SENDERO TRANSPERSONAL

INTEGRANDO PSICOLOGIAS DE ORIENTE Y OCCIDENTE

Bienvenidos al blog!

La Psicología Transpersonal o Integral, es un enfoque terapéutico que apunta a que el ser humano alcance niveles óptimos de salud psicológica, dándole importancia a la expansión de la conciencia.

Se trata de un acompañamiento terapéutico para que la persona aprenda a observar sus patrones mentales, sus creencias, que son la causa del malestar, que aprenda a desidentificarse de sus contenidos mentales, a trabajar con sus emociones saludablemente, que aprenda a hacerse responsable de sí misma, de sus relaciones, de sus experiencias, sin culpabilizar al entorno, a la vida por lo que le sucede, comprendiendo que la adversidad, es una oportunidad de cambio y desarrollo personal.

Capacita al paciente para que aprenda a satisfacer de una manera saludable sus necesidades a todos los niveles: físico, emocional, mental, espiritual, aprendiendo a conectar con la dimensión trascendental; todo ello conlleva a una integración de su personalidad y a alcanzar niveles superiores de salud psicológica, para luego poder trascenderla y conectar con la esencia.

Se toman en cuenta los problemas, dolencias particulares que empujan a la persona a una consulta y se las trabaja e integra, pero el enfoque principal de la Terapia Transpersonal, que la hace diferente y más abarcativa que otras terapias psicológicas (integra psicologías de oriente y occidente) es el de capacitar a la persona para que aprenda a conectar con sus propios recursos internos y permita desplegarse sin temores al proceso de crecimiento natural.

La terapia utiliza diferentes técnicas que se adaptan a las necesidades del paciente y a su estado de consciencia, integrando los niveles físico, mental y emocional (ego) y luego trascendiéndolo hacia los valores superiores, como la compasión, el amor a los demás seres vivos, el sentido de la propia vida, el desarrollo de la creatividad, etc., favoreciendo cambios en su nivel evolutivo.

sábado, 4 de mayo de 2013

Filosofía Perenne (principios fundamentales)



  La Filosofía Perenne es una visión del mundo, de verdades, compartida por la mayor parte de maestros espirituales, filósofos, pensadores y científicos de todas las culturas y en todas las épocas, y se ocupa principalmente de las estructuras profundas del encuentro humano con lo divino, lo que toca la esencia del ser humano.

   Los principios fundamentales son:

Existe una Realidad Suprema, que puede experimentarse, el Espíritu, y que recibe diferentes nombres (Tao, Dios, Brahman, Shiva….), que es eterno e inafectado.

2º El Espíritu está en nuestro interior, hay todo un universo en nuestro interior. La divinidad está en el centro de nuestro Ser, más allá del ego.

3º A pesar que el Espíritu está en nuestro interior, la mayor parte de personas viven en la separación, la dualidad, muchas veces, sin conectar con su esencia, sin ser conscientes de ella, por vivir apegados al ego, creyendo que es lo único que hay, esto es lo que mantiene la separación del Espíritu; al vivir en la dualidad (placer/dolor, sujeto/objeto, etc.), no se puede percibir la realidad tal cual es: la Identidad Suprema.

4º Hay una forma para salir, de despertar de la ilusión, del error,  un “camino” que conduce a la liberación: se trata de desidentificarnos del ego aislado, de trascenderlo, y esto puede suceder abruptamente, o como en la mayoría de los casos, gradualmente, siguiendo uno de los varios caminos que proponen las distintas tradiciones de sabiduría, que nos conducirá al estado de iluminación.

5º Llegados al final del camino: Renacemos, nos liberamos del ego y tomamos consciencia de que eternamente, hemos sido una unidad con Dios, sin habernos dado cuenta de ello. “Sólo cuando nuestro ego muere, comprendemos finalmente que no hay nada con lo que podamos identificarnos, y entonces, podemos transformarnos realmente en lo que ya somos”, podemos asumir lo que somos en realidad.

6º  Esta  liberación, iluminación, pone fin al sufrimiento, ya que la causa del sufrimiento es el apego y el deseo de nuestra identidad separada, y por medio de la meditación se trasciende al pequeño yo, al deseo y al apego (ego). Se puede sentir dolor, miedo, angustia, etc., pero al no estar identificados, no hay sufrimiento, porque se comprende que, siendo el Todo, no hay nada ajeno a él  que pueda hacerle daño y aumenta la compasión para ayudar  a quienes viven  en la ilusión del  sufrimiento como realidad.

7º  El final del sufrimiento, conduce a la ayuda amorosa y compasiva hacia los demás para que alcancen la liberación, un servicio desinteresado; al servir al otro, sirvo a mi propio ser, ya que todos somos uno en el mismo ser.
                                           Basado en una entrevista a Ken Wilber

lunes, 1 de abril de 2013

La crisis en el trabajo interior


  
A medida que profundizamos un poco más en nosotros, nos encontramos con que muchas cosas que antes nos ilusionaban ahora de repente nos damos cuenta de que son niñerías y esto nos obliga a cambiar nuestra escala de valores. Cuando esto lo descubrimos de un modo claro, definido, apenas presenta problema si realmente estamos decididos a proseguir nuestro camino cueste lo que cueste.

  El verdadero problema surge cuando apunta la nueva etapa, pero aún no estamos establecidos en ella. Cuando estamos a punto de llegar a un nuevo estado pero todavía no hemos llegado a él, porque entonces nos damos cuenta de que tal circunstancia o situación, la que sea, nuestro círculo social de amigos, nuestras costumbres y aficiones a las que hasta ahora hemos estado muy adheridos, están amenazando ya en desligarse y perder todo interés. Y esto sí que a veces produce miedo, perplejidad y vacilación por nuestra fuerte identificación con todo ello.

 Debemos darnos cuenta de que cada vez que sintamos estos miedos y estas dudas es que progresamos. No hemos de ver estas crisis como algo negativo, sino como puntos de referencia positivos de nuestro avance. Si no progresáramos no aparecerían miedos nuevos ni nuevas inquietudes. Desde este punto de vista cada vez que nos encontramos mal es que vamos bien, porque al fin y al cabo para seguir encontrándonos como ahora no valía la pena movernos de sitio.

  Siempre que hay un trabajo de profundización, un ensanchamiento de conciencia hay también algo que cae, algo que se suelta. Puede ser que a veces se perciba antes lo que se suelta que el nuevo estado interior que se encuentra detrás.
  Si primero se percibe lo positivo, estupendo, ya que lo antiguo cae como una fruta madura, sin ningún esfuerzo, como el adolescente se desprende con naturalidad de los juguetes que le apasionaban unos años atrás.
   Pero cuando primero uno siente que aquello va a caer y todavía no vive lo que hay detrás, el nuevo estado subjetivo, el grado de iluminación correspondiente, entonces es inevitable que sufra la crisis como algo intenso y doloroso.
 En esos momentos es cuando uno ha de aprender a tener discernimiento y serenidad, y darse cuenta de que siguiendo el trabajo, a pesar de todo, descubrirá al fin el poco valor y consistencia que tiene la costumbre antigua a la que aún tan fuertemente se agarra.

  Hemos de ver claro que en el trabajo interior vamos a ganar. Y a ganar no ya los objetos o las situaciones a que estamos adheridos, sino precisamente lo que vamos buscando, lo que estamos poniendo de valor en aquello. Porque siempre, de un modo o de otro, buscamos en cualquier cosa mayor plenitud, mayor satisfacción, mayor realidad. Y esto es precisamente lo que encontramos de un modo real y permanente. Por eso es importante que aprendamos a ver las crisis como amigas, como indicadoras de nuestro adelanto; nunca como barreras ante las que uno retrocede.

  Es evidente que todos las encontraremos en nuestro trabajo. Pero es que si no las encontramos porque trabajamos, las encontraremos igualmente porque la vida nos las impondrá. Y más vale que aprendamos a ir por nuestro pie y por la vía positiva de ir descubriendo lo bueno que se oculta detrás de todas las formas y de todas las apariencias, que no que la vida nos arranque las cosas de un modo violento en su sereno pero inflexible devenir.
                                                                Antonio Blay

La presencia en el dolor


  


  Tendemos a rechazar el dolor, huir de él y a buscar el placer…solemos temer al dolor y nos resistimos a él, intentando a toda costa eliminarlo, o distrayéndonos para no sentirlo, no nos han educado a escuchar el cuerpo, es mas, muchas tradiciones espirituales hasta pretenden negarlo, no darle importancia, cuando es por medio de nuestro cuerpo que podemos acceder a los mensajes que el alma tiene para nosotros, el síntoma es una guía preciosa, valiosa de que es lo que “no anda bien” en nuestro interior, un mensaje que si no logramos descifrarlo, a veces va  a peor, originando un sin número de enfermedades ….

  Nuestro comportamiento reactivo, nunca resuelve el dolor, el malestar. Echamos a correr en la dirección opuesta, alejando nuestra atención de la zona en que experimentamos el dolor, hacemos todo lo que está a nuestro alcance para aniquilar nuestra conciencia de esta experiencia con pastillas, alcohol, etc. Intentamos resistirnos a la experiencia y reprimirla mediante algún tipo de control y de sedación.
  Pero este comportamiento reactivo, nunca resuelve el dolor, simplemente lo reprime y pospone para otro momento.
  Inevitablemente el dolor o malestar reaparecerán posteriormente y seguirán intentando captar nuestra atención, o aparecerán bajo otro aspecto en cualquier otro lugar.

  Podemos transformar  el dolor, podemos escuchar sus mensajes, podemos aprender a escucharnos y buscar la coherencia entre lo que pienso, siento y hago.

  A medida que crecemos y nos convertimos en adultos educados, “condicionados”, aprendemos a no escuchar, no le damos tiempo a nuestro organismo para que pueda procesar el dolor de una manera natural, al resistirnos al dolor o buscar erradicarlo sin más (lo cual no significa que no podamos tomar un medicamento, o alguna terapia para aliviarlo…), no le damos la oportunidad de transformarlo.
 El dolor es un síntoma, una señal de alerta acerca de un fenómeno másprofundo.   Tenemos que tomar la decisión de enfrentarlo y escuchar lo quetiene para decir y enseñarnos.

  Se trata de desaprender lo aprendido, de desandar lo andado, y aprender nuevas maneras de interactuar con el dolor, nuevas maneras de pensar, nuevos hábitos saludables, para recuperar la vivacidad, vitalidad, la salud. 


Ejercicio para aprender a estar presente en el dolor:

*  Busca una postura cómoda, puede ser sentado o tumbado, permítete sentir el dolor físico o  emocional que está presente en ti en este preciso momento.

*  Toma consciencia de tu diálogo interno, lo que te dice tu mente en este momento. Permite tus pensamientos, obsérvalos, no los juzgues, no los rechaces, observa cómo tu mente intenta evitar la incomodidad analizando, justificando, dándole un sentido.
Presta  atención a tu  cuerpo, a las  sensaciones que percibes en él y a las emociones, así como son, sin analizarlas.

*  Ubica  en qué parte del cuerpo sientes  la sensación, la emoción. Déja que suceda mientras observas los cambios que se van procesando en tu cuerpo, sólo permite y observa respirándolos, sin intentar controlar

*  Podrás sentir diferentes sensaciones, que van variando, emociones que se intensifican para luego calmarse, permítete ese sentir, sólo observando y dejándote fluir con el proceso, confía en la inteligencia natural de tu cuerpo, toma consciencia que no eres esas sensaciones, emociones, sentimientos, eres el que observa ese ir y venir, permitiendo que tu cuerpo procese….  

*  Esto puede durar de unos pocos minutos  a media hora o algo mas..
Pasado el proceso de entrar en contacto con tu cuerpo, tus emociones, etc. puedes descansar para integrar lo experimentado, puedes llevar un diario donde anotes las experiencias..  

 Para transformar el dolor  físico/emocional, se requiere presencia, atención y permitírselo. Así aprendemos a ser conscientes de los patrones de pensamiento, creencias profundas que alimentan los estados emocionales produciendo contracciones y dolores físicos.

Al estar presentes, mas rápido ocurre la transformación, mas información nos llega para poder autoconocernos y mas tomamos consciencia que somos mas que todos estos mecanismos que activan las emociones, vamos aprendiendo a salirnos de los condicionamientos, de la vergüenza, la autocondena, de los miedos…para conectar con lo que realmente somos, con nuestra esencia.

 Toma consciencia:
* ¿Quién es el que experimenta lo que está siendo experimentado?
Intenta no perder la atención a  las sensaciones del cuerpo, no tienes que cambiar nada, sólo observa….
Al hacerlo de esta manera, puedes utilizar la experiencia para conectar con la realidad, con tu Ser.
                                                            Juana Ma. Martínez Camacho
                                                               Terapeuta Transpersonal
                                                                                    Terapeuta en Biodescodificación

Sacar partido al miedo



 En la actualidad los trastornos relacionados con el miedo experimentan un incremento asombroso en Occidente. Según la OMS, la ansiedad, los ataques de pánico, las fobias o las obsesiones afectan aproximadamente a un 15% de la población y constituyen uno de los primeros motivos de consulta médica y psicológica.

 Esto sucede, paradójicamente, en una sociedad que ha alcanzado unas cotas de seguridad y esperanza de vida difíciles de imaginar hace sólo unas pocas décadas.
  A pesar de disponer de excelentes avances médicos y tecnológicos que permiten tener mayor control y protección a todos los niveles, el miedo, más que debilitarse, aparece con mayor fuerza. Cada vez son más las personas que, sin razón aparente, sufren una intensa crisis de ansiedad que rompe su sensación de tener una vida ordenada y controlada. Otras se sienten dominadas por temores irracionales sin saber cómo librarse de ellos. El miedo a menudo se infiltra en las relaciones, en el trabajo, en los proyectos futuros, turbando la tranquilidad y limitando las posibilidades personales.

¿Cuál es nuestra relación particular con el miedo? ¿Hasta qué punto nos
afecta y bloquea?
  Esta emoción, indispensable para la supervivencia, también puede arruinar la vida. Solemos relacionarnos con el miedo con desconocimiento y de manera poco eficaz. Una opción, más inteligente pero a menudo más difícil, supone mirar cara a cara lo que produce temor, a fin de comprender el miedo y aprender a afrontarlo.

  “Anatomía del miedo” indica que frente a esta emoción los animales tienen cuatro tipos de reacciones: la huida, el ataque, la inmovilidad (lo que comúnmente se conoce como “hacerse el muerto”) y el sometimiento.
 La especie humana, añade, además de estas respuestas ha incorporado una nueva: actuar como si no tuviera miedo, es decir, negarlo.
  Intentar suprimir el miedo equivale a ignorar una señal de alarma que avisa de la existencia de un fuego. Silenciar la señal no significa que el fuego deje de existir, sino que incrementa las posibilidades de que se extienda o resulte más destructivo. De igual modo, sentir miedo no supone un problema en sí, sino que más bien apunta a una dificultad que conviene abordar.

La trampa del miedo
  Sogyal Rimpoché, autor de “El libro tibetano de la vida y la muerte”, recalca que “el miedo siempre está dispuesto a ver las cosas peor de lo que son”.
  Los temores que nacen de la razón y no de un peligro real suelen gestarse en el pasado, en las vivencias negativas que un día ocurrieron, o proyectarse hacia el incierto futuro. Por eso la manera en que se responde en el presente no siempre es la más adecuada: se puede temer a algo que quizá supuso una amenaza pero ya no lo es, o bien sentirse aterrado ante un peligro inexistente.
“El miedo es un monstruo inventado por nosotros mismos que luego nos espanta y persigue. Pero en tanto construimos nuestros miedos, también tenemos la capacidad de disolverlos y superarlos”.
  El miedo hace que nos sintamos débiles, impotentes, vulnerables… Por eso la respuesta ante esta emoción suele ir dirigida a aumentar la sensación de seguridad. Cuando el peligro es real esto impulsa a protegerse, pero cuando el temor lo crea uno mismo el pensamiento suele reemplazar a la acción.

  Observarse, por ejemplo, a uno mismo o al entorno con aprensión temerosa facilita que se encuentren señales inquietantes que disparan el círculo vicioso del miedo.
 La ansiedad, como manifestación del miedo, genera intensas sensaciones como tensión, opresión, ahogo, mareo, aceleración del pulso… Cuanto más miedo producen estas sensaciones más se intentan controlar, lo que a su vez aumenta la ansiedad. Mientras que seguir la tendencia natural de evitar o huir ante lo que produce temor aporta una tranquilidad inmediata, pero con cada retirada el miedo avanza y gana terreno. Toca el miedo y se desvanecerá.

  En algún momento conviene valorar hasta qué punto los propios miedos impiden llevar a cabo lo que se desea o desarrollar las capacidades personales.
  Sean concretos o difusos, monstruosos o pequeños, todas las personas tienen algún tipo de temor. Puede tratarse del miedo a fallar, a perder el control, al compromiso, a la enfermedad, la muerte, o incluso se puede temer al propio miedo… La cuestión radica en cómo se maneja esta emoción.

  Siguiendo la famosa máxima de Abraham Lincoln, quizá la mejor manera de derrotar al enemigo sea trabando amistad con él. Como sucede en esas pesadillas en que alguien se siente perseguido y cuanto más corre más se acerca la amenaza, sólo mirando cara a cara lo que causa temor es posible romper el círculo vicioso del miedo.
  Así, al observar detenidamente qué aspecto tienen nuestros temores, cuándo aparecen o por qué resultan tan espantosos, se despejan las fantasías que se construyen alrededor de la inquietud. Es una manera de poner límites a ese monstruo informe e imponente llamado miedo. Pues al dar nombre a lo que se teme y al reconocer al miedo por lo que es: un miedo y no una realidad, parte de su poder se desvanece.

Un deseo oculto
  A menudo aquello que más se desea es lo que más atemoriza. Un hombre a quien le atrae una mujer puede sentir pavor a la hora de acercarse para hablar con ella. Querer triunfar a nivel profesional puede generar un terrible miedo al fracaso. Alguien que anhela tener más amistades quizá siente temor a mostrarse tal y como es.
Escribió el poeta mejicano Amado Nervo. Así pues, sólo cabe preguntarse: ¿qué anhelos se ocultan tras nuestros temores? Cuando el deseo sea más fuerte que el propio miedo acaso estaremos más dispuestos a afrontarlo.   Entonces el temor dejará de ser un enemigo interno para transformarse en auténtico valor.

 El País Semanal. Noviembre 2007


La sombra en las relaciones



  Es muy frecuente  que las relaciones de pareja sigan el mismo patrón, algo así como repetir ciertos rasgos,  atrayendo experiencias similares una y otra vez.
 Tal vez podríamos acercarnos al término que Jung acuñó como "sombra" para señalar aquellas partes de nosotros de las que no tenemos percepción, bien porque están latentes o bien porque han sido repudiadas. 
  Debido a que somos inconscientes de ellas, nuestro ego no las controla. Si alguna vez salen a la superficie pueden resultar perturbadoras. Entonces  nos enamoramos de alguna proyección de una parte repudiada de uno mismo. De manera que, enamorarse y  experimentar el amor loco, en esencia, es proyectar en alguien del sexo opuesto el propio Hombre interior o Mujer interior.

 Enamorarse a primera vista es "reconocer" o creerlo así en otra persona un modelo de masculinidad o feminidad ideal que uno lleva en su interior. En este sentido, las relaciones son espejos de nuestro yo. En ellos vemos, a veces dolorosamente, reflejos de partes de nosotros que hasta ese momento quizá no percibiríamos.

 De esta manera, las relaciones afectivas nos ayudan a crecer, pues nos convertimos más en aquello que amamos. De hecho tendemos a enamorarnos de cualidades que percibimos en la otra persona, precisamente porque esas cualidades son energías dormidas en nosotros que "resuenan" o son proyectadas en la pareja.

 Por ejemplo, los tipos intelectuales aprenden a darle cabida al sentimiento y la vulnerabilidad después de ser repetidamente desafiados por una pareja del tipo sensible... ó bien, los pragmáticos extravertidos llegan a respetar la intuición cuando las "corazonadas" de su pareja llegan a resultar correctas.

 En general, puede decirse que la energía opuesta, es decir la energía de la persona amada, no se "desprende", sino que es introyectada y hecha propia.
 En esta cultura suele ser muy frecuente que el hombre sea quien se quede anclado con la energía "pensante" dejando que la mujer ejerza la sensible... De manera similar cuanto más inflexiblemente terrenal y práctico sea uno de los dos, es probable que el otro se vuelva mas soñador.

 Para sanar nuestra sombra  uno no ha de "convertirse" en estas energías repudiadas, ya que quedan satisfechas con el mero reconocimiento de su existencia y respeto de su poder.
  Lo que sucede con estas energías repudiadas es que como la energía no se puede destruir, ha de ir a alguna parte, por lo que se ve empujada hacia el inconsciente, en donde se torna negativa y destructiva. Esta energía se vuelve como un proscrito que nada tiene que perder, tornándose depresiva o rebelde y, en términos míticos demoníaca.

  Esa parte de nosotros repudiadas, es como una  subpersonalidad repudiada que nos acosa hasta que es reconocida como una parte de nosotros que tiene su propia canción para cantar, su propia contribución que añadir a la plenitud de nuestro ser. Nos puede volver tensos, neuróticos, enfermos. La represión nos gasta gran cantidad de nuestra energía y nos consume y vacía.

  Existen líneas de 3 pensamiento que afirman la existencia de una correlación entre el cáncer y la represión asidua de las emociones, como si se tratase de la descontrolada manifestación física de la energía que está más allá de nuestro control.

  Un energía repudiada en nuestro inconsciente nos puede poner tan malos o por lo menos hacer que estemos tan incómodos como una comida no digerida. También actúa como un imán dentro de nosotros atrayendo experiencias molestas.

  Ejemplo, una mujer que ha reconocido su propio poder, no atraerá las mismas atenciones indeseadas como lo haría su hermana no liberada, cuyos inconscientes mensajes de "hembra desvalida" atraerán a muchos predadores.
  Por lo tanto,  no debemos negar dichas partes, debemos reclamar esas energías repudiadas, esas partes de nosotros y también honrarlas en vez de repudiarlas, creando de ese modo, más "cabezas de turco".

  En una relación de pareja, podríamos aprender a reconocer las partes de uno mismo que han sido repudiadas  reconociendo aquellas cualidades identificadas por los miembros de la pareja como el elemento que les resultó más atractivo de su compañero mutuo. Suelen ser las mismas que más tarde se convierten en motivo de conflicto.

  Ejemplo, el hombre que se sintió atraído por la cordialidad empatía y sociabilidad de su esposa, por ejemplo, la puede calificar más tarde como vulgar, entrometida y frívola. La mujer que admiraba la formalidad prudencia y seguridad que le ofrecía su marido puede censurarlo luego como insulso, aburrido y opresivo. Los rasgos más fascinantes y maravillosos de la pareja terminan convirtiéndose en las cosas más horribles y espantosas.  La cualidad sigue siendo la misma, pero más pronto o más tarde, termina adoptando un calificativo completamente opuesto.

  Para averiguar este supuesto, podríamos preguntarnos, ¿Qué fue lo primero que les atrajo al uno del otro? ¿qué creen que les hizo especiales a los ojos de su compañero? Tengamos en cuenta que la identificación proyectiva entre los amantes es la base de la confusión.

 La identificación proyectiva constituye un mecanismo mental muy difundido, complejo y destructivo que consiste en proyectar aquellos aspectos negativos y enajenados de la propia experiencia interna sobre la pareja y, luego percibir esos sentimientos disociados como si procedieran de ella. 
  Las proyecciones suelen ser intercambios, transacciones pactadas por ambos miembros de la pareja de aquellos 4 aspectos reprimidos de su propio yo. A partir de ese momento cada uno ve en la pareja lo que no puede percibir en sí mismo y lucha incesantemente por cambiarlo. Los amantes jamás se encontrarán porque moran eternamente uno en el otro.

 A nivel sociedad y cultura global la mente y el pensamiento racional han desterrado a la esfera de la oscuridad los impulsos animales, las pasiones sexuales y la naturaleza efímera del cuerpo. Por si esto fuera poco, el advenimiento de la era científica terminó concluyendo que el cuerpo no es más que un recipiente de productos químicos. Cuerpo-espíritu. Pecador-inocente. Animal-divino. Egoísta-altruista.

 Las consecuencias de este paradigma: "el cuerpo como sombra" son la culpabilidad, la vergüenza, la pérdida de la espontaneidad, la lucha a muerte contra las enfermedades psicosomáticas que, como consecuencia, traen un abuso de drogas y una adicción al sexo. El cuerpo es la escuela, la lección y el trampolín que nos permite acceder a reinos superiores.

 ¿Qué podemos hacer?
 Integrar.
                                                                José María Doria


lunes, 25 de febrero de 2013

Pérdidas



 La muerte es un suceso definitivo, pero antes de ocurrir deja muchas otras pérdidas de menor cuantía. Si nos tomáramos un momento para pensar en ello, veríamos el patrón de pérdida y ganancia que atraviesa toda nuestra vida.

  Cuando ocurren, las pérdidas parecen dolorosas, y el ego reacciona inevitablemente ante ellas deseando aferrarse. Sin embargo, el paso de la infancia a la adolescencia es una pérdida desde un punto de vista pero una ganancia desde otro; contraer matrimonio representa la pérdida de la soltería y la ganancia de un compañero. La pérdida y la ganancia son dos caras de la misma cosa. Lo único que produce ganancia absoluta en la vida es la ganancia de la consciencia, que es de lo que se trata esta búsqueda.

 ¿Alguna vez se te has preguntado que no puedes perder nada, porque nunca tuviste nada en realidad?",  "Lo único que has tenido realmente es a ti mismo”. Ese yo puede pasar un tiempo en una casa o en un empleo, en presencia de ciertas cosas o con cierta cantidad de dinero, pero con el tiempo todo eso cambia. Entonces lo único que queda es un recuerdo, una imagen, un concepto. Ninguno de ellos es real; son invenciones de la mente. Los pensamientos son como los invitados: llegan y se van mientras tú permaneces. Piensa en los objetos y en las posesiones de igual manera. Todos van y vienen y sólo tú permaneces.

  La vida está llena de adversidades, grandes o pequeñas. El ego se ha echado sobre los hombros la carga de proteger la vida. Nos defiende de la pérdida y el desastre y mantiene a raya el concepto de la muerte durante el mayor tiempo posible. Pero podemos verlo de otra manera: todo lo que existe en la creación está hecho de energía. Una vez creada, cualquier forma de energía debe mantenerse durante cierto tiempo. Después de un período de estabilidad, la fuerza vital desea traer algo nuevo a escena. A fin de hacerlo, es necesario disolver esos patrones viejos y desgastados.

  Esta disolución ocurre en nombre de la vida, porque sólo la vida nos rodea. Sin embargo, el ego se aferra a ciertas formas de energía que no desea que se disuelvan jamás. Una suma de dinero, una casa, una relación, un gobierno, etc., a su manera, todas ellas son formas de energía a las cuales tratamos de proteger contra el paso del tiempo. La gente lucha hasta la muerte, como dice el adagio, lo cual significa que está dispuesta a defender algo hasta cuando no quede otra alternativa que la disolución.

  La verdad es que esas luchas son innecesarias. No se puede luchar para que una rosa florezca. No se puede luchar para que un embrión se convierta en bebé, sencillamente lo hace, siguiendo su propio ritmo. Aunque el ego acepta fácilmente estos hechos acerca de la rosa y el bebé, no logra hacerlo con respecto al dinero, las casas, las relaciones y otras cosas a las cuales se apega. Pero  las mismas leyes universales lo gobiernan todo en la vida. Después de todo, nuestro ego no tuvo que librar una batalla para traernos a este mundo.

  La lucha del ego es una forma de oposición a la vida, porque pretende imponer una vida artificial. La naturaleza retira las cosas por una buena razón y a su debido tiempo, si deseas tener flores fuera de temporada, puedes bordar unas que duren para siempre, sin embargo, ¿quién podría decir que esas flores en realidad están vivas?

  Asimismo, cada vez que sentimos la necesidad de controlar y luchar, de retener a las personas, al dinero o a las cosas cuando se van, estamos contrariando la fuerza universal que mantiene todo en equilibrio. Deberás aprender a confiar para poder renunciar al control. Tu condicionamiento te lleva a desconfiar, porque  deseas desesperadamente creer que es inmune a los ciclos de la naturaleza. Aunque el cuerpo nace, envejece y muere,  el ser humano sueña con dejar edificaciones y estatuas inmortales, una reputación y cofres atestados de riquezas. Haz lo que desees, pero si quieres escapar del dolor y de la muerte, primero debes escapar del engaño que te hace creer que estás por encima de la naturaleza.

         Cuando logramos comenzar a ver las semillas de la oportunidad en los escombros del desastre, la confianza empieza a crecer. La confianza viene por etapas.
  Primero debemos ver que las nociones del ego acerca de la pérdida son falsas. El dolor no es la verdad, es aquello por lo cual  pasamos para encontrar la verdad.
 En segundo lugar, debemos buscar la otra cara del desastre o la pérdida, la semilla minúscula de lo nuevo que desea nacer.
  En tercer lugar, debemos reemplazar los lamentos y las culpas por el conocimiento sosegado y seguro de que estamos protegidos en el plan de la naturaleza.

   Lo que sea que hayamos perdido es temporal e irreal debía marcharse, no porque la naturaleza sea cruel e indiferente, sino porque cada paso que damos hacia lo real es precioso. Bajo esta nueva luz comenzaremos a ver que la pérdida y la ganancia son solamente una máscara. Debajo se encuentra la luz constante de lo eterno, la cual brilla a través de todo, tejiendo la unidad a partir del caos.
                                                                                                            D. Chopra

sábado, 23 de febrero de 2013

El apego emocional



El apego es adicción

  Depender de la persona que se ama es una manera de “enterrarse en vida”, un acto de “automutilación  psicológica” donde el amor propio, el autorespeto y la esencia de uno mismo son ofrendados y regalados irracionalmente. Cuando el apego está presente, entregarse, más que un acto de cariño desinteresado y generoso, es una forma de capitulación, una rendición guiada por el miedo con el fin de preservar lo bueno que ofrece la relación.
  Bajo el disfraz del amor romántico, la persona apegada comienza a sufrir una despersonalización lenta e implacable hasta convertirse en un anexo de la persona “amada”, un simple apéndice. Cuando la dependencia es mutua, el enredo es funesto y tragicómico: si uno estornuda, el otro se suena la nariz. O, en una descripción igualmente malsana si uno tiene frío, el otro se pone el abrigo.

 “Mi existencia no tiene sentido sin ella”, “Vivo por y para él”, “Ella lo es todo para mí”, “El es lo más importante de mi vida”, “No se qué haría sin ella”, “Si él me faltara, me mataría”, “Te idolatro”, “Te necesito”, en fin, la lista de este tipo de expresiones y “declaraciones de amor” es interminable y bastante conocida.

 La tradición ha pretendido inculcarnos un paradigma distorsionado y pesimista: el auténtico amor, irremediablemente, debe estar infectado de adicción. Un absoluto disparate. No importa cómo se quiera plantear, la obediencia debida, la adherencia y la subordinación que caracterizan al estilo dependiente, no son lo más recomendable.

 La epidemiología del apego es abrumante. Según los expertos, la mitad de la consulta psicológica se debe a problemas ocasionados o relacionados con dependencia patológica interpersonal. En muchos casos, pese a lo nocivo de la relación, las personas son incapaces de ponerle fin. En otros, la dificultad reside en una incompetencia total para resolver el abandono o la pérdida afectiva. Es decir: o no se resignan a la ruptura o permanecen, inexplicable y obstinadamente, en una relación que no tiene ni pies ni cabeza.

El deseo no es apego

 La apetencia por sí sola no alcanza para configurar la “enfermedad” del apego. El gusto por la droga no es lo único que define al adicto, sino su incompetencia para dejarla o tenerla bajo control. Abdicar, resignarse y desistir son palabras que el apegado desconoce. Querer algo con todas las fuerzas no es malo, convertirlo en imprescindible, sí.
 La persona apegada nunca está preparada para la pérdida, porque no concibe la vida sin su fuente de seguridad y/o placer. Lo que define el apego no es tanto el deseo como la incapacidad de renunciar a él. Si hay un síndrome de abstinencia, hay apego.
 De manera más específica, podría decirse que detrás de todo apego hay miedo, y más atrás, algún tipo de incapacidad. Por ejemplo, si soy incapaz de hacerme cargo de mí mismo, tendré temor a quedarme solo, y me apegaré a las fuentes de seguridad disponibles representadas en distintas personas. El apego es la muletilla preferida del miedo, un calmante con peligrosas contraindicaciones.

 El hecho de que desees a tu pareja, que la degustes de arriba abajo, que no veas la hora de enredarte en sus brazos, que te deleites con su presencia, su sonrisa o su más tierna estupidez, no significa que sufras de apego. El placer  de amar y ser amado es para disfrutarlo, sentirlo y saborearlo. Si tu pareja está disponible, aprovéchala hasta el cansancio; eso no es apego sino intercambio de reforzadores. Pero si el bienestar recibido se vuelve indispensable, la urgencia por verla no te deja en paz y tu mente se desgasta pensando en ella; bienvenido al mundo de los adictos afectivos.

 Recuerda: el deseo mueve al mundo y la dependencia lo frena. La idea no es reprimir las ganas naturales que surgen del amor, sino fortalecer la capacidad de soltarse cuando haya que hacerlo. Un buen sibarita jamás crea adicción.

                                           

 El desapego no es indiferencia.

  Equivocadamente, entendemos el desapego como dureza de corazón, indiferencia o insensibilidad, y eso no es así. El desapego no es desamor, sino una manera sana de relacionarse, cuyas premisas son: independencia, no posesividad y no adicción.
 La persona no apegada (emancipada) es capaz de controlar sus temores al abandono, no considera que deba destruir la propia identidad en nombre del amor, pero tampoco promociona el egoísmo y la deshonestidad.

 Desapegarse no es salir corriendo a buscar un sustituto afectivo, volverse un ser carente de toda ética o instigar la promiscuidad. La palabra libertad nos asusta y por eso la censuramos.
  Declararse afectivamente libre es promover afecto sin opresión, es distanciarse en lo perjudicial y hacer contacto en la ternura.

 El individuo que decide romper con la adicción a su pareja entiende que desligarse psicológicamente no es fomentar la frialdad afectiva, porque la relación interpersonal nos hace humanos (los sujetos “apegados al desapego” no son libres, sino esquizoides). No podemos vivir sin afecto, nadie puede hacerlo pero sí podemos amar sin esclavizarnos. Una cosa es defender el lazo afectivo y otra muy distinta ahorcarse con él. El desapego no es más que una elección que dice a gritos: el amor es ausencia de miedo.

 El apego produce  deterioro energético. Haciendo una analogía con Las enseñanzas de don Juan, de Carlos Castañeda, podríamos decir que el adicto afectivo no es precisamente “impecable” a la hora de optimizar y utilizar su energía. Es un pesimismo “guerrero”. El sobregasto de un amor dependiente tiene doble faz.

  Por un lado, el sujeto apegado hace un despliegue impresionante de recursos para retener su fuente de gratificación. Los activo-dependientes pueden volverse celosos e hipervigilantes, tener ataques de ira, desarrollar patrones obsesivos de comportamiento, agredir físicamente o llamar la atención de manera inadecuada, incluso mediante atentados contra la propia vida. Los pasivo-dependientes tienden a ser sumisos, dóciles y extremadamente obedientes para intentar ser agradables y evitar el abandono. El repertorio de estrategias retentivas, de acuerdo con el grado de desesperación e inventiva del apegado, puede ser diverso, inesperado y especialmente peligroso.

 La segunda forma de despilfarro energético no es por exceso sino por defecto. El sujeto apegado concentra toda la capacidad placentera en la persona “amada”, a expensas del resto de la humanidad. Con el tiempo esta exclusividad se va convirtiendo en fanatismo y devoción: “Mi pareja lo es todo”. El goce de la vida se reduce a una mínima expresión: la del otro. Es como tratar de comprender el mundo mirándolo a través del ojo de una cerradura, en vez de abrir la puerta de par en par.

 El apego enferma, castra, incapacita, elimina criterios, degrada y somete, deprime, genera estrés, asusta, cansa, desgasta y, finalmente, acaba con todo residuo de humanidad disponible.
 La mayoría de las personas apegadas son emocionalmente inmaduras y muy necesitadas de cuidado; por tal razón el regazo de su marido era el opiáceo donde la soledad dejaba de doler.
  La mente es así. Mientras el principio del placer y el principio de seguridad estén en juego, así sea en pequeñas dosis, uno puede apegarse a cualquier cosa, en cualquier lugar y de cualquier manera.

  De acuerdo con la historia persona afectiva, la educación recibida, los valores inculcados y las deficiencias específicas, cada cual elige su fuente de apego o cada apego lo elige a uno.
 La inmunidad a la adicción afectiva sólo puede alcanzarse cuando todos nuestros papeles estén debidamente equilibrados.   Somos mucho más que esposo/ esposa o novio/ novia.  Si vivo exclusivamente para mi pareja, si reduzco todas mis opciones de alegría y felicidad a la relación, destruyo mis posibilidades en otras áreas, las cuales también son importantes para mi crecimiento interior.  Cuando se logra la madurez afectiva, el acto de amar no es tan cautivante como para anularnos, ni tan distante como para enfriarnos.  Se obtiene un punto medio, el lugar equidistante, donde el amor existe y deja vivir.

 Una de las cosas que más interfiere con el proceso de desapego es el miedo a lo desconocido.  La persona apegada, debido a su inmadurez emocional, no suele arriesgarse porque el riesgo incomoda.  Jamás pondría en peligro su fuente de placer y seguridad.  Prefiere funcionar con la vieja premisa de los que temen los cambios: “Más vale malo conocido que bueno por conocer”.  Enfrentarse a lo nuevo, siempre asusta.
 El anclaje al pasado es la piedra angular de todo apego.  Aferrarse a la tradición genera la sensación de estar asegurado.  Todo es predecible, estable y sabemos para dónde vamos.  No hay innovaciones ni sorpresas molestas.  Rescatar las raíces y entender de dónde venimos es fundamental para cualquier ser humano, pero hacer de la costumbre una virtud es inaceptable.

 ¿Quién dijo que para establecer una relación afectiva uno debe encarcelarse?  ¿De dónde surge esa ridícula idea de que el amor implica estancamiento?  ¿Por qué algunas personas al enamorarse pierden sus intereses vitales?  ¿El amor debe ser castrante?   ¿Realmente el vínculo afectivo requiere de estos sacrificios?

 Los preceptos sociales han hecho desastres.  Amar no es anularse, sino crecer de a dos.  Un crecimiento donde las individualidades, lejos de opacarse, se destacan.  Querer a alguien no significa perder sensibilidad y volverse una marmota sin más intereses que lo mundano.
 La persona que amo es una parte importante de mi vida, pero no la única.
  Si pierdo la capacidad de escudriñar, husmear y sorprenderme por otras cosas, quedaré atrapado en la rutina.  Nadie tiene el monopolio del bienestar. Y no estoy insinuando que haya que reemplazar a la pareja o engañarla.

  Krishnamurti decía:  “Cuando se adora a un solo río, se niegan todos los demás ríos; cuando usted adora a un solo árbol o a un solo dios, entonces niega todos los árboles, todos los dioses”.

 Puedes amar profunda y respetuosamente a tu pareja y al mismo tiempo disfrutar de una tarde de sol, comer helados, salir a pasear, ir a un cine, investigar sobre tu tema preferido, asistir a conferencias y viajar; en fin, puedes seguir siendo un ser humano completo y normal.  Vincularse afectivamente no es enterrarse en vida, ni reducir tu hedonismo a una o dos horas al día.  No hablo de excluir egoístamente al otro, sino de complementarlo.  Me refiero a dispersar el placer, sin dejar de amar a la persona que amas y sin perderte a ti mismo. 

Hermann Hesse afirmaba:   “Él había  amado y se había encontrado a sí mismo.  La mayoría, en cambio, aman para perderse”.


Autonomía

 Las personas que sufren de apego afectivo son las que más bloquean la autonomía, porque sus necesidades son demasiado fuertes.  La adicción a otro ser humano es la más difícil de erradicar, y más aún cuando la motivación de fondo es la necesidad de seguridad/protección (“Más vale mal acompañado que solo”).


La autosuficiencia y la autoeficacia

 Muchas de las personas dependientes con el tiempo van configurando un cuadro de inutilidad crónica.  Una mezcolanza entre desidia y miedo a equivocarse.  De tanto pedir ayuda, pierden autoeficiencia.

 El devastador “No soy capaz” se va apoderando del adicto, hasta volverlo cada vez más incapaz de sobrellevar la vida sin supervisión.  Actividades tan sencillas como llevar el automóvil al taller, llamar a un electricista, reservar pasajes, buscar un taxi, se convierten en el peor de los problemas.   Estrés, dolor de cabeza y malestar.  La tolerancia a las dificultades se hace cada vez más baja.  Como dice el refrán: “La pereza es la madre de todos los vicios”.
  Así, lenta e incisivamente, la inseguridad frente al propio desempeño va calando y echando raíces.  Como una bola de nieve, la incapacidad arrasa con todo.  La tautología es destructora; la dependencia me vuelve inútil, la inutilidad me hace perder confianza en mí mismo.  Entonces busco depender más, lo que incrementa aún más mi sentimiento de inutilidad, y así sucesivamente.

 Si eres de aquellas personas que necesitan el visto bueno de la pareja hasta para respirar, deja a un lado el pulmón artificial y libérate.  Despréndete de esa fastidiosa incompetencia.  La independencia es el único camino para recuperar tu autoeficacia.  Sentirse incapaz es una de las sensaciones más destructivas, pero no hacer nada y resignarse a vivir como un inválido es peor.  Aunque no te agrade el esfuerzo, hacerte cargo de ti mismo hará que tu dignidad no se venga a pique.

                                             


Antídotos para el apego emocional

La autorrealización
 Se refiere a la capacidad de reconocer los talentos naturales que poseemos.  Aquellas habilidades singulares que surgen espontáneamente de nosotros, sin tanto alarde ni especializaciones.  Simplemente estuvieron ahí todo el tiempo y todavía persisten.  Vivimos con nuestras facultades a cuestas, y ni siquiera nos damos cuenta.
 La pregunta clave es: ¿Cómo saber si estamos desarrollando esos talentos?  Si las respuestas a las siguientes tres preguntas son positivas, estás bien encaminado; de no ser así, tienes algo que revisar:

a.    ¿Pagarías por hacer lo que estás haciendo?
b.    Aquellas cosas que haces bien y disfrutas al hacerlas, ¿han surgido de ti más naturalmente que por aprendizaje?
c.    Cuando estás ejecutando lo que te apasiona, ¿la gente se acerca a ti en vez de alejarse?

 Ése es el talento natural: una capacidad guiada por la pasión, que estalla desde adentro y reúne a los demás cuando aparece.  Todos la poseemos, todos podemos alcanzarla, todos estamos diseñados para desarrollar nuestra capacidad creativa, si nos dejan y tenemos el coraje para hacerlo.
 Una persona que ha encontrado su vocación y siente pasión por lo que hace, se vuelve inmune a la adicción afectiva porque su energía vital se abre a otras experiencias.  Y esto no significa incompatibilidad, sino amor a cuatro manos.  Desarrollar los talentos naturales es abrirse a otros placeres, sin desatender el vínculo afectivo.  No se abandona a la pareja, sino que se la integra, se la ama a plenitud.
 Si la vocación se lleva a feliz término, la mente se tranquiliza y las inseguridades desaparecen. Las personas autorrealizadas no son posesivas: son independientes y fomentan la honestidad interpersonal.  No necesitan tanto el apego, porque la pérdida y la terrible soledad ya no las asustan.

La trascendencia

 Creer que se está participando en un proyecto universal y aceptar la importancia de ello nos coloca, automáticamente, en el plano espiritual.  La vida evoluciona en un sentido de complejidad creciente, donde posiblemente seamos la punta de lanza de una transformación que no percibimos aún.  El gran maestro Teilhard de Chardin decía: “La creación no se ha terminado: se está llevando a cabo en este instante”.  Y si esto es así, estamos participando activamente en ella.  Trascender significa tomar conciencia (darse cuenta) de que soy; posiblemente, mucho más de lo que creo ser.

 Sentir que se está participando en un proyecto universal nos hace fuertes, nos aleja de lo mundano y cuestiona nuestra presencia en el planeta.  Los animales no saben que van a morir, nosotros sí.  Muchas personas que recurren a ayuda psicológica o psiquiátrica buscan aliviar su frustración existencial, porque se sienten vacíos y manifiestan que no encuentran un motivo de vida.
 Tener un vector orientador que nos empuje hacia un fin cósmico, a una compenetración con Dios, el universo o como queramos llamarlo, nos da un sentido vital.  No cabe duda: los ideales, cualquiera que sea su origen, nos hacen crecer.  Y no me refiero a los fanatismos religiosos y a su consecuente ignorancia, sino a la posición seria y honesta de creer en algo más.  Voltaire decía: “Si Dios no existiera, habría que inventarlo”.

 El “más allá” no es incompatible con el “más acá”.  Dios no exige tanto.  Crecer espiritualmente no es discrepante con el amor terreno, pícaro y cariñosamente contagioso que sentimos por la pareja.  Exaltar la vida interior ayuda a desprenderse de los lastres del apego, pero nada tiene que ver con desamor.


VENCIENDO EL APEGO AFECTIVO

 Muchas personas viven entrampadas en relaciones afectivas enfermizas de las cuales no pueden, o no quieren, escapar.  El miedo a perder la fuente de la seguridad y/o bienestar las mantiene atadas a una forma de tortura pseudoamorosa, de consecuencias fatales para la salud mental y física.
 Con el tiempo, estar mal se convierte en costumbre.  Es como si todo el sistema psicológico se adormeciera y comenzara a trabajar al servicio de la adicción, fortaleciéndola y evitando enfrentarla por todos los medios posibles. Lenta y silenciosamente, el amor para a ser una utopía cotidiana, un anhelo inalcanzable. Y a pesar del letargo afectivo, de los malos tratos y de la constante humillación de tener que pedir ternura, la persona apegada a una relación disfuncional se niega a la posibilidad de un amor libre y saludable; se estanca, se paraliza y se entrega a su mala suerte.

 No importa qué tipo de vínculo tengas, si realmente quieres liberarte de esa relación que no te deja ser feliz, puedes hacerlo.  No es imposible.  La casuística psicológica está llena de individuos que lograron saltar al otro lado y escapar.  Hay que empezar por cambiar las viejas costumbres adictivas y limpiar tu manera de procesar la información.  Si aprendes a ser realista en el amor, si te autorrespetas y desarrollas autocontrol, habrás empezado a gestar tu propia revolución afectiva.

 En la adicción amorosa el autoengaño puede adoptar cualquier forma.  Con tal de sujetar a la persona que se dice amar, sesgamos, negamos, justificamos, olvidamos, idealizamos, minimizamos, exageramos, decimos mentiras y cultivamos falsas ilusiones.   Hacemos cualquier cosa para alimentar la imagen romántica de nuestro sueño amoroso.  No interesa que toda la evidencia disponible esté en contra, importan un rábano las demostraciones y el cúmulo de informes contradictorios que amigos y familiares aportan: la fuente del apego es intocable y el aparente amor, inamovible.

 Conviene  partir de lo que verdaderamente es nuestra vida amorosa (realismo afectivo).  Lo que es,  y no lo que nos gustaría que fuera.  Si logramos comprender la relación en el aquí y el ahora, sin pretextos ni evasivas, podremos tomar las decisiones acertadas, generar soluciones o comenzar a despegarnos.
 Quedarte quieto y mirar la realidad afectiva en la cual estás inmerso, es lo único que debes intentar. Si logras observar las cosas como realmente son, dejando los sesgos y las mentiras a un lado, tus esquemas irracionales comenzarán a tambalear. Aunque te duela el alma y tu organismo entre en crisis de abstinencia, no hay otro camino.

 La liberación afectiva y la ruptura de los viejos patrones de adicción no toleran la anestesia, porque las grandes revoluciones siempre exigen atención despierta. Además, tal como decía Kalil Gibrán: “Si no se rompe, ¿cómo logrará abrirse tu corazón?”

                                     


AUTORRESPETO Y LA DIGNIDAD PERSONAL

 Decir que el “apego corrompe” significa bajo la abrumante urgencia afectiva somos capaces de atentar contra la propia dignidad personal. En esos momentos apremiantes, ni la moral ni los valores más apreciados parecerían ser suficientes para contener el alud. Todo vuela por los aires.  Vendemos lo que no está en venta, negociamos con el respeto y nos arrastramos más allá de lo imaginable con tal de conseguir la dosis afectiva que necesitamos.
 Umberto Eco decía ética comienza cuando los demás entran en escena. Eso es verdad. Pero la ética siempre incluye autoestima. La moral implica no hacerle a los otros lo que no me gustaría que me hicieran, o desear a los otros lo que anhelo para . “Ama a tu prójimo como a ti mismo”, lo dice todo. Es decir, de una u otra manera, siempre estoy incluido. Si no me quiero a mí mismo, no puedo amar ni respetar a los otros.

 Intenta definir los límites de la soberanía personal,  los principios y los valores me definen como humano, lo que no es negociable. Cuando esos puntos están claros, nos volvemos invencibles porque sabemos cuándo pelear y cuándo no.
 Cuando una relación anda mal, nunca hay un solo responsable. La hecatombe afectiva siempre es función de dos, quizá no en las mismas proporciones, pero cada cual aporta su cuota: unos por defecto y otros por exceso.
 En el caso del apego afectivo, cuando el vínculo se rompe el apegado suele activar su más dura autocrítica. De manera inclemente, como si le gustara sufrir, agrega más dolor al sufrimiento
 Los dos pensamientos más comunes que acompañan el abandono del apegado son: “Si la persona que amo no me quiere, no merezco el amor” o “Si la persona que dice quererme me deja, definitivamente no soy querible”. La consecuencia de ésta manera de pensar es nefasta. El comportamiento se acopla a la distorsión y el sujeto intenta confirmar, mediante distintas sanciones, que no merece el amor.


Conclusión

 Para muchos, la libertad afectiva es una forma de libertinaje que necesita mantener controlado. Como si la ausencia de dependencia fuera en sí misma peligrosa. Un amor independiente siempre incomoda. Un amor sin apegos es irreverente, fantástico, insólito, locuaz, trascendente, atrevido y envidiable.

 Amar sin apegos es amar sin miedos. Es asumir el derecho a explotar intensamente el mundo, a hacerse cargo de uno mismo y a buscar un sentido de vida. También significa tener una actitud realista frente al amor, afianzar el autorrespeto y fortalecer el autocontrol. Es disfrutar de la dupla placer/seguridad, sin volverla imprescindible. Es hacer las paces con Dios y la incertidumbre. Es tirar la certeza a la basura y dejar que el universo se haga cargo de uno. Es aprender a renunciar.

 El amor está hecho a la medida del que ama. Construimos la experiencia afectiva con lo que tenemos en nuestro interior, por eso nunca hay dos relaciones iguales. El amor es lo que somos. Si eres irresponsable, tu relación afectiva será irresponsable. Si eres deshonesto, te unirás a otra persona con mentiras. Si eres inseguro, tu vínculo afectivo será ansioso. Pero si eres libre y mentalmente sano, tu vida afectiva será plena, saludable y trascendente.
 Amar sin apegos no implica insensibilizar el amor. La pasión, la fuerza y el impacto emocional del enamoramiento nunca se merman. El desapego no amortigua el sentimiento; por el contrario, lo exalta, lo libera de sus lastres, lo suelta, lo amplifica y lo deja fluir sin restricciones.

 Empieza hoy. Acepta el riesgo de abrazar a tu pareja sin angustias. Si tienes claridad sobre lo que verdaderamente eres y hasta dónde puedes llegar, no habrá temores irracionales. Solamente los roces normales y algunos desacoples.

 La convivencia no es una panacea, pero tampoco es infelicidad total. El amor interpersonal, vivo y activo, en el cual diseñamos a cada instante nuestro ecosistema afectivo, nuestro lugar en el mundo, es la operación por la cual nos adaptamos al otro, sin dejar de ser uno. Podemos encajar sin violentarnos, sujetarnos despacio y tiernamente, como quien no quiere lastimar ni lastimarse. Y esa unión maravillosa de ser dos que parecen uno, sólo es posible hacerla con pasión y sin apegos.
                                                                          Walter Riso