En ese momento se abren ante nosotros tres posibilidades diferentes, de las cuales sólo la última nos proporciona un camino hacia delante (mientras que las dos primeras no hacen sino reforzar la patología).
La primera posibilidad consiste en no mover las cosas y no arriesgarnos a entrar en lo desconocido, aunque nuestras viejas pautas hayan dejado ya de servirnos.
En los clientes que se hallan en terapia, esta alternativa asume la siguiente racionalización neurótica: «Las cosas no van tan mal.
Es cierto que mi forma de ser puede causarme algunos problemas, pero al menos, es algo conocido».
Puede suceder que, cuando las personas deciden no dar el paso hacia delante que podría liberarles, quedan atrapadas en su propio capullo y su identidad se vuelve más patológica, porque ahora están utilizándola de un modo deliberado para encubrir las potencialidades más elevadas de su ser.
La segunda opción consiste en castigamos a nosotros mismos por la personalidad en la que nos hemos convertido o luchar con todas nuestras fuerzas para vivir de acuerdo con nuestros ideales. Pero debo decir que evitar lo desconocido sustituyendo la vieja identidad por otra más "espiritual" tampoco sirve de gran cosa.
La tercera -y única elección posible consiste en dejar de violentarnos y de tratar de convertirnos en algo que no somos y abrirnos a nuestra experiencia tal cual es, una posibilidad que requiere el previo desarrollo de la capacidad de permanecer presentes en medio del dolor, el miedo y las experiencias por las que atravesemos.
Es esta presencia la que nos permite establecer contacto con las potencialidades más profundas de nuestro ser y trascender las limitaciones implícitas en cualquier personalidad.
Trabajar con nosotros tal cual somos
¿De qué modo podemos convertir los miedos y fijaciones de la personalidad en peldaños del camino del despertar?
Antes de emprender el verdadero camino tenemos que darnos realmente cuenta de que lo que nosotros consideramos la realidad no es más que una versión de lo que es, algo nada sencillo, por cierto, ofuscados, como estamos, por las esperanzas, los miedos, las creencias y las opiniones y formas habituales de sentir y percibir.
Es por esto por lo que el primer paso para transformar a la personalidad pasa por aceptamos tal cual somos, sin dejarnos arrastrar por el miedo a lo que podamos descubrir.
Una práctica de conciencia, como la meditación o la indagación contemplativa interna, por ejemplo, resulta útil para desarrollar la capacidad de ver lo que estamos haciendo sin juzgarle como bueno o malo.
Aprender a permanecer serenamente sentados nos ayuda a darnos cuenta de que continuamente estamos tratando de mantener nuestra identidad y de que nuestros pensamientos son el aglutinante de la estructura de esta identidad nuestra.
En este sentido, la conciencia de los compulsivos esfuerzos realizados por nuestra mente para aferrarse a las cosas, sin juzgarla ni culparla por ello, puede actuar como un disolvente que debilite la rigidez de la estructura de nuestra personalidad y ponga de relieve las cualidades más profundas y amplias de nuestro ser que hasta ese momento habían permanecido ocultas.
A menudo nos desagrada lo que descubrimos cuando nos vemos tal cual somos. Entonces es cuando nos sublevamos contra el dolor de nuestro karma, la intrincada pauta de acciones, reacciones, condicionamientos acumulados, hábitos, inconsciencia y miedo.
Como dice un conocido proverbio espiritual: «el autoconocimiento siempre trae consigo malas noticias»... al menos al comienzo.
A esas alturas ya no basta con reconocer lo que es, sino que es preciso entablar una relación más plena con ello, lo cual significa abrir nuestro corazón a la situación en la que estemos, para sentirla, observarla directamente y dejar que nos afecte. Y ello no significa que tenga que gustarnos lo que descubramos.
Si, por ejemplo, aborrecemos ciertos aspectos de nosotros mismos, también podemos reconocer y trabajar con este sentimiento como parte de lo que es. Sea lo que sea lo que aparezca, debemos aprender a observarlo e indagar más profundamente en ello.
La conciencia del dolor que nos provoca el hecho de estar atrapados en nuestras pautas, reactiva una profunda tristeza interna a la que yo denomino «tristeza purificadora», una tristeza del alma, el reconocimiento del precio que hemos debido pagar para permanecer atrapados en pautas que han acabado alejándonos de nuestra naturaleza superior. Pero si le prestamos la suficiente atención, ese dolor nos revela el profundo anhelo de despertar, ser más sinceros y más reales y hacer lo que sea necesario para estar más vivos.
Hacernos amigos de nuestra experiencia -abrir un espacio para que se manifieste lo que es y también todos nuestros sentimientos al respecto favorece ese movimiento y permite que el deseo del cambio -un anhelo sagrado deje de ser una cruzada contra nuestros fracasos y se convierta en la expresión natural del respeto por nosotros mismos. John Welwood
Te acompaño en el proceso.
Juana Ma. Martínez Camacho
Terapeuta Transpersonal
Terapeuta Acompañante en Bioneuroemoción
Facilitadora Internacional CMR (Liberación de la Memoria Celular)
Anatheóresis (Psicoterapia Regresiva Perceptiva)
Formación Internacional en Psiconeuroinmunoendocrinología
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