atrapados en la contracción y el rechazo y lejos, en consecuencia, de nuestra propia experiencia. Éste es el motivo por el cual es importante que los psicoterapeutas ayuden a sus clientes a discriminar claramente entre sus historias y su experiencia vivida. 

Cuando, por ejemplo, le pregunto a un cliente cómo se siente y él me responde: «Me siento estúpido», yo me veo obligado a apostillar: «Ése no es un sentimiento”.

Usted no se siente estúpido. Ésa no es más que una historia que usted se cuenta sobre sí mismo. ¿Qué es realmente lo que siente?» 

Tal vez entonces responda: «Bueno, la verdad es que cuando trato de hablar con mi mente, me siento inseguro y asustado». Ése sí que es un sentimiento. 
Es evidente que, para ello, los terapeutas y los sanadores tendrán que saber distinguir muy claramente entre sus propias historias de lo que está ocurriendo y las historias de sus clientes. Y ese no es nada sencillo porque a los terapeutas les gusta pensar que saben lo que les ocurre a sus clientes; a fin de cuentas, ellos son profesionales que se han entrenado durante muchos años y conocen bien el funcionamiento del psiquismo.

Pero hay que decir que, en el trabajo terapéutico, el conocimiento no es un agente curativo porque, aunque pueda ser una ayuda muy valiosa, el cliente puede experimentarlo como otra forma de rechazo.

El único modo de alentar la curación consiste en acabar con el rechazo mismo que origina el malestar.

No debemos olvidar que el malestar psicológico se deriva de una visión fija y limitada de nuestra experiencia y que, en consecuencia, el simple hecho de asumir un punto de vista diferente, no alienta la verdadera curación. 
Tal vez se trate de un punto de vista más adecuado, de un buen punto de vista, de un punto de vista maravilloso o del mejor de los puntos de vista pero, si sólo es otro conjunto de creencias y de actitudes, jamás será curativo, porque no dejará de ser otro marco de referencia que no puede dar cuenta de todas las dimensiones de la experiencia, otras gafas a las que, más pronto o más tarde, tendremos que renunciar.

En lugar de elaborar compartimentos más grandes o más elegantes, necesitamos desarrollar el único antídoto posible para todas nuestras visiones limitadas de la realidad, permanecer presentes con nuestra experiencia tal cual es. Ésta es la presencia incondicional a la que algunos denominan mente del principiante. 

Como dijo Suzuki Roshi: «En la mente del principiante existen muchas posibilidades, en la del experto solo hay unas pocas».

Todos nosotros somos expertos en nosotros mismos y, en ese sentido, hemos perdido la capacidad de estar presentes con nuestra experiencia de un modo fresco y abierto. Aunque los terapeutas piensen a menudo en sí mismos como expertos en el conocimiento del ser humano, la verdad es que no existe ningún experto en el dominio de la experiencia humana. Y esto es así porque la naturaleza de la experiencia humana es ilimitada y abierta.

Si usted es un experto, su pericia se basa en lo que sabe y lo que usted sabe no deja de ser un conjunto de cajas, una colección de conceptos, recuerdos, creencias e ideas sobre la realidad, pero no la realidad misma.

La mente de principiante supone estar dispuesto a afrontar de un modo nuevo cualquier cosa que aparezca, sin mantener ninguna idea fija sobre lo que ello significa o sobre el modo como debe desplegarse, un estado de apertura que trasciende todos los prejuicios y creencias, y nos permite ver las cosas de un modo nuevo y descubrir nuevas posibilidades. Y aunque se trate de lo más sencillo del mundo también es, simultáneamente, lo más complicado.


Si yo le preguntara: «¿Cómo se siente ahora mismo?, ¿qué está pasando en usted?» y usted mira en su interior, lo más honesto sería responder: «No lo sé». Porque si, en ese momento, usted ya sabe lo que está ocurriendo, probablemente no sea más que un pensamiento, su mente aferrándose a una de las islas conocidas del gran océano de lo desconocido.

En lugar de ello, pues, renuncie a toda respuesta y siga sencillamente preguntándose. Si observa en su interior descubrirá que no hay nada a lo que pueda aferrarse, nada que pueda acomodarse fácilmente a cualquier respuesta concebida de antemano. De hecho, nuestra experiencia presente es mucho más amplia y rica que cualquier cosa que podamos saber o decir en un determinado momento.

Para conectar con el poder curativo de nuestro interior es preciso que nos permitamos no saber y que establezcamos contacto con la textura fresca y viva de nuestra experiencia, más allá de todo pensamiento familiar.

Cuando realmente expresamos lo que estamos sintiendo, nuestras palabras se llenan de un poder verdadero. Como sucede con cualquier otro encuentro íntimo entre dos seres humanos, el diálogo terapéutico está lleno de misterio y de sorpresas.

Es por esto por lo que los grandes terapeutas están más interesados en lo que ignoran de sus clientes que en lo que saben. Cuando el terapeuta opera desde el conocimiento es más probable que caiga en la manipulación, mientras que, cuando lo hace desde el no conocimiento, es más probable que lo haga desde la presencia auténtica.

Cuando nos permitimos no saber lo que tenemos que hacer, a continuación abrimos las puertas a una cualidad de atención más serena y más profunda.



John Welwood
(Psicólogo y Psicoterapeuta, Figura destacada de la Psicología Transpersonal, fue pionero en la integración de la Psicología Occidental y la Sabiduría Oriental)



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