Nos rodean muchos peligros; nuestro cuerpo físico es frágil, y está expuesto constantemente a accidentes, enfermedades, catástrofes, etc. El miedo respecto a ello es justificable desde un punto de vista de identificación humano.
No debemos confundir el instinto de supervivencia natural en cualquier forma de vida, con el miedo. Proteger el cuerpo, es un acto de inteligencia existencial que no necesita ser pensado, surge naturalmente ante un peligro real. Pero la inseguridad, la angustia que vive la persona, generalmente, no es por el temor de que algo le pueda suceder externamente, sino que se trata de un miedo interno, psicológico, que es el que más daño nos hace, el que nos paraliza e impide vivir experiencias que quedan como energías reprimidas, deseos frustrados, y luego tendrán consecuencias inevitables. Se nos hiere desde la infancia, y luego cargamos con esas heridas temiendo a que se nos vuelva a lastimar. En casi todas nuestras motivaciones, se esconde algún tipo de temor, que nos frena y condiciona a la hora de actuar. Durante miles de años, hemos tolerado el miedo como una forma de ejercer autoridad.
El miedo es la consecuencia de vivir en el error de la identificación con el cuerpo y la mente, y va asociado a un complejo de inferioridad. Nos hacemos una idea de nosotros mismos y, a todo lo que amenace la integridad física o psicológica de esa idea, de lo que creemos ser, le tenemos miedo. Tenemos miedo de hacer y de no hacer, como así también, de expresar lo que se siente y lo que se piensa por la reacción que pueda tener el entorno. Buscamos ser queridos, valorados y admirados, esta idea egocéntrica se convierte en el eje de nuestra vida y, todo lo que vivimos pasa por ese filtro dualista y egocentrado. Generamos una manera de pensarnos a nosotros mismos y esto da lugar a una forma de interpretar el entorno, y, al partir de una base errónea y parcial, lo que interpreto, juzgo, también resulta erróneo.
El miedo no es substancial en el ser humano. Las emociones, miedo, rabia, celos, envidia, agresividad, etc., no son en sí negativas; la existencia está hecha de cualidades positivas; lo que se vive como negativo, es una falta de desarrollo de lo positivo; así como la oscuridad es ausencia de luz, el miedo es la ausencia del amor, es vivir en el error.
La identificación con el cuerpo y la mente, es el generador de todos los miedos. Creemos que la verdad es lo que aparece como forma, y nos olvidamos de la fuente de donde está surgiendo y de la substancia de la que está hecha, que es la misma que la de la fuente. Somos también cuerpo y mente, pero no como realidad absoluta, sino como realidad relativa que aparece en el espacio-tiempo y allí volverá a diluirse. El ignorar que somos la vida de donde surgen todas las formas y las sustenta, se convierte en miedo, al confundir la vida con las formas.
Si investigo más allá de las formas, descubriré los orígenes de donde surge todo, lo que somos en última instancia, lo que no cambia. Ese darse cuenta es avanzar hacia esa verdad que nos vive, la atención en sí misma; la atención es presente, instante, sin pasado que es memoria de experiencias vividas, ni proyección de futuro que viene del pasado: es el aquí y el ahora, donde se diluyen todos los problemas que surgen de vivirse como objeto, como alguien independiente hacedor y responsable de sus actos, absorbido por el bien y por el mal, viviendo la culpa de ser menos; impidiendo vivir la verdad.
De la identificación con la forma, surge el miedo a perderla y también los apegos a todo lo que da placer, ya sean personas, situaciones, dinero, sexo, comida, posición social, etc. Si me sitúo más allá de las cosas, viviré su verdad. No es lo mismo las cosas como verdad, que la verdad de las cosas.
Las cosas como verdad, es el error de donde surgen los deseos, el dolor, el miedo; no hay amenaza al yo real, que es de donde surgen las cosas, su vibración es la acción, el amor, la inteligencia, que las personas nos atribuimos como propias, sintiéndonos orgullosos de ello en ocasiones, y avergonzándonos en otras. Como si fuéramos algo aparte del resto del universo; cuando todo lo que sucede, es el funcionamiento de la totalidad impersonal.
Como existencia, no somos aparte del mundo, somos el manifestador y lo manifestado, el vividor y lo vivido, el que ve y lo visto, el que ama y lo amado. En esta vivencia de unidad con todo y realidad del ser, el miedo no tiene lugar.
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