Hasta ahora, parecía que la relación con nuestras emociones podía establecerse únicamente a través de la expresión o de la represión; la expresión -si es inconsciente y reactiva- puede dañar a los demás, y la represión me hace daño a mí mismo.
Ahora bien, podemos aprender a expresar sin volcar nuestra energía en los demás, haciéndola consciente y haciéndonos responsables, o bien podemos aprender a “transmutar”; entre la expresión y la represión aparece la posibilidad de la transmutación
La “madurez emocional” es un proceso, y todo comienza por la toma de conciencia de nuestras emociones.
“Despertar a las emociones significa sentirlas, nada más y nada menos.”
Jack Kornfield
Mientras nuestras emociones fluyan, podemos trabajar con ellas. En el momento en el que las interpretamos con historia, haciéndolas significar algo, las congelamos y se convierten en roca dura que bloquea nuestra fuerza vital.
Si estuviésemos dispuestos a sumergirnos en nuestros sentimientos dolorosos, el proceso sanador comenzaría automáticamente. Las emociones no son energías fijas, se transforman de manera natural y continua de una a otra.
Si evitamos sentirlas, paramos el proceso de transmutación y la energía se estanca en nosotros. Las emociones no siempre se transforman rápidamente de una a otra (aunque, de hecho, una persona emocionalmente sana puede desplegar una gran gama de emociones en un período muy corto de tiempo). La única manera en la que se transforman es con aceptación incondicional.
Debemos querer quedarnos con nuestro dolor, enfado, tristeza, etc., tanto como dure la sensación corporal.
Simplemente acepta todo lo que ocurra. Permite que cada experiencia sea lo que tenga que ser, libre de juicio y totalmente transparente.
Gestionar las emociones desde la Atención Plena
1. Parar, respirar.
Parar, llevar nuestra atención a ese movimiento emocional que emerge. Respirar profundamente. Nuestra respiración abre el espacio, ofrece nuestra disponibilidad. Posamos la atención en la respiración y en aquellas zonas del cuerpo donde la emoción se refleje. Respiramos la emoción.
2. Hacernos responsables.
Hacerse responsable es asumir cada emoción que vivimos como algo íntimo. Cada emoción surge de nuestro interior y nadie puede procesarla por nosotros. La emoción ya está presente en mí, no me es ajena. En realidad, nadie “me hace” nada, sólo “me lo mueve”. El otro solo despierta lo que habita en mí, el otro es el “despertador”.
Si no me hago responsable de mi estado interior, entonces hago responsable al otro, y entonces es cuando me convierto en su esclavo. Si mi estado interior está a merced de fuerzas ajenas a mi propio ser, también sitúo fuera de mí la libertad y el poder de transformarlo.
3. Presencia en la emoción.
Tomamos conciencia de todos los aspectos de la emoción que estamos viviendo. Nos permitimos sentirla plenamente, vivirla de manera directa, sin discurso intelectual, sin narraciones (recordamos que para que la emoción pueda ser trasformada ha de estar exenta de todo juico). Todo comienza por aprender a reconocer nuestras emociones.
A veces, éstas se presentan de manera muy difusa, muy abstracta. Podemos comenzar por lo más básico: esta emoción ¿me expande o me contrae, me abre o me cierra?
Después, podemos tratar de nombrar la emoción, el mismo hecho nombrarla nos facilita reconocerla, objetivarla.
¿De qué emoción se trata? ¿Es ira, miedo, alegría, tristeza, etc.?
También podemos sentir donde se refleja en el cuerpo, podemos incluso percibir su forma, su temperatura, su densidad…
Y también podemos “darle voz”: si la emoción pudiera hablar, ¿qué diría? ¿Qué expresaría? ¿Qué es lo que está pidiendo? ¿Qué necesidad manifiesta? ¿Qué nos impulsa a hacer?
Tras reconocerla podemos abrirnos a su motivación profunda, aquello que en realidad le está confiriendo su energía.
¿De dónde proviene, qué la genera, con qué me conecta? ¿Existe otra emoción detrás de la emoción?
Observamos sin juzgar todo el proceso psicofísico que desencadena la experiencia emocional que estamos viviendo.
4. Aceptación y autocompasión.
Sea cual sea la experiencia que estamos viviendo, la aceptamos incondicionalmente. Permitimos que la emoción se exprese con libertad y absoluta legitimidad, abrimos el espacio necesario para que todo su potencial se despliegue y evolucione en nuestro interior sin restricciones.
Y si duele, nos damos cariño… Liberamos el amor y nos procuramos esa ternura capaz de aliviar el dolor que sentimos.
Thich Nhat Hanh (monje vietnamita) utiliza la imagen de una madre que consuela al niño que llora, acunándolo en sus brazos. La madre somos nosotros y el niño es la emoción que abrazamos. La madre comprende al niño, acepta lo que le pasa y lo consuela dándole su cariño. Así, el niño se calma. Esta imagen refleja maravillosamente lo que significa “darse cariño” ante una emoción dolorosa.
5. Soltar la emoción.
Suavemente, dejamos que la energía de la emoción siga su curso naturalmente, que se atenúe, hasta que se desvanezca.
Recordar que yo soy el espacio, no la emoción, propicia este flujo natural de la energía. La respiración puede ensanchar tanto nuestro espacio interior que lo que inicialmente aparecía como un torrente desbordado se convierta en un riachuelo que atraviesa el amplio valle de la consciencia. La emoción como una pompa de jabón en nuestra espaciosidad inmensurable.
6. Actuar o no actuar.
Todo termina en seguir “la necesidad del instante”. Según sean las circunstancias, actuaremos o lo dejaremos estar. La misma inteligencia del corazón nos ofrecerá la “solución”.
“Si logramos la transformación y encauzamiento de la energía de las emociones, seremos capaces de articular una respuesta integradora y apropiada a la situación que las originó.” Vicente Simón
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